POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
Esta primavera durante la Semana Santa y las siguientes, las flores de los árboles de las calles de Chiclana han mostrado su máximo esplendor. Están floridos como corresponde a la estación y al tiempo litúrgico de la Pascua Florida.
Nuestra ciudad siempre destacó por su arboleda, jardines y alamedas embellecidas con un ornato natural que era el deleite de sus habitantes y de cuantos forasteros la visitaban, además de las familias gaditanas que se avecindaban en ella durante la larga temporada que va desde primavera a otoño. En el último tercio del siglo XIX la Alameda del río era el centro neurálgico de ocio para el pueblo. Se remozaba antes de la estación con la plantación de nuevos árboles, al tiempo que se ornamentaban los parterres y se reponían con lozas de Algeciras los asientos de sus bancos. Los operarios municipales de se esmeraban en mantener las zonas ajardinadas en perfectas condiciones antes de la primavera.
Del mismo modo, en 1879, se iniciaron trabajos de arreglo del arrecife –carretera– de la entrada a la ciudad por San Fernando que el general Solano había mandado construir a principios de siglo y, por su mal estado, necesitaba una urgente reparación. Incluso esta alameda llamada Cañada o Alameda vieja, se le cambió el nombre, en 1881, por el de Alameda Solano. El tiempo la fue transformando en un frondoso paseo mientras sus árboles, los olmos, fueron creciendo.
Las tarjetas postales de comienzos del siglo XX nos ilustran cómo era aquella alameda sembrada a ambos lados de grandes olmos comunes o negrillos. De la misma especie que el famoso olmo al que cantó nuestro gran poeta Antonio Machado en su magistral soneto, “A un olmo seco”. También sobre ellos, el genial escritor Leopoldo Alas “Clarín” –que tiene apodo de prestigioso periódico bonaerense–, escribió en su obra “El entierro de la sardina”: “(…) pero la gala, el orgullo del pueblo, es el paseo de álamos negrillos, bosque secular, rodeado de prados y jardines al que el Municipio cuida con relativo esmero”. Parece que está hablando de Chiclana. Pero no sabemos si era ese nuestro caso –el relativo esmero– o no, porque en la sesión ordinaria de Cabildo del 16 de marzo de 1923, surgió cierta polémica entre los concejales del Gobierno y la oposición como consecuencia de la tala de un número inespecífico, pero sí suficientes, de olmos de la Alameda de Solano.
Fue el concejal liberal, José Malcampo González de Quevedo, –sobrino del contralmirante José Malcampo Monge (1828-1880), IV marqués de San Rafael, I conde de Joló y vizconde de Mindanao, y de su mujer, pues había casado con la gaditana Manuela Matheu González de Quevedo–. Era el azote político del alcalde Andrés Escobar Guillén, y pidió explicación a la presidencia sobre aquella tala de olmos que llegaban desde la entrada de la población hasta las inmediaciones de la calle de Mendizábal o calle del Leñador en honor ilustre político liberal Juan de Dios Álvarez Mendizábal (1790-1853).
Así, en el punto 7º de la sesión la presidencia dijo: “Debía dar una explicación al Cabildo acerca de la corta de árboles que estaba realizando en la Alameda de Solano, determinación que había tomado por el perjuicio que ocasionaba al pavimento dichos árboles, pues sus raíces tenían levantadas todas las lozas; habiéndose aprovechado el ramaje para la leña que hace falta en el matadero y los troncos que estaban en buen estado para la construcción de husillos utilizables en las bodegas, habían sido apreciados por el maestro, Manuel Sánchez, en cincuenta pesetas cada uno, pagándola en metálico no, sino en leña que deberán poner en el matadero, en cantidad equivalente al tipo de aprecio; habiéndose llevado cuatro troncos de esta clase don Sebastián Guerrero, dos don José Vélez, dos don Dámaso Fernández y dos a Gallardo Hermanos, y los restantes se los va a llevar el maestro indicado, a cambio de los trabajos que pueda realizar para los diferentes servicios el Ayuntamiento (…).
El concejal Malcampo dijo, era muy sensible que se tirase abajo los árboles de la Alameda indicada, pues en todas las poblaciones, lo que se procuraba siempre era fomentar el arbolado.
El presidente contestó que la prueba de que no quería ir contra el arbolado era que no había mandado echar abajo más que los que estorbaban, como había indicado anteriormente, reemplazándolos por otros que no ocasionaran los mismos daños; y no había consentido que se tiraran los de la calle Fossi, –actual Hormaza– a pesar de habérselos pedido del cuartel de carabinero y el director de los Hermanos de la Doctrina”.
A pesar de todo, la tala de los olmos no afectó sobremanera a la alameda, porque en el Anuario-Guía de playas y balnearios de España de 1924 se dice: “Y el auto vuela hacia Chiclana entre dos filas de copudos árboles (…)”. El documento fotográfico lo atestigua.
Bibliografía:
AHMCh: Legajo nº 58. Actas Capitulares. Sesión ordinaria del 16 de marzo de 1923.
VV. AA.: Anuario-Guía de playas y balnearios de España de 1924
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