POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
«En una sociedad democrática como la actual, en el seno de un estado de derecho, las ceremonias y el protocolo que las regulan tiene mucho mayor importancia y trascendencia de lo que pueda parecer»
Las ceremonias, los rituales, los usos sociales no sólo han estado presente en el seno de toda comunidad y grupo humano, desde sus orígenes como tales, sino que han sido parte constitutiva de los mismos. Y es la Unesco quién, al hablar de «patrimonio inmaterial de la humanidad», señala que esos usos sociales «constituyen costumbres que estructuran la vida de comunidades y grupos, siendo compartidos y estimados por muchos de sus miembros», para, a continuación, resaltar como su «importancia estriba en que reafirman la identidad de quienes los practican en cuanto grupo o sociedad». Pero, además, se puede añadir que esas ceremonias, esos ritos, esos usos y costumbres, constituyen el más antiguo medio de comunicación social, a través del que se han trasmitido en un momento determinado, y a través de una a otra generación, una serie de mensajes, de ideas, de posturas ante la vida y ante la propia comunidad, que son parte de la identidad y la tradición de un pueblo.
Por ello, se entiende que Montesquieu, en sus ‘Consideraciones sobre las acusas de la grandeza y la decadencia de los romanos’ (1734), no dudara el afirmar que «no se ofende más a los hombres que cuando se vulneran sus ceremonias y costumbres, pues siempre es una muestra de desprecio».
No era un mero prurito de elegancia, de una rivalidad estéril y sin sentido. Estamos ante una de las primeras manifestaciones locales de ceremonias donde era posible visibilizar la «potestas» (o sea, ese poder socialmente reconocido y aceptado que se da a una institución o a una autoridad, tal como disponía el Derecho Romano). Unas ceremonias, unos rituales, civiles o religiosos, donde, ayer como hoy, es posible hacer público y notoria la autoridad, el poder que tienen las instituciones y las autoridades que detentan su gobierno. Es una encrucijada de espacio y tiempo que lo permite, en el marco de una determinada escenografía. Y la primera gran escenografía urbana en la capital grancanaria será, con enorme trascendencia dentro y fuera de las islas, la mismísima Plaza de Santa Ana, donde los dos poderes de entonces, civil y eclesiástico, se alzan a un lado y otro de la plaza, que es el espacio amplio que ocupa la ciudadanía entre ellos, y que será el marco donde van a tener, siglo tras siglo, las solemnidades y ceremonias que se consideren más destacadas y llamadas a trasladar mensajes e ideas constitutivas de la propia identidad como una comunidad determinada.
En una sociedad democrática como la actual, en el seno de un estado de derecho, las ceremonias y el protocolo que las regulan tiene mucho mayor importancia y trascendencia de lo que pueda parecer, de forma generalizada, pues se trata de reconocer y resaltar precisamente a aquellas instituciones y autoridades cuya «potestas» le ha sido conferida por la ciudadanía que en esas ceremonias les recibe, les acoge y les muestra su afecto y reconocimiento, pues ellos son quienes les representan y ellos son quienes trasladan, y deben hacerlo correctamente, la imagen más adecuada de esta sociedad.
Hoy, como ayer, el ceremonial y el ritual (civil o religioso) sigue siendo un medio de comunicación social ineludible, pues a través de ello se traslada tanto al conjunto de la comunidad, como a otros ámbitos, la identidad como pueblo, como sociedad. Pero todo ello, como ocurre también con cualquier medio de comunicación social, será adecuado y corrector si se estructura bien, conforme a unos procedimientos que permitan que esa imagen, que ese mensaje llegue de forma efectiva y asimilable por todo el conjunto del publico objetivo al que se dirige. Pensemos que, y ese es el problema enorme que afecta negativamente a las denominadas redes sociales, un exceso de información desinforma, por lo que un ceremonial cuanto más sencillo, claro y directo sea, más solemne será. Para todo ello, también hoy como ayer, sigue siendo ineludible el «protocolo» y sus «profesionales», pues son los garantes de esa comunicación que es también un derecho de la ciudadanía, pues, al fin y al cabo, todos los ceremoniales, eventos y actividades de las autoridades están transmitiendo la identidad de una comunidad, del conjunto de sus ciudadanos. Y además, según señalaba un gran diplomático francés como Charles Maurice de Talleyrand, «sólo los tontos se ríen del Protocolo. Simplifica la vida».
Así, en estos días de mayo no debería pasar desapercibida la celebración, en el Ayuntamiento de La Laguna, Tenerife, el sábado 20, de unas Jornadas de Protocolo, en las que, bajo el lema de ‘Hablemos de Protocolo. Situación actual en Canarias’, con la colaboración de la Asociación Española de Protocolo, se reúnen los profesionales de este sector que ejercen en las entidades locales y regionales de Canarias. Ellos son los responsables, en gran medida, tanto de las más importantes ceremonias oficiales y públicas que anualmente se dan en las islas, algunas de enorme resonancia para las tradiciones e identidad de las islas, de muchas de sus localidades, como de los más diversos eventos y actividades propias o extraordinarias que marcan el acontecer ciudadano insular. Son los llamados, con sus profundo conocimiento de las normas, su buen hacer profesional y su experiencia, de mucho años en la mayoría de los casos, a establecer el procedimiento más adecuado y actualizado, en todas esas ocasiones donde el protocolo lo que está transmitiendo, a la postre, es la verdadera identidad e imagen de Canarias, de su historia, de sus tradiciones, de los usos y costumbres de su ciudadanía. Por ello esta jJornada debe ser acogida con interés y como cosa propia por toda la ciudadanía, pues el «protocolo, como regulador de nuestra convivencia ciudadana, es parte ineludible de nuestra sociedad, ayer y hoy aun más.