POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (ISLAS CANARIAS)
Miércoles 8 de agosto de 1492, en el Libro de la primera navegación del almirante Colón se consigna cómo «hubo entre los pilotos de las tres carabelas opiniones diversas donde estaban, y el almirante salió más verdadero; y quisiera ir a Gran Canaria por dejar la carabela Pinta, porque iba mal acondicionada de gobernario y hacía agua, y quisiera tomar otra allí si la hallara; no pudieron tomarla aquel día». Surge por vez primera en la documentación colombina el nombre de la Gran Canaria, un destino que ya nunca se podrá eludir y que, junto con la gesta auroral de un nuevo mundo, se encumbra en la historia universal.
Si la historia es la genealogía de cada pueblo, esa ley de gravedad moral de la que no pueden prescindir, como ya resaltó el profesor Rumeu de Armas en el prólogo al libro de Néstor Álamo ‘El almirante de la Mar Océana en Gran Canaria’, precisamente a propósito de la trascendencia que tenía para el devenir de la historia grancanaria el paso del Cristóbal Colón por esta Bahía de Las Isletas en su primer viaje a las Indias aquel verano de 1492 inolvidable para los grancanarios de todas las generaciones, ahora también con Antonio Rumeu, y ante ese valiosísimo símbolo del devenir y la trascendencia de la aventura colombina que es la carabela La Niña III, debemos resaltar cómo el Descubrimiento de América «señala para el Archipiélago el momento crucial en que alumbra y se fragua su destino perenne, después de siglos de vivir sumido en el silencio, la somnolencia y el aislamiento. Desde la centuria XV a la XX Canarias va a ser el epicentro del Atlántico».
La expedición colombina permaneció hasta el sábado 1 de septiembre en la Villa del Real de Las Palmas, en este puerto grancanario, pues, como también destaca Morales Padrón, «decidió Colón arreglar en Gran Canaria la nave averiada construyéndole un nuevo timón y cambiándole las velas latinas por otras cuadradas, aunque don Hernando indica que este cambio se le hizo a La Niña».
Por ello, tal como lo distingue Rumeu de Armas en su alumbrador prólogo de 1956, «parece natural que la exaltación de la gesta y el genio sea un motivo de legítimo orgullo para Gran Canaria», para esta capital cuyo «puerto lejano, las casas góticas del barrio de Vegueta, la ermita de San Antonio Abad, son otros tantos recuerdos colombinos», junto con esa histórica mansión que ya antes «de ponerse a la calle el nombre que lleva, se denominó siempre Casa de Colón la que habitó el Gobernador Maldonado y así se consigna en escrituras antiguas», y «esa histórica mansión es hoy, por obra del Cabildo Insular de Gran Canaria, en la que corresponde a don Néstor un destacadísimo papel, un pequeño museo, vivo y evocador, donde se rinde culto perenne a la gesta inmortal».
Las conmemoraciones colombinas en Las Palmas de Gran Canaria puede decirse que comenzaron con el paso por esta ciudad del propio almirante de la Mar Océana en agosto de 1492, dada la novedad y la curiosidad que despertaron en aquella aún incipiente población, pero entonces la más importante del archipiélago y su capital político administrativa, por lo que no es de extrañar que el propio Viera y Clavijo, ya en el siglo XVIII, se refiriera a «los que todavía pronuncian con respeto el nombre de los Argonautas deben oír con más admiración el de Cristóbal Colón», resaltándose ya a finales del siglo XIX, cuando se inicia un importante sendero de celebraciones y conmemoraciones colombinas y americanistas, con los actos que se programan para recordar el Descubrimiento de América en su IV Centenario.
Una iniciativa que se auspició con enorme fuerza en diversos lugares del continente americano, y que aquí encontró eco entre numerosas personalidades de la vida insular que, en sus propuestas, fueron secundados por las instituciones públicas y privadas y por casi toda la población, que se volcó en los actos programados y se sumó de forma notoria en la suscripción pública para costear el magnífico monumento a Colón que se erigió en la Alameda.
Ese amplio y permanente debate y reflexión de cómo debía afrontarse con mayor trascendencia y efectividad la conmemoración del paso de Colón, el encuentro con un Nuevo Mundo y las relaciones que a partir de entonces se mantuvieron con América y sus gentes, marcó sensiblemente el devenir de la isla, de sus habitantes y de su propia cultura, del que sus mejores y más fértiles propuestas hechas realidad podemos concretarlas en la creación de la Casa de Colón y en la aparición y desarrollo de los Coloquios de Historia Canario Americana, que en 1976 propuso el profesor Morales Padrón.
Ahora puede añadirse a ellas una nueva y señera conmemoración, la que se ha celebrado en el corazón de la Bahía de Las Isletas, en ese histórico enclave del Puerto de La Luz donde se ha reubicado, tras un minucioso proceso de restauración, la carabela La Niña III, una réplica muy fiel de la carabela que acompaño a Cristóbal Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo, que fue diseñada y navegada por el célebre capitán Etayo, en unos viajes atlánticos que tanto aportaron a un mejor conocimiento de las navegaciones colombinas.
Se trata de una reconstrucción histórica de la carabela Niña, una carabela latina ligera de descubierta, muy marinera, maniobrable, rápida y con buena capacidad de navegar contra el viento, que utilizó Cristóbal Colón en 1492 en su primer viaje al Nuevo Mundo junto con la nao Santa María y la carabela Pinta. Su diseño y realización se deben a un prestigioso marino español, el capitán Carlos Etayo Elizondo, que tras años de estudios y proyectos previos la pudo construir en los Astilleros Castro, de Camposancos, en La Guardia, Pontevedra.
La Niña III, que hoy ya luce con orgullo en todo su esplendor el puerto grancanario, hizo en 1992 su primer viaje desde La Guardia a Palos de La Frontera (Huelva), de donde comenzó su periplo atlántico hasta Las Palmas de Gran Canaria para zarpar a continuación hacia América, tras pasar por La Gomera, en una imitación fiel de la navegación del Descubrimiento de América. Esta empresa, para la que contó con trece tripulantes tres de ellos grancanarios-, jamás había sido realizada con éxito en las edades Moderna y Contemporánea.
Tras este viaje se atraca y conserva en el Muelle Deportivo de esta capital, desde donde en 1998 partirá hacia Lisboa, Portugal, para participar en los actos de la Expo 98. Un viaje aún mucho más difícil que ir y volver de América, pues había que navegar contra viento y marea, como lo hacían las carabelas medievales en la misma ruta conocida como Volta da Mina o Guinea. El viaje, en los nueve días de sus trayectos de ida y de regreso, resultó un completo éxito, certificado por dos buques de la Armada que la siguieron en su periplo náutico.
En el año 2000, ante el posible deterioro natural que pudiera sufrir, se la vara para restaurarla y exponerla en un lugar público de la ciudad, resaltando la histórica escala de Cristóbal Colón en Gran Canaria. Con la inauguración de este nuevo lugar colombino se abre un nuevo viaje donde presente y porvenir se aúnan en el recuerdo imperecedero de la gesta colombina; y en el inicio de esta nueva aventura cultural y humana con las tres orillas del Atlántico que nos une se puede y se debe rememorar y entonar la ritual salutación a la jornada con la que comenzaba cada día a bordo y se iniciaba toda navegación: «Dios nos dé buenos días. Buen viaje; buen pasaje haga la nao, señor Capitán y Maestre y buena compaña, amén. Así faza nuestro viaje, faza. Muy buenos días de Dios a vuestras mercedes, señores de popa y proa».