POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
«La correspondencia consular y otra documentación de los consulados más antiguos son una fuente de información riquísima para la historia de las relaciones económicas y hasta políticas de Gran Canaria».
Gran Canaria, con la llegada de personas de muy diversa procedencia a lo largo de los cinco siglos de su historia, que aquí se asentaron, se integraron y formaron el sustrato de una población singular y con personalidad propia, hablo de castellanos, portugueses, genoveses, franceses, judíos moriscos, más tarde malteses, holandeses, ingleses, hindúes, etc., como con la existencia, en distinta medida y época, de una economía sustentada en el intercambio comercial con tres continentes, lo que facilitaba el encuentro cultural y social (el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri llegó a resaltar que si Canarias era la puerta de América para los europeos, también lo era de Europa para los americanos), fue una isla que destacó siempre por su talante cosmopolita, soñadora de lo universal, que aspiraba al encuentro con otros pueblos y naciones.
También fue símbolo destacado de esa personalidad de la isla, de su capital, de una actividad que la relacionaba con otros países y la marcaba en lo económico, lo social y lo cultural, la temprana presencia que los cónsules de diversos países tuvieron en Canarias, en las muy diversas categorías que la función diplomática establece, con una incidencia muy especial en la vida cotidiana de Gran Canaria, con la que establecieron vínculos muy estrechos y a la que en muchas ocasiones brindaron servicios destacados, o incluso contribuyeron a su desarrollo de forma significativa. Hoy, además, la correspondencia consular y otra documentación de los consulados más antiguos son una fuente de información riquísima para la historia de las relaciones económicas y hasta políticas de Gran Canaria y de Canarias en general, a la par que un testimonio significativo de la vida en las islas.
Es por ello que cualquier celebración, actividad o incidencia del orbe consular despierte el interés y tenga repercusión en el seno de la sociedad isleña. Lo muestra la gran acogida que siempre han tenido en cualquiera de las celebraciones y festejos insulares, como puede ser el día solemne de El Pino (o en el pasado en la procesión cívico-religiosa de San Pedro Mártir), los actos institucionales como el 12 de octubre o las entregas de honores y distinciones. Y lo señalan también sus propias conmemoraciones, como el Día del Cónsul, que este año celebran en Las Palmas de Gran Canaria, el jueves 25 de mayo, conmemorando en esta ocasión el sesenta aniversario de un convenio internacional diplomático trascendente como es el ‘Convenio de Viena sobre Relaciones Consulares’ de 24 de abril de 1963, que puso al día y dio forma a esas relaciones consulares entre los pueblos que se han dado desde hace siglos.
Un rápido repaso a la historia consular isleña nos permite ver realidades como el que el consulado holandés (ó neerlandés como se decía entonces), junto con el francés y el británico, fue de los primeros en establecerse aquí en los años centrales del siglo XVII. En buena medida como consecuencia de la importancia creciente de las relaciones comerciales que se impulsaban en aquella época, tras la paz firmada con España. En el Archivo Nacional de La Haya existe una valiosa información sobre los cónsules establecidos en Canarias a lo largo del Antiguo Régimen, desde Baltasar Polster, el primero en hacerlo en 1649, hasta Pieter Beets que ocupó el cargo entre 1798 y 1808. No quedaron atrás los franceses cuya presencia consular se documenta ya en 1631 con el señor Honorado Estacio al frente, y al que le siguieron Rafael Thierry en 1670 y personajes tan conocidos en la historia isleña como Juan Antonio Porlier que se compromete en una tarea fecundísima para intensificar el comercio canario con Francia. Otros como el botánico, miembro de la Academia de París, Pierre Marie Auguste Broussonet, alternaba sus funciones consulares con el estudio de la botánica canaria, e incluso llegó a asesorar al Marqués de Villanueva del Prado en la formación del Jardín Botánico de La Orotava. Otro científico decisivo en la historia de Canarias que fue cónsul de Francia sería Sabin Berthelot, que ocuparía su cargo en 1847, y que en esos años se ocuparía no sólo de estudiar la naturaleza insular, sino del ensayo del cultivo de productos tan significativos para la historia económica del Archipiélago como la cochinilla.
Mucho se podría, y se debería, decir también de los cónsules británicos, la mayoría de ellos verdaderos enamorados de Canarias, bien enraizados en las islas desde que Guillermo Baltar ocupara su cargo en 1652, a las que aportaron, en distintas ocasiones y épocas, grandes servicios, lo que les hizo muy populares y queridos, como lo fueron también muchos de los paisanos a los que representaban. Es el caso en Las Palmas de Gran Canaria de Tomás Miller, que cuenta con una principal y popular calle en la zona del Puerto, cuyo nieto, Gerardo Miller, llegó a ser uno de los más recordados cónsules británicos de esta ciudad. El primer viceconsulado británico se establece en Las Palmas de Gran Canaria en 1815, con el comerciante Diego Manly al frente. Le sucederían personajes como el también comerciante Jorge Austice, que contribuyó a la creación del Cementerio Inglés de San José, e instaló una fábrica de jabones junto a la ermita de San Nicolás, el célebre comerciante Roberto Houghton Warrand, oriundo del condado de Lancashire, que fue el primer presidente del Gabinete Literario de Las Palmas, u Horacio G. Wetherell, casado con una hija de Tomás Miller, y sustituido en el puesto por su cuñado Diego Miller Vasconcelo. También sería cónsul británico Peter Swastón, perteneciente a otra de las familias británicas más enraizadas en Gran Canaria y que fue el primer presidente del Club Británico, más popularmente conocido como Club Inglés. No deberíamos olvidar la presencia como Cónsul en Canarias entre 1850 y 1860 de Charles Henry Murray, esposo de Elizabeth Murray, escritora a la que se debe un libro muy sugerente e interesante para conocer la vida cotidiana en las islas en el siglo XIX, que tituló ‘Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife’.
En fin, muchísimo más se podría decir de la labor consular de ayer y hoy en esta isla, orgullosa siempre de sus cónsules, presentes constantemente en cuantas actividades se les invita, dispuestos a contribuir generosamente en todas aquellas causas nobles y solidarias con las que se han encontrado, sintiéndose no sólo representantes de sus compatriotas, sino parte viva y significativa de la sociedad que les acoge, ganándose por méritos propios el arraigo social que tiene la representación que la legislación consular les otorga, y habiendo sido, y siéndolo hoy, testimonio vivo de esa función, establecida en el artículo 5º del celebrado Convenio de Viena sobre Relaciones Consulares de 1963, que les señala el deber de «fomentar el desarrollo de las relaciones económicas, culturales y científicas…».
FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/juan-jose-laforet-isla-consules-20230525080929-nt.html