POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS).
Esta hermosa y sencilla embarcación se construyó para rememorar aquella otra, construida a orillas del rio Tinto (Huelva) en 1488, y que fue todo un hito de los conocimientos navales de la época.
Que es La Niña III?, ¿cuál es su significado?, ¿cuál la esencia del mensaje que puede y debe transmitir desde su ubicación portuaria?. ¿Qué es una embarcación que ya no navega (aunque debidamente aparejada podría hacerlo de nuevo), pero que transita ahora por las ideas de cuantos lo admiran? ¿Es sólo un ‘monumento’, o es un objeto museístico expuesto en público que toma también un rol monumental?
Muchos son los interrogantes que se abren ahora sobre La Niña III, algo olvidada pese a estar en el día a día de la ciudad, de miles de vecinos y de visitantes, cuando aún nos llega algo del aroma a chamusquina que ha quedado en la zona, tras el incendio que, afortunadamente, no logró devorar al completo su graciosa y grácil silueta.
Las Palmas de Gran Canaria, que siempre conservó, en la memoria colectiva de una y otra generación, el recuerdo del paso de Cristóbal Colón, quizá por ser conscientes de la trascendencia que tuvo para el devenir de las islas, levantó, a partir de 1892, cuando se conmemoró el IV Centenario Colombino, impulsado entonces desde distintos puntos de América, y en especial desde los Estados Unidos, una serie de monumentos, materiales e inmateriales, que, al paso de un siglo, se han convertido en verdaderas señas de identidad, o al menos muy características de una urbe que, en su conjunto y como encrucijada global, es verdadero monumento colombino, algo que entendió perfectamente y asumió una figura tan señera de la isla como Agustín Millares Torres. Y ese enclave patrimonial se enriqueció, se hizo más sustantivo y elocuente, con los trabajos de investigación y con los viajes del capitán Carlos Etayo Elizondo -en cuyas tripulaciones participaron también jóvenes grancanarios-, a América en 1992, con motivo del V Centenario del ‘Descubrimiento’, y a Lisboa en 1998, para estar presente esta embarcación en la Exposición Internacional sobre ‘Los océanos: un patrimonio para el futuro’, donde se entendía que representaba ese antes y después que marcaron los viajes colombinos. Y es que la capital grancanaria, junto con San Sebastián de La Gomera, y otras poblaciones de dos continentes y de varios países, como Santa Fe de Granada, Palos de La Frontera, distintas lugares del caribe, Bayona y Lisboa, es parte ineludible en esta ‘Ruta del primer viaje de Colón’ que ahora se quiere, y tiene muchas posibilidades para ello, que se declare por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Es una realidad ineludible que todo está sometido a inesperadas contingencias, por muchas medidas, o no, que se tomen en prevención de esto o de lo otro. Monumentos tan señeros como Notre Dame de París en 2019 o una de las salas del archivo de la Mezquita-Catedral en 2001 han sufrido devastadores incendios, e incluso aquí aún se mantiene en la memoria social el de las mismísimas Casas Consistoriales en 1842. Y unas veces la restauración o la reconstrucción es posible, y la historia de ese monumento prosigue, pues pese a las transformaciones vuelve a ocupar su papel simbólico y/o a transmitir un mensaje o una idea concreta, o su ausencia irreversible debe ser ocupada con algo que asuma el papel de lo desparecido. Pero ¿que entendemos por un monumento?. Según el gran historiador del arte austriaco Alois Riegl, «por monumento, en el sentido más antiguo y primitivo, se entiende una obra realizada por la mano humana y creada con el fin específico de mantener hazañas o destinos individuales o un conjunto de éstos siempre vivos y presentes en la conciencia de las generaciones venideras». Quizá hoy se entienda por monumento algunas edificaciones, ciertas imágenes o algunos objetos que transmiten un mensaje con determinada intención, que conllevan un valor simbólico que transmite ideas identitarias, de muy diverso signo. Por ello hay que distinguirlos de otros entes como las obras de arte, o los resultantes del trabajo científico, que pueden, o no, tener un halo monumental.
El inesperado incendio de la carabela ‘La Niña III’, una contingencia que, afortunadamente, si hay una voluntad decidida, se puede superar y el objeto recuperar todo su valor patrimonial material e inmaterial, pues afortunadamente se conservan en Gran Canaria los planos originales que el capitán Etayo utilizó para construirla, y se cuenta con astilleros, ingenieros navales y carpinteros de ribera, capacitados para la dirección y ejecución de estos trabajos. Sin embargo, en una ciudad que ha sabido mostrar a lo largo de la historia una notable capacidad de resiliencia en muy diversas ocasiones, ahora hay que aprovechar para replantearse el cuidado y la función que tiene este objeto, para conocerlo mejor y comprender todo lo que supone y todo lo que significa como símbolo de la identidad atlántica, tricontinental y cosmopolita de esta capital.
Esta hermosa y sencilla embarcación se construyó para rememorar aquella otra, construida a orillas del rio Tinto (Huelva) en 1488, y que fue todo un hito de los conocimientos navales de la época. Una embarcación que no sólo fue, sino que regresó del viaje descubridor como la carabela capitana, con las pruebas del hallazgo de las nuevas tierras, y que fue la primera en volver a puerto. Una nave que regresó al Nuevo Mundo en el segundo y el tercer viaje, sobreviviendo a grandes temporales y ciclones que hundieron a otros barcos fondeados muy cerca de donde ella estaba. Así, el fuego tampoco podrá, cinco siglos después, hacer desaparecer definitivamente a su réplica, ni a todo lo que supone para Gran Canaria y para la humanidad.
Una réplica que es producto de años de estudios, investigaciones, ensayos, de los que surgieron datos y conocimientos de alto valor científico. Una carabela medieval que ha permitido conocer, siglos después, como eran las navegaciones atlánticas, con sus mismos instrumentos de marear (agujas de marear, astrolabios, relojes de arena, pioneros sextantes, etc.), constituyendo el viaje toda una nueva aportación científica en el ámbito de los conocimientos náuticos y de los océanos. Por ello, una vez sacada de la mar y expuesta a la admiración del público en tierra, ‘La Niña III’ aúna el ser un objeto producto de un trabajo científico, con su carácter de monumento que identifica un hecho histórico, que señala la trascendencia que el mismo tuvo, y tiene aún hoy, para el puerto y la ciudad donde se ubica, y que, además, puede ser parte ‘viva’ de un futuro gran Museo Naval abierto, ubicado en esta zona portuaria de conexión con la urbe, que englobe a varios museos instalados en el entorno (Museo Elder de la Ciencia, Museo Naval, u otros por abrir), y a los objetos expuestos al aire libre como la propia carabela, la grúa Titán, la reproducción de la Marquesina desembarcadero, amé de otros varios que aún se pueden y deben colocar en aquella amplia explanada, coronada con una amplia panorámica del propio Puerto de La Luz, que también es parte esencial de ese gran museo naval. Un museo como hoy, y en el futuro, se deben entender los museos, como entes vivos y muy participativos en relación a su contenido, a la realidad de su entorno y a su mensaje.
La Niña III en su esencia, aún tiznada de negro y con aroma de hoguera apagada, se instituye como objeto de valor irrenunciable para la ciencia y la cultura de la humanidad, como imagen de un capítulo esencial en la historia naval de la urbe que la acoge, y, al tiempo, como monumento representativo de ideas, valores, sentimientos e identidades, que se suma a otro gran monumento colombino y atlántico que es, en si misma, Las Palmas de Gran Canaria.