POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
El viaje a pie, que hizo clásico Josep Pla, puede en la provincia de Guadalajara deparará sorpresas e inolvidables andanzas a quien lo practique. Desde escalar montañas a aburrirse por interminables llanos, nuestra tierra ofrece un manojo muy amplio de posibilidades que conviene tener en cuenta a la hora de decidirse a emprender un periplo más o menos interesante. Yo recomendaría uno que, con buena dosis de espíritu y aguante realizamos hace poco, y que supone un conocimiento de paisajes típicamente nuestros, majestuosos en su sencillez, inolvidables de verdad.
La carretera que surge en Alcolea del Pinar, lleva a través de un denso pinar hasta Luzaga, donde iniciamos el viaje. Abrigado entre las suaves vertientes de un vallejo que se forma con el paso del Tajuña, asienta el caserío de Luzaga en el borde meridional del extensísimo pinar que cubre gran parte de la sierra del Ducado. Sus alrededores, por donde discurre el río entre angostos roquedales; los pinares densos y solitarios, las parameras frescas, constituyen encantadores motivos para realizar excursiones. Para los pescadores, además, es un ritual amenísimo el recorrer las orillas del Tajuña en busca de las abundantes piezas que crían en sus frescas aguas.
Sus alrededores estuvieron habitados en remotas épocas. Los lusones, uno de los pueblos que conformaban la raza celtibérica, asentaron en esta zona, y de ellos quizás derive el propio nombre del pueblo. Existió durante la Edad Media una torre
vigía en el término, y posteriormente a la reconquista quedó enclavado, en calidad de aldea, en la alfoz o Común de Tierras de Medinaceli, pasando en el siglo XV al señorío de los La Cerda, y con ellos estuvo hasta el siglo XIX incluida en el Ducado de Medinaceli.
En Luzaga se han encontrado importantísimos restos arqueológicos. Hace ya muchos años, el marqués de Cerralbo encontró una grande y rica necrópolis celtibérica, de los siglos III y II a de J.C., en la que llegaron a excavarse más de 2.000 tumbas, obteniendo muchos objetos cerámicos y de hierro. Recientemente, el pasado año, se halló también, en la misma plaza del pueblo, restos de importantes edificios públicos de época algo posterior, romana concretamente, que vienen a demostrar la gran importancia que en la antigüedad tuvo Luzaga.
En el pueblo se debe visitar la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Es de estilo románico rural, construida en el siglo XII, con gran espadaña triangular a los pies y bella portada abocinada con arquivoltas semicirculares, columnillas y capiteles de temas vegetales sobre el muro de mediodía. En su interior, bastardeado, destaca una pila románica muy incesante, y una custodia del siglo XVIII donada por el doctor don Juan Manuel Ortega y Oter. El ábside del templo es semicircular y presenta ventanilla central muy estrecha, con canecillos bajo el alero y múltiples marcas de cantería el sillar del muro.
También en la plaza mayor, en su extremo occidental, existe ya muy destrozada y alterada una antigua casa‑fuerte con restos de torreón, portón de ingreso adovelado y dos escudos nobiliarios. Y por el resto del poblado deben admirarse buenos ejemplares de arquitectura popular de sillarejo intensamente rojizo, esgrafiados geométricos y populares y tallas con nombres y fechas en los dinteles.
Seguimos hacia abajo las aguas del Tajuña, y en sus orillas, amables y cubiertas de arboledas, asienta el mínimo caserío de Cortés, todavía mal comunicado por caminos deficientes con el resto de la comarca. La pequeña vega en la que asienta le abriga de los cierzos y presenta bellos paisajes y entornos tranquilos.
Este pequeño pueblo estuvo incluido, desde la Baja Edad Media, en la tierra de Medinaceli, pasando al Señorío de la familia La Cerda, duques de dicho título.
Su pequeña iglesia parroquial es un interesante ejemplo de arquitectura románica rural, destacando en ella la portada de acceso, hoy cobijada por atrio cubierto, y consistente en gran arco semicircular, con diversas arquivoltas baquetonadas que apoyan en sendas columnas rematadas en sus correspondientes capitales de decoración vegetal; también es de interés su ábside, semicircular, con modillones sujetando el alero, y ventanilla aspillerada central. Algunas casonas de popular y recia construcción completan el conjunto urbano, de interesante situación y aspecto. En su término, poco antes de llegar al pueblo bajando por la orilla del río desde Luzaga, señoreando un alto roquedal se ven los restos de un castillote o torreón vigía, obra medieval sin duda.
El camino junto a las aguas del Tajuña continúa, y una vez abierto ya en ancha vega, tras recibir el arroyo Estepar por su costado izquierdo, surge el pintoresco caserío de Abánades, vigilante del antiguo puente.
Perteneció tras la reconquista este poblado al amplísimo alfoz de Medinaceli, en cuya jurisdicción y normas forales estuvo incluido, siendo una aldea más de las que formaban su Común de Villa y Tierra. Siglos adelante, como todo el Común, quedó bajo el señorío de la familia de La Cerda, condes -y luego duques- de Medinaceli.
Destaca en lo más alto del caserío de Abánades la iglesia parroquial, que aunque demuestra ser un edificio macizo y sin gracia del siglo XVI, presenta sobre su muro meridional un magnífico atrio o galería porticada de estilo románico, que vemos junto a estas líneas en fotografías. Consta un arco central hecho en un resalte del muro, con piedra sillar, y otro ingreso en el extremo oriental del pórtico, al que se accede por unas escalerillas, a cada lado del ingreso, y sobre alto antepecho o basamento, se presentan dos series de tres arcos semicirculares apoyando en columnas pareadas rematadas en buenos capiteles de fina decoración vegetal y de entrelazos; en el extremo occidental de la galería que se cierne sobre violento terraplén aparece una pequeña y aspillerada ventana con derrame interior, y exterior, decorada con molduras y columnillas, todo del mismo estilo, lo que le confiere a este atrio una gran belleza, e importancia en el contexto del arte románico rural de la provincia de Guadalajara.
Desde Abánades, nuestro viaje paisajístico‑arqueológico se termina en su faceta pedestre y puede reanudar su marcha por carretera de vuelta a Guadalajara, pues por una bien asfaltada local llegaremos enseguida a Torremocha del Campo, a través de Laranueva, Renales, Torresaviñán, Fuensaviñán, etc. y regresar a la capital por la Nacional de Barcelona a Madrid.