POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Cronista oficial de Guarromán y La Mesa (Carboneros), decano de los cronistas oficiales de Sierra Morena, consejero de número del Instituto de Estudios Giennenses (CSIC), y director del Seminario de Historia y Cultura Tradicional “Margarita Folmerin”.
Ni que decir tiene que la primera peculiaridad que exhibe Guarromán al viajero que la visita es su propio nombre, el cual suscita, al menos, en quien lo oye por primera vez, el esbozo de una sonrisa sin malicia, y tal vez las más descabelladas elucubraciones sobre su significado. Poseer un nombre de chocante sonoridad, como es el caso de Guarromán, y estar ubicado junto a la muy transitada autovía de Andalucía, donde tantas oportunidades hay de exhibirlo, supone ante todo, más que un reto para un investigador de historia local, un acicate más para dar a conocer a los cuatro puntos cardinales que tras este peculiar topónimo se esconde un bello, cuando no poético, significado.
Pero antes que nada deshagamos dos entuertos sobre esta cuestión, ambos basados en dos errores muy extendidos, que no por ser muy repetidos han de llegar a ser ciertos. Uno de ellos es aquel en el que se suele hacer todo un alarde de falta de imaginación y, sobre todo, de poca agudeza de ingenio, cuando se asegura por algún que otro indocumentado, que Guarromán es la unión de dos vocablos, uno de origen español, “guarro”, y otro tomado prestado del inglés, “man”, cuyo significado es hombre, y que induce a pensar a los poco informados que Guarromán quiere decir “hombre guarro”, así sin más. Incluso ha llevado a creer a algunos, que conocen las raíces germánicas de los primeros colonos de esta real población de Carlos III, que el vocablo “man” en realidad es de origen alemán, pues también en esta lengua “mann” (con dos enes) significa hombre, con lo cual quiere buscársele fundamentos históricos a lo que no deja de ser un mero desatino filológico.
Este asunto sería una mera anécdota si no evidenciara los débiles conocimientos que sobre nuestras raíces históricas tienen las generaciones más jóvenes de este fin de siglo, sin olvidar la gran influencia que ha ejercido sobre nuestra forma de vivir, durante estas tres últimas décadas, la llamada cultura de la lengua inglesa, que nos mueve de forma automática, y hasta lógica podríamos decir, a ver en Guarromán, el “guarro” junto al “man”, y nos ciega las entendederas para ver el “gua”, o el “guada”, junto al “roman”. Esto nos lleva a comprender de qué forma tan sencilla puede difuminarse el legado de ocho siglos de cultura árabe en estas tierras. En sólo tres décadas de teleseries americanas con risa en conserva incorporada, y canciones cantadas en inglés que pugnan, la mayoría de las veces más por motivos económicos que artísticos o culturales, por llegar a los más altos puestos de los «40 principales», hemos comenzado a borrar de la memoria colectiva lo que costó adquirir generaciones enteras. No somos contrarios a conocer y que se conozca la cultura «imperante» hoy en día en el Occidente, pero no por ello vamos a asistir impasibles a como tal cosa se hace a costa de diluir las diferentes culturas que han conformado nuestros referentes de identidad. El caso expuesto sobre la descabellada etimología de Guarromán, no es más que una pequeña muestra que nos alerta de cómo nuestras generaciones más jóvenes pueden llegar a disponer de los más sofisticados medios y conocimientos para alcanzar las más altas metas planteadas por el futuro, y en cambio verse privadas de lo más esencial del bagaje cultural que las mantiene arraigadas en el entorno de su tierra. Tal circunstancia les haría perder todas las referencias que les mantienen unidas a la colectividad en la que viven. Un pueblo sin raíces históricas y tradicionales es un folio en blanco, donde puede escribirse cualquier cosa, hasta su partida de defunción como colectividad diferenciada de las demás.
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