POR VALENTÍN CASCO FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE VALDETORRES (BADAJOZ).
Cómo ya comenté en una publicación anterior, quedó pendiente tratar sobre los restos Visigodos localizados en Valdetorres
El período de la Hispania visigoda abarcó desde mediados del siglo V hasta principios del siglo VIII y fue un período amplio de gran importancia en la historia de España.
La era visigoda en Extremadura dominó nuestras tierras durante tres siglos.
Mérida, antigua capital de la romana Lusitania, era uno de los centros políticos y religiosos más importantes de la península, siendo además un núcleo importante para el arte visigodo.
En las proximidades de la localidad de Valdetorres, se encontró un conjunto interesante de piezas visigodas aparecieron estas al hacer obras para nivelar y allanar el terreno en la finca llamada Las Vegas que pertenece a la familia Cortés. Se encuentra esta al norte del pueblo en la zona comprendida entre el río Guadiana y el río Guadámez donde la tierra presenta una notable fertilidad.
Las piezas se encontraron reunidas a una profundidad de un metro y medio, apareciendo en torno de ellas algunas piezas sueltas guijarros y fragmentos de pizarra sin una significación especial. En los alrededores sin una conexión ya con este punto se han sacado grandes bloques de granito tendentes a una forma regular aunque están muy deteriorados y no se observan resto de cerámicas o tégulas. Sin embargo muy próximo a este yacimiento, cruzando el Guadiana en una extensión considerable dominan los topónimos del tiriñuelos, los turuñuelos, el turuñuelo que en la región extremeña sirven para designar mezclas artificiales de tierra, y en ellos suelen encontrarse restos arqueológicos.
Señalemos que efectivamente en el lugar de «el Turuñuelo» comprendido en el término municipal de Medellín, pero muy próximo a la localidad de Valdetorres, existió una necrópolis donde se descubrió un rico ajuar funerario con piezas de oro pertenecientes a finales del siglo VI, en el que destaca un importante medallón con una adoración de magos que revela la conexión artística de Mérida con el Mediterráneo oriental ( tesoro encontrado en la finca propiedad de Francisco Javier Hidalgo- Barquero Cumbreño, cuñado de este Cronista)
Muy próximo al anterior, se encuentra otro yacimiento, del siglo V a.c denominado «El Turuñuelo de Guareña » localizado en el término municipal de esta población y a una distancia aproximada de 14 km, desde que en el año de 1734, se independizara del condado de Medellin.
Muy próximo también al citado yacimiento, a unos escasos 2 km, se encuentra la población de Valdetorres, dónde se hallaron dos Estelas tartésicas o de Guerreros, comprendidas entre los siglos XI y VII a.c
Las piezas visigodas hayadas en las vegas de Valdetorres, son dos columnas una pilastra una placa orneamentada y un mortero una de las columnitas es ochavada y ensancha en la parte superior conformando una especie de capitel esquemático.
El prototipo de esta columnita se puede localizar entre las piezas de Mérida, en en dos columnitas iguales donde el ensanche de la columna parece simular un capitel troncopiramidal bizantino, que además se encuentra complementado con la imposta que se ha tallado de modo enterizo en el mismo bloque a la manera del capitel-imposta oriental.
La pieza está incompleta mide 0,10 metros de altura máxima, siendo sus ejes superiores a 0,10 metros por 0,08 metros.
La otra columnita debió tener proporciones medianas a juzgar por su diámetro: 0,17 metros. El fuste es liso, y remata en la zona superior con una moldura. Su altura máxima es de 0,60 m.
El mortero de proporciones reducidas, tiene un diámetro de 0,26 m por 0,08 metros, y ha aparecido desfondado.
La pilastra está incompleta, cortada en la zona media, y fragmentada en dos partes. Mide 1,06 metros de altura máxima por 0,29 metros de ancho y 0,04 metros de profundidad.Está concebida como una placa de adorno, dado el escaso grosor de la pieza y el tosco cincelado que tiene en la parte posterior, que indica que la pieza se colocaría adosada. El fuste va cubierto con la simulación de una columna de la que se distingue claramente el capitel. Este está formado por dos hojas nervadas muy rudas, una moldurilla sobre ellas, con una ornamentación de zigzag, y otra moldura sogueada que va superpuesta la anterior. Abarcando toda la altura del capitel, se disponen a los lados dos especies de hojas reducidas a geometría que cierran los laterales. El fuste queda reducido a una sesión vertical de hojas de la misma especie que las del capitel. Este se encuentra flanqueado por dos bandas de taqueado que llenan el resto de la superficie.
El tema de la columna como motivo individualizado de adorno es frecuente en Mérida en la ornamentación de pilastras, donde constituye uno de los temas más repetidos. Pero la columna aquí representada, se asocia más a una placa también recogida en Mérida que reproduce este mismo tema y lo expresa de modo análogo.
En el ejemplo encontrado en Valdetorres, comprendemos una manifestación plena de la etapa visigoda,m donde los elementos han perdido su organicidad original y se manifiestan parcialmente y transformados. Aquí se han extraído los elementos de un conjunto descompuesto, se han yustapuesto a otros temas nuevos que no tienen una relación con el modelo original, como es el taqueado, y se nos da así una versión plenamente decorativa de los mismos. Las hojas centrales que hacen referencia al fuste, probablemente estén inspiradas en los baquetones con laurel que en alguna pilastra de Mérida conforman un tema equivalente al de la columna.
Finalmente hacemos notar en esta pieza el desarrollo del tema taqueado, como un caso más entre los escasos ejemplos encontrados en el repertorio general del relieve visigodo, que se centran en Mérida en el área de la lusitania.
La placa está incompleta y fragmentada. A pesar de ello conserva elementos suficientes como para reconstruir la composición total de la misma. Mide 0,91 metros de longitud máxima, 0,56 m de altura, y 0,04 metros de profundidad.
La ornamentación se estructura en tres registros independientes. En el del centro se representa un crismón de brazos patados, con el alfa y la omega colgando de cadenitas, y la rho constituida como un pequeño apéndice junto al extremo del brazo superior. El Alfa, la Omega y el apéndice de la rho están ornamentados con labor de sogueado. En los registros laterales, en disposición geométrica aunque algo desigual, se disponen una palmera con frutos, un ave sobre una trifolia de lis que también va sogueada y se complementa con una hoja triangular, y un pez al que se superpone otra trifolia de la misma especie.
Se reúnen aquí toda una serie de temas simbólicos que suelen representarse individualmente o en agrupaciones menores en piezas que tienen una significación elevada al constituir parte del mobiliario litúrgico del sanctuarium , como son los canceles, las piezas que lo ensamblan, los nichos, los sustentos del altar, y un conjunto de placas cuya funcionalidad no está muy determinada, pero que probablemente tuvieran por razón de iconografía un puesto relevante también en la organización iconográfica de la basílica.
El crismón que expresa a Cristo como principio y fin de todas las cosas, se repite frecuentemente y en gran tamaño dentro del repertorio visigodo de Mérida, siendo símbolo que debió ocupar una posición preferente en la iglesia y alcanzar la supremacía sobre los demás. Así debió manifestarse a través de los nichos y placas-nichos que suponemos que se situaron al fondo del sanctuarium , y secundariamente, en un plano precedente, en los canceles que se disponen ante ante el prebisterio. En nuestra placa efectivamente, el crismán ocupa el centro y tiene grandes proporciones, lo cual factiblemente fuera un modo triunfalista de expresión de la Iglesia católica frente a la arriana.
La palmera con frutos que desde la antigüedad en Mesopotamia había asumido la significación «del árbol de la vida» sigue teniendo una validez simbólica en el cristianismo bajo este mismo y amplio sentido de la vida, concretando frecuentemente en la idea del triunfo o de la vida eterna, y otras veces referido a una visión paradisiaca.Esta visión paradisiaca suele complementarse con flores, aves y peces, los distintos órdenes de la creación, como vemos en nuestra placa, si bien la paloma, si es la especie que se representa aquí, implica por sí misma un significado eucarístico también.
Dentro de este mismo ámbito, hacemos notar que los frutos que cuelgan de la palmera no son exactamente dátiles, sino racimos, una representación parcial de la viña, que constituye un claro símbolo eucarístico, cuya asociación a la palmera no es extraña.
Por otra parte, el pez, uno de los símbolos iniciales del cristianismo , que incluso fuera de sus límites ha tenido una relación con la idea del principio de la vida de la fecundidad, ha sido un claro símbolo de Cristo repetido a lo largo de los textos evangélicos, y que ha desempeñado una función primordial en el orden bautismal y en el orden eucarístico.
Es difícil concretar el sentido determinado al que pudo referirse esta iconografía en este caso concreto. No sabemos además hasta qué punto todos los símbolos que aquí aparecen disgregados , yuxta puestos sin una organicidad compositiva, no son más que una agrupación confusa sin una concreta intencionalidad programática.
La disyunción de elementos de una composición y la introducción de los mismos en distintos conjuntos nuevos donde pierden su significación original, es uno de los rasgos característicos del relieve visigodo. Manifestaciones de esta particularidad en nuestra placa son las trifolias que modelos originales aparecen junto al crismón y aquí se disocian de él formando parte de las composiciones laterales, o los racimos, inicialmente asociados a composiciones de tallos y aquí unidos a la palmera. Del mismo modo, el pez pertenece al mismo género que los peces que se recogen en una composición acuática de un canalón de Mérida, y el pájaro lo conocemos en una agrupación a través de uno de los canceles que debió introducir uno de los modelos de partida en Mérida, dadas las claras conexiones que este manifiesta con otras composiciones de Rávena.
Paralelamente a esta traslación de formas y concentraciones de las mismas debemos cuestionarnos efectivamente la coherencia de su significado de fondo.
Desde el punto de vista funcional tampoco es claro el valor concreto que pudo tener esta pieza, dado que no podemos definir con exactitud su función. En principio nos inclinamos a pensar que se trata de una placa de cancel. Pero ni la pieza tiene los instrumentos propios para ensamblar, -lengüetas o ranuras- en lo que no es posible apreciar, ni su proporción de altura parece la conveniente para un cancel. Ya señalamos esta particularidades para un conjunto de piezas de Mérida que repetidamente han venido considerándose como canceles, y que probablemente tuvieran otra función, pero siempre con una ubicación distinguida en el recinto del sanctuarium, dada su iconografía. En cuanto a cronología, el proceso al que antes aludimos de disyucción de formas, requiere de una secuencia de tiempo entre los modelos iniciales y su derivación. Por otra parte, la técnica de talla, tendente al esquematismo, nos introduce en el campo de una creación artesanal que contrasta con el esmero y refinamiento de obras que pueden considerarse en Mérida iniciadoras del relieve visigodo y que tiende a dominar en una segunda etapa de creación en el siglo VII.
El gusto por el recargamiento que modifica algún elemento haciéndolo más rudo como vemos en el adorno del sogueado que cubre las letras a pocalípticas o las trifolias, es índice también de estas tendencias.
Un elemento que podría dar la pauta para clasificar esta pieza son los racimos que cuelgan de la palmera,
cuya conformación regularizada en forma de corazón, ha sido localizada entre representaciones del área Norte, algunas de ellas en San Pedro de la Nave, que nos remiten al siglo VII.
Por otra parte, la grafía del Alfa puede ser también un indicador de interés. En todos los crismones recogidos hasta el momento en Mérida, el alfa se constituye con un travesaño oblicuo, y este es el primer caso en el que el travesaño tiene forma de ángulo.
Según estudios epigráficos, este segundo tipo se ha registrado en epígrafes comprendidos entre el año 465 y 601, volviendo a reaparecer en el año 648. Es decir, que entra dentro de lo posible que este tipo se desarrollara en la etapa del siglo VII como pretendemos. Además debemos considerar también que entre los relieves visigodos, el tenante de Quintanilla de las Viñas que se sitúa con seguridad entre las obras más tardías de la creación visigoda, a principios del siglo VIII, mantiene este tipo de alfa. Por todo lo aducido, es probable que este conjunto sea de una etapa tardía dentro de la creación visigoda, del momento del siglo VII.
Todos estos hallazgos como hemos señalado, pertenecen a la comarca periférica de Mérida en un radio relativamente cercano que debió quedar bajo su dominio directo ya desde la etapa romana. Son tierras fértiles donde se detectan numerosos restos de villas o pequeños asentamientos, que posteriormente llegan a cristianizarse.
Las piezas que estudiamos, con seguridad salieron de los talleres de Mérida. No nos cabe la duda ante una pieza tan extraordinaria como es el tenante de Villagonzalo , comparable con las mejores tallas emeritenses y respecto al resto de las piezas, si manifiestan una concepción y técnica más toscas, en el mismo centro de Mérida hay piezas de calidad semejante. Por otra parte, en lo que se refiere al material, a simple vista creemos identificarlo con las finas variedades de mármol blanco y mármol gris solamente para la pilastra de Valdetorres se ha empleado este último procedentes de las canteras de Borba y Estremoz, que se utilizaron de manera generalizada en la escultura emeritense, lo cual es otro indicio para pensar en la efectiva elaboración de estas piezas en el taller de Mérida.
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