POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA.
Aquellas piedras untadas de sebo al amanecer, sobre el río Darro, hacían las delicias de niños y mayores en el barrio de san Pedro, junto con un columpio muy humilde de la época, las barquillas de madera. La madrugada del 29 de Junio, víspera del día de san Pedro, era una jornada de trabajo para los vecinos del Barrio, fundamentalmente, los del paseo de Los Tristes. Había que colocar unas piedras, que en hilera, cruzaran el cauce del río Darro, pero untadas de sebo, para hacerlas más resbaladizas aún. La gracia consistía en pasar de una orilla a la otra, sin caer al agua, haciendo equilibrio sobre las lascas enjabonadas. El asunto comenzaba poco antes del amanecer, y las carcajadas se podían escuchar desde el cubo de la Alhambra, porque a fin de cuentas, todo sucedía a los pies del monumento nazarí. El mejor sitio para presenciar el espectáculo, era en el pretil del río, a la altura de la casa donde vivía, Manuel Girón Cuesta. Desde allí, se observaba, como los más atrevidos, intentaban cruzar, y como al final terminaban como una sopa, tras varios intentos. El asunto era que estando fresco, la empresa se presentaba harto difícil. Y al decir fresco, quiero decir sobrio. Cuando el intento tomaba tintes de tragedia, era cuando aquellos que no se habían acostado todavía, y que además habían ingerido el alcohol suficiente como para creerse héroes del momento, se empeñaban una y otra vez en pasar al otro lado, y el final era recogerlos de las frías aguas, que a base de remojones, les iban aliviando la embriaguez. Aunque alguno hubo que, por su terquedad e insistencia, terminó en la Casa de Socorro con algunos puntos de sutura. Nunca faltó el buen humor Pese a que las fiestas del barrio de san Pedro, eran fundamentalmente para los vecinos, siempre estuvieron abiertas a cualquiera que madrugara ese día y quisiera pasarlo bien, con la carcajada por bandera. Por eso no era extraño – y mucho más divertido – ver caras desconocidas venidas de otras barriadas, o tal vez del mismo centro, que ataviados inadecuadamente para la ocasión, como por ejemplo, traje y corbata, aparentando que o bien no habían dormido en toda la noche, o se aprestaban para incorporarse a la jornada laboral en una buena empresa, se atrevían, con los zapatos en la mano y los perniles remangados, a pisar sobre las piedras, sin tener en cuenta que estas los devolverían a las aguas, para salir empapados buscando apresuradamente la orilla, con el rubor en sus caras, para no ser reconocidos. Alguna mujer también lo intentó, y el resultado era casi siempre, salir empapada de las aguas, dando tiritones, porque a esas horas, el Darro bajaba fresco. Tampoco faltó nunca a su cita, aquel vecino guasón, que año tras año se disfrazaba de mujer, haciendo las delicias de los presentes, con sus repetidos intentos de pasar “las pasaeras”, y aunque alguna vez consiguió llegar a la otra orilla seco, ante el descontento de la gente, no dudó en volver a intentarlo y caer al agua mostrando impericia, para gusto y regocijo del paisanaje, que lo obsequiaba con carcajadas enormes y sonoras palmas, mientras el vecino revestido de mujer, conseguía enlazar los aplausos, a base de ademanes con sus manos, de estar refrescándose en el río, la parte baja de su vientre.
El Padre Manjón
Lo que hoy conocemos como Paseo del Padre Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María, se convertía en el recinto ferial con puestos de chucherías para la chiquillería, y rudimentarios columpios, como las barquillas de madera, cuyo efecto pendular, en ocasiones si le dabas una propina al barquillero, podía ser giratorio completo, y luego la frenada, a base de pisar unos gruesos tacos de madera, que al llegar las barquillas a la verticalidad, rozaban en movimientos muy acompasados la quilla de las naves, revestida como trozos de goma de neumáticos, para hacer más suave la frenada. Pues por éste paseo, bajaba y subía a lomos de su burra, “Morena” Don Andrés Manjón, cada día que iba a dar clase a la Universidad, por eso decía chuscamente, que ella era la primera burra que había entrado en la Universidad de Granada. Él que tanto bien trajo al barrio de san Pedro y al Sacromonte, con sus escuelas, en las que antes de impartir números y letras, se daba comida y vestido a los más necesitados, pues un docente como él, sabía que no se podía prestar atención en clase, si de casa llevabas el estómago vacío. Aunque a finales del siglo XIX, vino a la Abadía del Sacromonte a dar la asignatura de Derecho Canónico, a base de pasar todos los días por las cuevas de los gitanos y, ver sus miserias y analfabetismo, se puso manos a la obra, y realizó un trabajo que todavía hoy, Granada es deudora de tal señor.
FUENTE: CRONISTA T.O.