POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Suele ser labor del Cronista referir los hechos del pasado del lugar que reivindica y cuyo recuerdo ha sido encargado por el pleno de los munícipes. Entregado a la memoria, aunque sea cercana, el Cronista debe esforzarse porque los vecinos, confiados en su análisis e investigación, no pierdan demasiado el ripio que el ayer regala, no sea que dibujen un mañana descontextualizado y ciertamente horrendo. En esa responsabilidad altruista, Cronistas de todo tiempo rebuscan en el pretérito una incansable rima con el presente que justifique el honor que supone ser elegido por los vecinos como testigo de una evocación inagotable.
En algunas ocasiones, el presente se convierte en inexorable remembranza, obligando al Cronista a buscar la referencia que corresponda, no sea que el imprescindible hoy se agote como todo lo que nos rodea en una efervescencia que carezca de sentido. En esos momentos en que la actualidad explota hacia el pasado, el Cronista no tiene otra que apartar al periodista y trascender el instante del momento efímero hacia el testimonio custodiado en archivo y biblioteca. En otras palabras, el suceso cotidiano es tan poderoso que nos vemos en la necesidad de hacer crónica del viernes pasado, sacando la responsabilidad de informar al noticiero.
Supongo que tal circunstancia tomó cuerpo el pasado jueves, 27 de julio de 2023, cuando un desafortunado accidente provocó la ruptura del acceso central de las llamadas Puertas de Segovia. Construidas en 1767 bajo la dirección y diseño de Juan Esteban, arquitecto designado por Carlos III para la reforma urbanística de El Escorial y San Ildefonso, el citado pórtico daba acceso al Barrio Alto de este Real Sitio. De hierro forjado y remate en filigrana embellecida por coronas reales españolas, las llamadas Puertas de Segovia han sido durante doscientos cincuenta y seis años una de las imágenes emblemáticas de este Real Sitio para todos aquellos que en algún momento se acercaron por este Paraíso. En su conjunto, formaban un frente resultón, aunque un tanto insulso, como bien me reconocía años atrás José Luis Sancho en uno de aquellos cursos de verano que una vez organizáramos en los veranos de San Ildefonso.
Sobria pero seca, estirada pero turbia, la puerta pergeñada por Juan Esteban decía poco, como tantas de sus creaciones en el Real Sitio que fuera. En lo que se refiere a esto, un servidor siempre será seguidor del trabajo regalado por José Díaz Gamones, nacido en La Granja de San Ildefonso y arquitecto de casi todo lo que nos queda intramuros con cierta enjundia. No tienen más que acercarse al enclave de las puertas del Barrio Bajo, donde el compás de monumentalidad y uso del paisaje como elemento arquitectónico rebate con argumentos técnicos, estilísticos e históricos cualquier aproximación a lo que hiciera unos pocos años antes Juan Esteban en el Barrio Alto.
En su defensa, la de Esteban digo, hay que reconocer que la acción conjunta de la administración de la corona y su patrimonio con los ayuntamiento pasados, han venido jugando claramente en su contra. La edificación de moles sin sentido adheridas a la cerca alta no deja de ser un más que evidente detrimento del conjunto general ideado por aquel arquitecto tan solo recordado por una callejuela cercana al monasterio de San Lorenzo del Escorial. Echen un vistazo, si no me creen, a una de las deliciosas acuarelas que Martín Rico regaló al Real Sitio y que bien podría haber pintado María Rubio Cerro, si la edad le diese para ello. En semejante estampa se aprecia la monumentalidad de las Puertas de Segovia exentas de edificios adosados con el abrevadero del fielato constituido para el cobro del correspondiente portazgo, que para algo más que embellecimiento deben servir las puertas de un recinto amurallado o, en este caso, cercado para significar la posesión del rey.
Subsumidas en la vorágine destructora que conlleva el mal llamado progreso inherente a la construcción sin sentido, las viejas puertas han languidecido durante casi tres siglos, sometidas de vez en cuando a una remozamiento superficial limitado a cuatro brochazos y algo de oro residual en las florituras cenitales, sustituido la última de las veces por cuatro brochazos dorados que, en la distancia de la desidia, dan el pego igualmente. Puede que, destinadas a la insensible desgana que heredamos del desconocimiento, las Puertas de Segovia tan solo hayan lucido en la mente ya pasada de su arquitecto y que, como ocurriera con la Puerta del Horno y la Puerta del Campo, el olvido de lo que una vez fueron sea su verdadero y lamentable destino.