LA CATEDRAL DE CANARIAS, TÓTEM Y PATRIMONIO
POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (CANARIAS)
«A nadie se le oculta ese papel totémico que aquí tiene y juega, para propios y foráneos, el edificio histórico-artístico más grande y señero de las islas, la Catedral de Canarias»
Hay objetos, construcciones muy diversas e incluso espacios naturales o urbanos que, con el devenir no sólo del papel que han jugado en el seno de una comunidad sino con el significado de su misma presencia en ella, adquieren un carácter totémico indiscutible. Se instituyen en un verdadero emblema de esa colectividad, que le otorga funciones identitarias y de representación simbólica, lo que, a su vez, lo sacraliza y lo hace trascendente para el conjunto mayoritariamente.
En el caso de Las Palmas de Gran Canaria en particular, como de Gran Canaria en general, la presencia de una obra arquitectónica, que surge casi con la misma ciudad -el profesor Manuel Lobo, en su obra sobre la historia de la fundación de la ciudad (2023), ya señala como «establecido el cabildo en la primitiva ermita, la tarea fue la construcción de la nueva sede y definitiva catedral que irá unida a un programa urbano que supondrá el primer ensanche de lo que había sido el núcleo fundacional»-, evoluciona al compás que ella y, como la propia urbe, aún no está culminada y puede seguir evolucionando en el futuro, se convierte en algo sacralizado generación tras generación de grancanarios, y se instituye como el emblema más recurrente y reconocido a través de los siglos, tanto por su forma, como por todo lo que se ha dado, se da aún y se espera que se dé en el futuro entorno a la misma. Así, a nadie se le oculta ese papel totémico que aquí tiene y juega, para propios y foráneos, el edificio histórico – artístico más grande y señero de las islas, la Catedral de Canarias.
Este tiempo estival es un momento adecuado no sólo para acercarnos a él, para visitarlo detenidamente, sino para reflexionar sobre todo lo que ha significado y significa en la historia socio-cultural isleña propia y como puente hacia otros continentes, hacia el encuentro con otras civilizaciones, para entender cuál es la trascendencia de su patrimonio tanto material, como inmaterial. Un tiempo de reflexión veraniega que nos prepare para entender y acoger mejor el significado de conmemorar, el próximo año, el 50 aniversario de su declaración como monumento histórico-artístico de carácter nacional -que, además, lo convierte en la actualidad en Bien de Interés Cultural (BIC) de la Comunidad Autónoma de Canarias-.
Un aniversario que tendrá su día clave en pleno fragor de las Fiestas Fundacionales de la Ciudad, el momento más adecuado para programar algunas actividades culturales y algún evento solemne, dado que fue un 21 de junio de 1974 cuando el BOE publicó el decreto 1689/1974, de 24 de mayo, que reconocía no sólo «los méritos arquitectónicos, históricos y artísticos que reúne la catedral de Las Palmas», sino que resaltaba el «más alto valor ideológico que presta a este monumento singular importancia, cual es la de constituir la avanzada atlántica del arte gótico, que por su situación en la ruta de las Indias tanta influencia había de tener sobre el arte americano y así puede verse que los tipos de arquitectura isleña se reviven en el Nuevo Mundo tanto en edificios religiosos como civiles que recuerdan los de Canarias».
Aquella declaración que no sólo produjo enorme satisfacción en el seno de la sociedad insular, sino reacciones que aprovechaban el decreto para ir más allá, como la de la corporación municipal que en el pleno celebrado pocos días después, el 27 de junio -en el que tomaba posesión como alcalde el inolvidable Fernando Ortiz Wiot (1974-1979)-, a través del concejal Vicente Doreste Medina, reconocía a la Catedral como «el mejor monumento, el más soberbio e importante de Canarias», y solicitaba que no quedara en «una simple distinción reflejada en un oficio ministerial», sino que se aprovechara para dar los pasos necesarios encaminados a la culminación de las obras, «entre otras cosas, la terminación de las obras inconclusas, sobre todo de la llamada Capilla del Sagrario». Un decreto y un momento en el que se entendió con claridad que, un monumento de la categoría, significación y trascendencia como el que se reconocía su enorme valor, debía concitar la unión de esfuerzos de todas las administraciones para su conclusión, restauración y mantenimiento.
Y este debe ser el mensaje que, cincuenta años después, se debe recoger y dinamizar. La Catedral, como monumento totémico, es patrimonio material e inmaterial de la sociedad en su conjunto, que, como tal, debe afrontar y sustentar todo el esfuerzo que hoy requiere para su preservación y difusión como símbolo de esa capital cultural europea que ha sido y es, en el seno de las rutas atlánticas, Las Palmas de Gran Canaria. Una importancia y trascendencia que, ya a mitad del siglo XIX, se le reconocía en un amplio reportaje publicado por la prestigiosa revista madrileña el ‘Museo de las Familias’ (Madrid, Hemeroteca Municipal. 25 junio 1848, p. 139-141), dentro de su sección ‘Estudios de viajes’ bajo el título ‘La Catedral de Las Palmas’, un texto atribuido a Agustín Millares Torres, que iniciaba señalando como «En la populosa ciudad de Las Palmas, capital de la Gran Canaria, existe una catedral consagrada a Santa Ana, que por el tiempo en que se comenzó, por sus colosales dimensiones, y por la elegancia de su arquitectura, merece muy particularmente llamar la atención de nuestros lectores».
El decreto de 1974 realizaba una interesante y cumplida descripción tanto de los valores arquitectónicos del edificio catedralicio, como de los tesoros que conservaba, que hoy se exponen en el Museo Diocesano de Arte Sacro, y en las propias capillas del templo. Cincuenta años después, otro caudal incalculable es conocer y comprender la significación que la Catedral ha tenido en la historia insular, en muy diversos ámbitos económicos, sociales, políticos o culturales, en sus relaciones con otros continentes, muy especialmente con América, así como la obra artístico-cultural que en ella se desarrolló en muy distintas épocas, con trascendencia en otros ámbitos de la sociedad isleña, como pueden ser la bellas artes o la música, pues no es descabellado pensar que el hondo arraigo que la cultura musical tiene en Gran Canaria, en muy diferentes ámbitos, encuentra su germen en la labor de la Capilla de Música de la Catedral y de los destacados maestros que tuvo al frente durante los siglos XVI al XIX.
Y no se deben olvidar eventos celebrados en el presente siglo, como la gran exposición ‘La Huella y la Senda’, organizada con motivo del sexto centenario de la fundación de la Diócesis y el quinto centenario del inicio de las obras de la Catedral, que recopiló obras significativas para la historia de este templo y de las islas, que se trajeron incluso de lugares como el propio Vaticano. Como lecturas sobre todo ello en este agosto, entre los libros, trabajos de investigación y numerosísimos artículos que ha merecido, sugerir ‘Historia de la Catedral de Canarias’ (1992), del investigador y sacerdote Santiago Cazorla León, y el propio libro-catálogo de la mencionada exposición, ‘La Huella y la Senda’ (2004), coordinada su edición por el director del Museo Diocesano y actual deán, José Lavandera López.
Si en 1974 el entonces cronista oficial de la ciudad, Luis García de Vegueta, precisaba que «ahora que nuestra catedral es «dos ves» Monumento Histórico Artístico Nacional, por cuenta propia y como parte integrante del barrio de Vegueta (el barrio en su conjunto se declaró como tal en mayo de 1973), convendría ir pensando en su definitiva terminación», cuando estamos en la antesala del cincuenta aniversario de la declaración, y ha sido también reconocido como BIC, debemos reflexionar en este tiempo estival no sólo sobre sus valores arquitectónicos, artísticos, históricos, culturales en general, sino en la significación que tiene como símbolo identitario, podría decirse de carácter totémico, para la capital grancanaria y para Canarias en general.
