POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Cuando llegan estos días de asueto y olvido es cuando analizo al resto en silencio. Mi profesión me permite tratar con los demás pero sólo les observo. Generalmente no me transmiten más que su naturaleza humana y por ende no me merecen ni siquiera mostrarme. Así ocurre y muy pocos me conocen. En los tiempos de mi no experiencia pertenecía a los demás, a los que me regalaba por el hecho de pensar que ellos sabían y yo no sabía nada. Y la vida transcurría como parte del mobiliario ajeno donde me vivían y yo me dejaba. Y por tanto me colocaban donde a ellos les parecía bien. Al menos eso ha cambiado, he aprendido a no dejar pasar ningún instante que merezca ser vivido y lo más importante, he aprendido a decir «NO». Con ello he conseguido dos cosas, que quien quiere conocerme me conozca y quien no lo entienda tampoco me importe.
En el lugar donde me encuentro, tengo tiempo. Tiempo de ver y mirar a los ojos. Y analizar en qué mundo vivo. Y no me gusta. Debo ser un hereje como me definí hace tiempo. Y soy feliz siéndolo.
Ahora mismo escribo esto en una terraza junto a un monasterio fundado en el siglo XII y me doy cuenta de la relatividad del tiempo. Nos creemos en ocasiones el centro del universo cuando vivimos en un pequeño planeta que gira alrededor de una pequeña estrella y donde nadie recuerda las vidas de los que pisaron este monasterio. Tan importantes se creen algunos, que no son sino necios.
Y pienso en la gente que ya no podré vivir, pero no como me vivieron a mi, sino compartiendo una conversación y un tiempo mutuo con las libertad de quererlo compartir, pero lo único cierto, que es la muerte, me impide hacerlo. Eso es triste, pero es parte de la certeza de la vida.
Pisar el freno en días de asueto te deja pensar. El trabajo sólo es un medio. Y lo que es cierto es que ya a mis clientes les elijo yo, y no ellos. Alguno se extrañará en otoño de esto. Pero ya está escrito en mi intención.
En cuanto a lo que me gusta hay algo cierto, mis investigaciones avanzan sin darme cuenta y en un año, he conseguido que la muerte no sea olvido y muchos a los que hay que agradecer que seamos lo que somos no sean olvidados.
Dejo ya las crónicas alrededor del Pilde y me dedicaré a mi encomienda de Valdepiélagos con gratia et amore.
Y soñaré con Ermesenda de Narbona en el monasterio que hubo a unos metros de casa. Y con Doroteo Andrés luchando en las Colinas de San Juan. Y con Gregorio, alcalde de Roa, huyendo a Quintanilla de Nuño Pedro. Y con Pedro Nuñez y Elvira cabalgando por su señorío. Y con Jerónimo Merino haciendo huir al francés. Y todo con el escenario de un río, el Pilde, al que he supuesto en la oscuridad de la vega, por la ventana, todas estas noches.
Y recordad, que quien me encuentre y le apetezca, me tendrá para vivirme ante una caña, una copa, una conversación o un paseo.
Sabed que disfruto de vosotros y ahora, he aprendido a hacerlo.