POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Salió en procesión el día de su festividad, 28 de agosto, como debe y tiene que ser. Desde el respeto y no ruptura de sus tradiciones. Romper la tradición es romper la historia. Así fue y así es. Fueron los hombres, dedicados a la labranza, los que cincelando los atajos del tiempo decidieron abandonar los cobertizos festivos de invierno de la Inmaculada, Santa Brígida, Las Candelas y San Blas, que con tanta solemnidad y celo habían celebrado, buscando como destino, en los últimos días del mes de agosto hacer quincena, bajo el rito sano del oficio de la diversión. Porque el grano dormía en los silos y doblados y se habían entregado las cuentas. Los melones, casados y sumisos, esperaban para ser colgados y las manijas y dediles de la siega se habían dado al reposo. Aquellos hombres decidieron, para bien, estos días, antes de que llegasen latidos de uvas pidiendo partos de bodegones de vendimia y serones para ser conducidos a los lagares.
En los comienzos de la Restauración de Alfonso XII, siendo alcalde Francisco Martín Gómez, fueron aprobadas unas nuevas Ordenanzas Municipales, que contenían noventa artículos, entre los que se encontraban los dedicados a la regulación de las fiestas populares que entonces se celebraban en el municipio. Me refiero a los carnavales, nochebuena y la Feria de agosto, que debido a la riqueza de su contenido transcribo: “Artº 9º. En los cuatro días de feria que este pueblo tiene concedida se observará el mayor orden, sin darse a quimeras y otros disgustos que traen funestas consecuencias bajo la multa de una a tres pesetas, sin perjuicio de mayores penas según los casos”.
La Feria de Agosto siguió celebrándose como una fiesta civil, sin ningún matiz religioso. En el año 1931, la primera Feria de la República, el Ayuntamiento recaudaba cuarenta y cuatro pesetas con veinticinco céntimos por la colocación de treinta y tres puestos y atracciones: puestos de dulces, carros de helados, churros, venta de novelas, navajas, ruedas de rifa, cantina, escopetas de la corcha… en cuya extensa nómina estaban los retratistas José Vargas y Eulalio Camburo. En la plaza, amenizaron las verbenas los músicos de la Agrupación Artística Musical de Montijo, bajo la magistral batuta de su mejor director, don Andrés Mena.
Rendida la víspera, tras los fuegos y la resaca de la verbena, aguardaban dos palos en las manos del churrero Joaquín Moreno Silva, faenando sobre la espiral de una rueda de churros, friéndose sobre el aceite de la anafre, que ahora hacen borbotear las nostalgias, junto a un trago de aguardiente que reinventaba la vida. Levantando acta de todo ello seis fieles fedatarios públicos, Jacoba Molina, Marcelino Carvajal, Manuel Álvarez, José Adeva, Francisco Lemus y José Merino, propietarios entonces de las tabernas. Templos para la bebienda, donde oficiaban académicos y notables en el culto al vino, bajo una voz solemne y ceremoniosa que invitaba al consumo, “Apura que te llene”.
La Feria de Agosto no fue ajena a tiempos de necesidades, ahogos y asfixias. Silencio y obligado acatamiento. Fueron años de escasez, de hambre, de privaciones, de voces lastimeras, de mendigos que iban de puerta en puerta pidiendo por Dios un mendrugo o unas monedas. Así transcurrieron los quehaceres de la Feria de aquellos años de la posguerra. Hasta hubo un intento de trasladarla de fecha. Gracias que el sentido común y el raciocinio se impusieron.
Pero a pesar de las estrecheces, siempre hubo un rayo de luz lleno de materia de sueños que cruzaba el espacio trayendo al anhelo de nuestros destinos el entretenimiento, la ilusión y la esperanza en las Ferias de Agosto. Y siempre el mismo recinto para celebrar la Feria: “La Plaza”, lugar sagrado para conciertos al aire libre y tribuna de las mejores melodías, bajo el arrastre solemne y glorioso de los pies de las parejas siguiendo las notas del pasodoble “España cañí”.
Los años trajeron un cambio de sentido para la Feria. A su esencia, a su enjundia exclusivamente civil se le buscó un patronazgo bajo la advocación del obispo de Hipona, San Agustín, doctor de la Iglesia. Cuentan que aquellos padres, en su deseo de cristianizar la Feria de Agosto, se decidieron por este santo al coincidir el santoral del día 28 con su festividad. Iniciativa que presentó el entonces Juez de Paz, Sebastián Félix Pérez Vázquez, Félix, el de la posada, siendo alcalde Manuel León y cura párroco Vicente Navarro del Castillo. El bueno de Félix, al designar a San Agustín para el patronazgo, seguramente desconocía que, a este santo le iban también las diversiones y las fiestas, pues San Agustín, entre sus muchas reflexiones nos dejó ésta “Una vez al año es lícito hacer locuras”. Que siga siempre así, loboneras y loboneros.