POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE GUADALAJARA
Mi aportación a la visión patrimonial de una ciudad en los días de su Fiesta Mayor. Aunque hoy la gente está a otras cosas, ese edificio solemne y pulcro sigue teniendo referencias de autenticidad. Hay que girar levemente la mirada sobre él, analizarle, y apreciarle en lo mucho que vale.
Cuando los turistas, guía en mano, se acercan al Palacio de Antonio de Mendoza, de Guadalajara, como una de las señaladas mecas del arte del Renacimiento español, muy pocos piden que, además del patio, le abran la iglesia aneja, la iglesia de la Piedad. Por eso, hoy es este un espacio apenas visitado, casi siempre cerrado, y olvidado de todos. Pero ello no le resta mérito alguno al que fue templo renacentista en el que puso mano (trazas y ejecución) el más grande arquitecto castellano del Renacimiento, concretamente Alonso de Covarrubias.
Hay que tenerlo presente: aneja al palacio de don Antonio de Mendoza aparece la iglesia de la Piedad, mandada construir hacia 1520 por doña Brianda de Mendoza, sobrina y heredera del caballero constructor del palacio anejo, don Antonio de Mendoza y Luna. Lo hizo para servir de templo que diera significado real al Colegio de Doncellas y Beaterio que instituyó en el heredado palacio. Posiblemente en sus inicios contó este edificio con alguna capilla u oratorio, bien en las salas del piso alto, bien aneja al mismo, como un apéndice. Pero lo cierto es que doña Brianda decidió elevar un nuevo templo de proporciones mayores y con una riqueza de elementos que se correspondieran con la prosapia de su linaje.
Para ello adquirió algunos terrenos y casas colindantes con el palacio, y contrató la obra con los maestros de cantería Juan García de Solórzano y Pedro Castillo, quienes iniciaron la cimentación del edificio. Sin embargo, poco después, en octubre de 1526, estableció acuerdo con el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias para que fuera él quien diseñara la obra y dirigiera su construcción, obligándose personalmente a hacer la talla de algunos elementos, concretamente de la portada. En este sentido, el maestro de obras, -por entonces en los inicios de su carrera-, mas famoso del siglo XVI, vino a Guadalajara a dejar su huella en este templo.
La estructura primitiva de la iglesia de la Piedad, que hoy se mantiene aunque muy alterada, era la de un espacio de una sola nave, alargado de norte a sur, quedando por este costado anejo al palacio, aunque no hay evidencias de que tuviera comunicación directa con él. Se dividía en cuatro tramos, rematando en un presbiterio elevado y de planta poligonal. Así lo vemos en el único plano existente en la actualidad de este templo, el elaborado en 1880, que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Guadalajara.
La cubrición de la iglesia se hacía por medio de cúpulas nervadas cuyos elementos surgían desde las impostas en que remataban los apoyos, en forma de pilastras, que acentuaban los tramos del templo y formaban las esquinas del mismo. Estos apoyos, de los que aún se ven los del fondo del presbiterio, eran de sección cuadrangular, con basamentas de ascendencia gótica, pero con fustes lisos o levemente moldurados.
La techumbre, que ya cedió en un primer momento, hacia 1528, y hubo de ser reconstruida por el propio Covarrubias, volvió a derrumbarse tras la Desamortización, obligando a cubrir el espacio con un falso techo de escayola.
En este templo se cometieron otras diversas reformas desafortunadas: su espacio se dividió en dos por un forjado de vigas metálicas, convirtiendo la parte baja en capilla del Instituto de Enseñanza Media, y la alta en salón de actos. La restauración realizada en 1992-93 también fue muy poco consecuente con su primitiva esencia: se abrió una puerta de diseño, muy moderna, e innecesaria, sobre el muro de mediodía, junto a la puerta principal de Covarrubias; se añadió una gran escalera de materiales ostentosos a los muros del presbiterio, rompiendo las molduras y letreros que recorrían sus paredes. Y se mantuvo el segundo piso sobre el forjado intermedio.
En los días de su creación, y durante algunos siglos después, esta iglesia tuvo altares de estilo renacentista, según consta en fidedignos documentos. Tuvo rejas, orfebrería y adornos que le hacían un espacio lujoso y artísticamente inigualable. El presbiterio, cerrado ante la nave por una reja plateresca, ofrecía en lo alto de sus muros un friso en el que se podía leer (y aún con cierta dificultad hoy todavía se lee, aunque ya rota por la escalera que se le ha añadido) la siguiente inscripción: esta iglesia y monasterio de la piedad desde los fundamentos edifico la ylustre señora dª brianda de mendoza y luna hija de los ylustres serñores d. yñigo lopez de mendoza y dª maría de luna duques del infantado y dotola en la renta necesaria para las monjas y doncellas y gasto de la casa y limosnas de los casamientos acabose año de 1530 años.
Frente al altar mayor, al inicio de los escalones que ascendían hasta el presbiterio, se puso, por mandado expreso de la fundadora, el enterramiento de doña Brianda de Mendoza, tallado también personalmente por Alonso de Covarrubias. Era un magnífico muestrario de ornamentación plateresca, pues sobre los cuatro costados del mismo aparecían tallados finamente sobre alabastro blanquecino los escudos de la fundadora, con las armas de Mendoza y Luna, combinados con una agradable serie de pilastras y grutescos. El sepulcro se cubría con una gran pieza curvada en suaves líneas, de jaspe rosáceo. Fue deseo de la fundadora no aparecer en talla sobre el mausoleo, y quedar así en formato geométrico inexpresivo. Este enterramiento ha sufrido múltiples y desafortunadas vicisitudes, pues fue deshecho, arrinconado, posteriormente restaurado por el profesor don Gabriel María de Vergara, puesto en un museo interno del Instituto, trasladado nuevamente a la iglesia, y puesto a un lado de la nave. Retirado cuando las obras últimas, quedó fragmentado y prácticamente destruido. Los tres paneles que quedaban (el cuarto panel fue vendido en 1937 a un mercader que lo revendió a unos agentes norteamericanos, y ha terminado expuesto, muy dignamente, en el Museo de Bellas Artes de Detroit (Michigan) de Estados Unidos. Una cuidadosísima restauración final le ha devuelto su primitiva prestancia, y hoy se muestra en el centro del presbiterio, bajo la desafortunada nueva escalera.
Lo más interesante para el visitante de este templo es su portada, que consta fue tallada, hacia 1527-28, directamente por mano de Alonso de Covarrubias. Su diseño y estructura es también obra del artista toledano.
Realizada sobre piedra de Tamajón, en esta portada destaca el grupo superior de La Piedad (Cristo muerto sostenido sobre su regazo por María su madre) y una serie de grutescos y capiteles acompañados de escudos heráldicos de la fundadora.
En estos días de fiesta y bullanga, especialmente para quienes nos visitan, podría suponer un rato de relax acercarse a contemplar esta portada, para la que además cumple pedir un poco más de atención y limpieza, porque ese aislamiento en el que está supone también como un olvido, y por ello siempre la vemos a oscuras, un tanto sucia, siempre con la amenaza de la fragmentación de sus piedras por la erosión de los siglos.