POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE LA FORTUNA (MURCIA)
Puede que sea oportuno traer la figura de este escritor oriholano a colación, cuando se suele entonar el olvido hacia escritores que dejaron huella en su tierra y que quedan apartados sin saber sus causas. Antonio Sequeros López ( 1900-1983), es un escritor emulo de Miguel Hernández, amigo de Azorín y Jorge Guillen, de los escritores noventayochistas, pues uno de sus libros va dirigido a esta pléyade de hombres que llevaban España en sus venas. Sobre todo un enamorado de la huerta, su patria chica inundada de naranjos y de quijeros que soportaban las riadas, cuando el río Thader, tan amado, dejaba tragedias en las heredades del labrador, cavador que, desde su barraca sentía la ruina o se esperanzaba por la fertilidad de sus cosechas.
Desde su pueblo natal Benejúzar dominaba el ambiente, retenía el olor de las primaveras envolviendo los días festeros, los huertos y acequias con sus puentes de elocuencia donde discurre el río que a veces trota con una fuerza de tritón , sin rumbo y dejando la miseria en su camino. De esas cosas sabía mucho el escritor que crece con esas imágenes donde la huerta, su huerta, ilumina con esa luz levantina los paisajes de esos pueblos de la vieja Oleza descrita por Gabriel Miró, retenida en la mirada de Azorín, que en sus pueblos recoge el dolorido sentir de sus hombres, de sus mujeres que vuelven de una peregrinación al santuario de sus fervores.
Antonio Sequeros admira al autor de “Las confesiones de un pequeño filósofo” que leía en sus paseos por caminos de su pueblo, acaso en los que hacía por la Glorieta de Murcia cuando era profesor en el Instituto de Enseñanza Alfonso X El Sabio. Una época esencial en su vida que le lleva a conocer a J. Guillén y conversar atravesando el Arco de la Aurora, cuando la huerta de Murcia resplandecía y el río hablaba con los peces en el Azud del Puente, donde cabe toda clase de miradas. Conocedor de nuestros poetas, de Vicente Medina, presto estaba a emocionarse con su célebre Cansera y aquel “ Pa que quiés que vaya”.., que deja el tono del hacer del huertano que sabe que por la “sendica” se va la alegría y se presiente la tragedia.
Por ello asombra la sensibilidad del escritor por los temas de la huerta, los carriles que dejaban las huellas de los carromatos llenos de alfalfa, las heredades con los barbechos preparados, a veces secos, donde acudían las cabras a pastar. Preparado quedaba su ánimo en solicitar el goce de los ocasos serenos de la huerta con las siluetas de las barracas alzando su cruz ahíta de silencio.
La sensibilidad del escritor comunicaba con la del pintor Joaquín Agrassot (1836-1919), del que escribe una biografía. Sin duda que el escritor se emocionaba ante las pinceladas clásicas del artista, su romántica visión del paisaje y de las costumbres del huertano que en su tiempo de ocio buscaba la taberna cercana para brindar, o se quedaba extasiado ante la figura de la huertana vestida de fiesta lavando en una acequia. Toda la obra del pintor era una alegoría de la huerta de la Vega Baja, donde la Vereda del Reino ,” divide la huerta de Murcia con la de Orihuela”, como rezan las Ordenanzas de 1845, espacio capaz de trascender en la sensibilidad del nuestro escritor.
Reconoce este cronista la bondad del paisaje, que rozando la Vereda enunciada, deja a la vista pueblos tan entrañables como Almoradí, Rojales, que mantienen una pose pintoresca y donde la huerta deja encuadres de añoranza, donde aún quedan barracas y la ermita o el puente sobre el río que va en dirección a Guardamar para morir, dejando acequias que son las arterias de la fertilidad de estas tierras. Para el escritor Sequeros el tema huertano configura su forma de ser, hasta el punto que conoce los lugares más apartados, espacios que dejan a sus anchas la presencia de atardeceres, como rimas que inyectan la gran sensibilidad y el sesgo del paisaje huertano. Nada le conmueve más que las cálidas noches contemplando la luna sobre el horizonte presintiendo la poesía que encumbra su paisaje, le recuerda un tanto las noches de Castilla tan sumidas en melancolía. Sabe de las cuitas de sus hombres, el orgullo de saber estar en ese mundo labriego de barraca y acequia, de bancales cubiertos con el sudor del huertano capaz de sentir sus festejos, salir en romería llevando a la Virgen de los Desamparados sobre sus hombros y resistir las turbaciones de la vida.
Antonio Sequeros imprime mayor carácter a sus obras cuando la vejez le conmina a centrarse en aquellos encuentros con su amada huerta a la que dedica una obra esencial digna de leerse, su” Teoría de la Huerta”. La conocía con el corazón, se deleitaba en la filosofía de sus personajes que tan solo vivían el sabor de sus primaveras fogosas, y a veces la amargura de los días de luto. Mantenía laos secretos de la huerta en su alma de poeta, el tránsito del tiempo sobre sus surcos y la penuria de sus hombres en tiempos de inundaciones y sequías, de epidemias y destrozos. Sobre todo amaba el río, viejo Thader que ha sido, es el que da la vida al paisaje, los surcos que recrea por esta zona, meandros que llevan a Guardamar son testimonio de su fluir sempiterno desde su nacimiento.
Cuando en nuestros viajes por la patria de Miguel Hernández pasamos por los pueblos donde se recuesta el río entre los puentes de de sus pueblos acogedores, sentimos las palabras que el escritor entusiasmado por su lugar de nacimiento dejó escritas, como trazos de poesía que queda en la silueta de alguna barraca desperdigada, en la ermita que sirve de santuario, queda en el aroma de sus cañares y acequias que, como venas, van dejando vida en sus heredades. La Teoría de la Huerta de Antonio Sequeros, es, en estos momentos de evocación, un tesoro para el alma del poeta que sigue mirando el horizonte de este paisaje recreado por el árabe y cantado aún desde el silencio de quien deletrea su aroma.
Fulgencio Saura Mira
Cronista de Alcantarilla y Fortuna
FUENTE: EL CRONISTA