POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Sahagún es Tierra de Campos. Tierra y cielo, porque sobre la secura de la planada se confunden el dorado y el azul, enlazados ambos por ese horizonte que, hacia el norte, son las montañas de Asturias.

Sahagún -el antiguo Sanct Facund -, no ese Sagaún de Campos que incorrectamente dicen muchas gentes, fue antaño pueblo con historia de reyes en sus calles, con vida de intensa cultura en sus monasterios y esfuerzo laborioso de sus pobladores. A Sahagún le sucedió lo que a la castellana Pandorga de Pérez de Ayala: en los últimos siglos carece de historia porque en los anteriores se saturó de ella.

Sahagún conoció iberos y romanos, godos y árabes, asturianos y castellanos; y en ella todos dejaron en piedra y en ladrillo su recuerdo, su arte, su cultura… Las ruinas del viejo monasterio benito con su arco de entrada, las iglesias de San Lorenzo y de San Tirso, las yeserías de La Peregrina, la imaginería de Gregorio Hernández y de la escuela de Salzillo, la orfebrería de Arfe… son muestras más que suficientes para admirar esa villa (mejor, ciudad) leonesa.

Y, lógicamente, siendo Sahagún sede de reyes, nobles, monjes… ¿cómo no concluir que hubo de ser maestra (magistra) en el arte de buen guisar y en el difícil -aunque placentero- oficio de la repostería?

No le faltaron ni le faltan para ello los elementos necesarios: allí viven pegados a la tierra, y del color de la tierra misma, liebres, conejos, perdices, codornices, corderos… mientras que las frescas aguas del Cea riegan huertas que son regalo de exquisitas lechugas, inigualables puerros, deliciosos guisantes, pimientos, tomates… En ese firmamento gastronómico sahagunero brillan con luz especial los ASADOS DE LECHAZO AL HORNO y, como dulcería, los AMARGUILLOS.

Corderos lechales de Castilla-León con sabores a tierra de secano, con aromas de vientos montanos y con la sabia suavidad y ternura de las cosas bien hechas. Comer en Sahagún es, en cierto modo, recrearse en la Historia.