POR GOVERT WESTERVELD, CRONISTA OFICIAL DE BLANCA (MURCIA)
La apreciación de la importancia de la historia se forja en la comprensión profunda de múltiples facetas que se entrelazan con una complejidad asombrosa. La historia, en su enigmática profundidad, se erige como un faro de conocimiento que ilumina las sendas del presente y arroja luz sobre el trasfondo enigmático de las estructuras sociopolíticas que configuran nuestra actualidad. La historia se presenta como una guía que nos orienta a través del laberinto del presente. Nos otorga la claridad necesaria para descubrir las intrigas de la vida moderna, lo que nos permite comprender mejor por qué el mundo se encuentra en su estado actual. Ilumina el sendero que conecta ciertos eventos y decisiones pasadas con la realidad compleja de hoy. La historia, en su carácter didáctico y esclarecedor, nos alerta frente a las insidias de la repetición de errores ancestrales. Nos previene de la amnesia colectiva que podría arrastrarnos hacia la recreación de los mismos yatros. En su maestría didáctica, expone las lecciones que emanan de las acciones y elecciones de antaño, no solo a nivel nacional sino también en el escenario internacional. Nos advierte de las consecuencias nefastas que pueden derivarse de ciertas acciones y decisiones, planteando interrogantes acuciantes sobre la responsabilidad y la sabiduría en el foro global.
Verdad duerme
Traición impera
Justicia falta
Mentira reina
Tal vez lleguemos a entender en algún momento que la gran verdad histórica se fundamenta en la siguiente afirmación: “La decadencia de un pueblo radica principalmente en el deterioro moral.»
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