POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Los templos del libro son las bibliotecas. Unas semejan catedrales góticas; otras, iglesias románicas; otras, ermitas castellanas recoletas, y otras más, mezquitas árabes. Que de todo hay en la viña y vendimia de los conocimientos.
Cada visitante fiel asiste a la función sagrada de leer y tomar apuntes, según mejor le convenga por cercanía de barrio o necesidad de instruirse en determinadas artes, literaturas o ciencias. El caso es estar al día de hoy, al de la antigüedad clásica y al de las distintas épocas de la historia, todas ellas evolutivas sin necesidad de revoluciones.
Digo que son templos vivos del saber las bibliotecas –públicas, privadas, municipales y espesas- porque en ellas se acopian y veneran los libros como objetos sagrados, y no sólo los inspiradores de las tres religiones monoteístas: judaísmo (Torah, Talmud y Biblia hebrea), cristianismo (Nuevo y Antiguo Testamento) e Islamismo (El Corán). Habría que añadir hinduismo (Vedas y Mahabarata), budismo (Tipitaka) y confucionismo, que aunque Confucio parece que no escribió, sí que han perdurado sus normas conductuales.
Los libros profanos -¡oh hermosa idolatría!- también son y deben ser objetos de culto por los curiosos insaciables. Los hay provocadores como odaliscas, eróticos como decamerones, románticos como un amor inalcanzable o viajeros como el Quijote. Los hay para todos los gustos, apetencias, sueños y deseos. Tiéntalos, que te están tentando.
En los últimos cincuenta y pacíficos años, las bibliotecas se han multiplicado una barbaridad y muy pocos ciudadanos pueden quejarse con verdad de que no dispongan de alguna estantería a la mano, para esa “mano de nieve que sepa (y quiera) tocarlos” (a los libros). Ya no son cosa única de rabinos, sacerdotes y mulás. Cualquiera puede acercarse a las bibliotecas y sentarse en ellas y aprender con un simple carnet gratis de socio. Yo mismo, ignorante de mí, soy un ratón de bibliotecas. Y abastezco mi cabeza en ellas.
Ya sé que ahora llevamos las bibliotecas universales en el bolsillo, en un diminuto móvil o en una tableta algo más cómoda de leer, pero no nos bastan, y además ellas mismas, las de cemento armado y cristal, se hallan conectadas en red, como la biblioteca pública segoviana de Juan Bravo, que se transferirá al ayuntamiento de la capital próximamente: dos por una.
(Adenda: Regalo parte de mi biblioteca particular a la institución que me lo solicite. Condición: que sea expuesta y clasificada, no sellada en cajones en un sótano sin luz y sin ojos que la contemplen).