POR LUIS YUSTE RICOTE Y JAVIER NÁJERA MARTÍNEZ, CRONISTAS OFICIALES DE PARACUELLOS DEL JARAMA
Hasta nuestro nombramiento no ha existido la figura de Cronista Oficial en nuestro municipio, pero existieron vecinos que realizaron crónicas que han servido para documentar el pasado. Estos ilustres vecinos son, como el actual enclave, de una época que se movió entre el siglo de Oro y el siglo de las Luces, momentos de gran actividad cultural en Paracuellos. Comenzamos por el Padre Juan Florencio Laurencio (Paracuellos de Jarama 1562 – México 1623). Probablemente ingresó en el convento de san Luis de Paracuellos cuando era sólo un niño, y con apenas 15 años entró en la Compañía de Jesús, un año más tarde se marchó a América, a Veracruz en cuyo convento se instaló en 1588. Se dedicó a la ocupación de maestro de espíritu de la juventud y emprendió la interpretación de los salmos de David. En 1622 fue nombrado rector de la Casa Profesa de México, lugar que residió hasta su muerte en 1623, en esta etapa aprendió los idiomas: otomí y mexicano.
El siglo XVI era un momento en el que los europeos teníamos la fea costumbre de utilizar mano de obra esclava para los latifundios americanos. La elección de utilizar africanos con este fin estaba principalmente porque los habitantes de América eran considerados españoles, y estaba mal visto utilizarlos con ese fin, además de un problema de malaria que parece que los africanos ya habían conferido cierta resistencia. En Veracruz (México) existe una estatua a Yanga, un africano capturado en la región de Brang de la Guinea, Imperio de Ghana, mandado a América como esclavo. Según cuentan las crónicas, la corona española tuvo que requerir sus servicios del jesuita paracuellense para salvar las almas de los rebeldes en el llamado alzamiento de los negros. Las tropas españolas que se enviaron estuvieron formadas por indios, criollos, mestizos y algunos negros con la misión de “pacificar” a los “revoltosos” de la zona, así como poner fin a las acciones de los esclavos fugitivos encabezados por Yanga. En 1609 corrió la noticia de que un grupo de hombres de origen africano querían matar a los capitalinos y coronar como rey al insurrecto Yanga en las montañas de Orizaba. El virrey de México ordenó que los que fuesen aprehendidos fueran descuartizados y clavadas sus cabezas en picas por los caminos. Fray Juan Florencio Laurencio fue el encargado de hacer la crónica de esta revuelta.
El segundo protagonista de este artículo, contemporáneo al primero, es D. Miguel de Soria del que tenemos menos noticias, pues entre otras desconocemos la fecha de nacimiento. Fue maestro de obras, natural de Paracuellos e hijo legítimo de Juan de Soria y Ana de Zamora. Se mudo a la corte para seguir las doctas lecciones de su instructor, el arquitecto D. Juan Gómez de Mora, especializándose en la construcción de conventos. Responsable de un puñado de edificios que se pueden contemplar en el casco histórico madrileño. Entre ellos se encuentra la Iglesia sacristía y tribuna del Hospital de los Flamencos de 1621. El más destacado es el convento de las Carboneras del Corpus Christi, construido entre los años 1615-1625 situado en la Plazuela del Conde de Miranda. El desaparecido convento del Carmen Calzado, entre 1611 y 1640, del cual queda en pie la iglesia de Nuestra Señora del Carmen y san Luis obispo, cercano a la Puerta del Sol en la Calle del Carmen nº 10. Esta obra no pudo verla concluida pues le sobrevino la muerte el 28 de octubre de 1638. En 1616 se puso enfermo, e hizo promesa por su curación, así que se gastó cien ducados para el retablo de la Virgen de la Concepción del Castillo de Paracuellos. Está enterrado en san Martín, en una capilla que se edificó en dicha iglesia bajo su supervisión con el título de Nuestra Señora del Tránsito, que sus herederos vendieron posteriormente a unos médicos, pasando a llamarse la capilla de san Cosme y san Damián.
Vivía con su mujer Francisca Carrera en una casa propia junto a la Iglesia de san Idelfonso de Madrid, manteniendo relación con nuestro municipio hasta el final de su vida. En su testamento dejó varias partidas para la iglesia parroquial de san Vicente Mártir, así como para las ermitas de nuestra localidad. Además, dejo pecunio para que pudiesen casarse algunas doncellas de nuestra villa y de la de Algete (probablemente sus tres hermanas Ana, Juana y Catalina de Soria). Una de las aficiones de nuestro vecino era realizar la crónica de todo lo que pasaba a su alrededor, dejando testimonio en un ejemplar titulado “Libro de las cosas memorables que an suçedido desde el año de mil y quinientos y noventa y nueve. Escritos mano de Miguel de Soria en Madrid”, el cual recoge la crónica madrileña desde 1599 hasta 1621.