DISCURSO DE MARI CARMEN RICO NACARRO, CRONISTA OFICIAL DE PETRER (ALICANTE).
Con un salón de actos del Museo de la sede de la UNED (edificio del Museo del Calzado de Elda) repleto hasta la bandera, la Cronista Oficial de la Villa de Petrer, Mari Carmen Rico Navarro, fue la encargada de inaugurar el curso académico de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Elda (UNED). Su ponencia, titulada “Ser de pueblo. Una apuesta por la identidad y la singularidad”, estuvo cargada de sentimiento, emociones y vivencias, poniendo en valor la idiosincrasia de los pueblos, en especial de Petrer y Elda, y de lo que significa haber nacido en un pueblo como tal.
Mari Carmen Rico, en su disertación, reivindicó, entre otras cuestiones, una mayor conexión, en todos los ámbitos, entre dos poblaciones vecinas que siempre deben ir de la mano como son Petrer y Elda.
A continuación, reproducimos en su totalidad el discurso de apertura de la Cronista Oficial de la Villa de Petrer del curso de la UNED 2023/24.
PONENTE, MARÍ CARMEN RICO NAVARRO:
En primer lugar, quiero agradecer a José Manuel Guardia, coordinador del centro UNED Elda, sus cariñosas palabras de presentación. También, gracias a Paco Escudero, director de la UNED de Elche por estar esta tarde con nosotros y también por supuesto a Enrique Quilez, concejal de Relaciones Institucionales y con la Universidad. Y gracias, cómo no, a Irene Navarro, alcaldesa de Petrer, por acompañarme siempre en los momentos importantes. Amigos, y amigas, gracias a todos y a todas por vuestra asistencia y por estar en este momento tan especial que es la inauguración oficial de este nuevo curso para todos los firmes defensores de la cultura, la educación y el conocimiento, valores que inculca y difunde la UNED.
Es para mí un gran honor estar en la inauguración de este curso 2023-2024 y os puedo asegurar que nunca pensé que tendría que desempeñar este menester que, por una parte, me abruma, pero por otra me honra y me llena de alegría. Gracias de nuevo amigo José Manuel y quiero felicitarte por la labor que hacéis desde la UNED para toda la comarca.
Y aunque nunca hubiese imaginado estar esta tarde aquí con todos vosotros, estoy feliz porque me gusta de lo que voy hablaros que no es otra cosa de lo que significa para mi ser de pueblo. Sí ser de pueblo, pero no con el aspecto peyorativo al que estamos acostumbrados al usar esta expresión, sino SER DE PUEBLO en MAYUSCULAS. Y, claro está, como no podía ser de otra manera os hablaré principalmente de nuestros pueblos Petrer y Elda.
Mi pueblo, el amado Petrel como lo definió Azorín fue para el maestro de la literatura universal el pueblo amado, el pueblo claro, limpio y blanco que conoció desde edad muy temprana, donde pasó largas temporadas en su niñez y adolescencia, donde mantuvo ilusionados sueños de amores juveniles, donde encontró cauce para sus aspiraciones literarias de la mano de su tío Miguel Amat Maestre.
La imagen de Petrel como una villa rural, medieval, «dominando con sus casas blancas y su castillo bermejo el oleaje verde de la campiña», contrasta fuertemente con la evocación de Elda. Dice Azorín: Elda también tiene una «feraz huerta regada por el Vinalopó y dos fuentes, la de Alfaguara y la Encantada (que) parten y reparten sus aguas en una red de plata que se esparce y refulge por la llanura”. En la huerta hay hortalizas, viñedos, granados, almendros, pero, a diferencia de Petrel, «la agricultura no bastaba para su vida. Ha nacido la industria”. Azorín habla del nacimiento de la industria del calzado, de las cuatro o seis fábricas donde trabajan todos los obreros de la ciudad, en los que ha crecido un sentimiento de orgullo que les hace ser envidiados por los labriegos de los pueblos vecinos. La «industriosa Elda» aparece en plena efervescencia en estos renglones, escribe Azorin: «Y en todas las calles, en todas las casas, en todos los rincones suena el afanoso y sonoro tac-tac del martillo sobre la horma».
Frente a esta imagen bulliciosa y de frenética actividad de Elda, Petrel será el pueblecillo claro, tranquilo, limpio, sosegado, rodeado por huertas, donde el tiempo transcurre lentamente, simbolizado por las campanadas monótonas del viejo reloj de la plaza y el susurro perenne del agua cayendo en la fuente.
Y esta tarde quiero compartir con vosotros lo que significa para mi SENTIRSE de pueblo, ese sentimiento de pertenencia a algo que te une y que está ancestralmente ligado a cada uno de nosotros. Y aunque en esta lección inaugural hablaré de ser de pueblo, todos sabéis que a los de Elda se os concedió el título de ciudad en el año 1904 y los de Petrer disfrutamos de ser villa desde el siglo XVI.
Pero vamos a dejarnos de títulos y vamos a centrarnos en los factores que nos identifican y nos hacen ser y sentir como somos. Uno de los condicionantes que nos confiere esa personalidad tan propia a las gentes de nuestros pueblos es de carácter astronómico y es el sol. Ese sol y esa luz del Mediterráneo que nos ilumina e inspira cada día del año. Ese sol que nos otorga ese carácter alegre, abierto y hospitalario. Ese sol sin el que no podemos pasar porque nos imprime carácter y nos da la vida. Ese sol que nos hace salir de nuestras casas, relacionarnos, compartir y socializar con los demás, eso que tanto nos gusta.
Y aunque los de Elda y Petrer tenemos nuestra propia personalidad, tenemos mucho en común y es la forma de entender y de vivir la vida, las fiestas, las tradiciones, la religiosidad popular, la gastronomía, la música con nuestras dulzainas y tabalets, y nuestras bandas de música, en fin, todas esas cosas tan nuestras que nos identifican, nos distinguen y nos caracterizan.
Todo eso y mucho más lo compartimos ambos pueblos y nos hace ser muy parecidos en muchos aspectos.
Gracias a todo lo que compartimos estamos ahí. Y por parecernos tanto y estar tan unidos geográficamente eso hace que nuestros lazos de unión se eleven a la máxima potencia, en familia, en amistades, en intereses y, a pesar de que hemos estado “enfrentados” durante siglos, la rivalidad entre pueblos vecinos es un axioma de la historia.
Permitidme unos ejemplos ¿Quién no conoce el tópico típico de la rivalidad entre pueblos vecinos? Entre, Novelda y Aspe, entre Villena y Caudete, o entre Onil y Castalla o entre Elche y Alicante, por poner tan solo unos casos cercanos. Esa rivalidad por suerte se ha diluido con el paso del tiempo y hoy podemos hablar de cariño, de respeto mutuo, de lazos familiares, de sentirnos como en nuestro pueblo cuando subimos o bajamos, como en nuestra propia casa, cosa que hasta no hace mucho tiempo no ocurría.
Tanto Elda como Petrer han experimentado importantes cambios desde mediados del siglo XX tanto demográfica como urbanísticamente y todo este crecimiento estuvo acompañado por el auge y espectacular crecimiento industrial que giró en torno a las industrias del calzado y a la marroquinería. Gentes venidas de otras regiones y provincias, sobre todo de La Mancha y de Andalucía, llegaron a nuestros pueblos y los hicieron crecer y desarrollarse, creándose barrios nuevos como La Frontera en Petrer o San Francisco de Sales, la Prosperidad, el Progreso y la Fraternidad en Elda.
Pasamos de las calles sin asfaltar y sin coches, con las viviendas pegadas a los bancales a ser pueblos urbanísticamente bien estructurados. Pasamos de ir a por agua a las fuentes para llenar botijos y cántaros al agua corriente, a la generalización de los objetos de plástico y a tener neveras primero de hielo y luego eléctricas en todos los hogares. Pasamos de las largas jornadas de reunión de las mujeres en los lavaderos compartiendo faena, charla, cantos y anhelos con las vecinas a tener todas las comodidades en nuestras viviendas cuando se generalizó la electricidad y nuestras casas se llenaron de electrodomésticos. Elda y Petrer eran dos pueblos llenos de casas y de familias con las puertas abiertas, de veladas nocturnas tomando el fresco con los vecinos en la puerta de la calle. La vecindad creaba vínculos tan importantes como la propia familia, a veces incluso más.
Con el paso del tiempo y el avance de las tecnologías vinieron las comodidades y los cambios en la manera de vivir, y con ellas los lugares donde se reunían los vecinos también fueron cambiando. El rápido e intenso crecimiento demográfico de ambos pueblos hizo que, por seguridad, se cerraran las puertas de las casas, se acabó el ir a la fuente a por agua o a lavar a los lavaderos y se acabó también la costumbre de salir a tomar el fresco. Se cambió la forma de socializar que dio paso a los bares, restaurantes, los pubs, los cines… Se perdió parte de esa íntima relación que tenían los vecinos cuando lo que predominaba eran las casas de planta baja y, con la proliferación de edificios de viviendas, los pisos, nos volvimos más individualistas, más independientes. La forma de relacionarnos propia de los pueblos cambió por completo.
Las gentes que vinieron de fuera muy pronto se integraron e hicieron suyas las tradiciones y costumbres de los pueblos de acogida. Integración que pasó por su activa incorporación y participación en el tejido asociativo cultural, vecinal, económico, festero, deportivo, religioso, llegando incluso a formar parte importante de los gobiernos municipales.
Pero centrémonos en el tema que nos ocupa esta tarde. Como os podréis imaginar, mi referente de pueblo, como no puede ser de otra forma, es mi pueblo. A continuación, vamos a desgranar esos trocitos de la intrahistoria que decía Unamuno a través del análisis de esas costumbres, de esas tradiciones y de los comportamientos sociales de Petrer, fácilmente extrapolables a cualquier pueblo que se precie de serlo.
Un pueblo que se precie ha de conservar la identidad heredada potenciando sus tradiciones, fiestas y costumbres para que la ciudadanía las sienta como propias. En ello nuestros representantes políticos juegan un papel fundamental. Ellos son los que deben de dar cancha y protegerlas, siempre respaldados por el pueblo porque es éste en definitiva el que las disfruta y mantiene. La labor de los dirigentes políticos es potenciarlas y darles la categoría y difusión que merecen. Ser de pueblo, por tanto, es conservar las tradiciones y señas de identidad.
En este sentido, creo que Petrer ha sabido mantener muchas tradiciones, aunque también es verdad que ha perdido algunas de sus señas de identidad por el camino. Unas más importantes que otras y, una seña de identidad importante que dejamos atrás fue la alfarería: la producción de objetos de barro principalmente botijos y cántaros cocidos en hornos morunos y que sirvió para que Petrer fuera conocida y reconocida por la excelente calidad de los productos que salieron de sus alfares. Fue en 1970, hace más de 50 años, cuando cerró el último alfar. Se interrumpió una tradición artesanal secular.
Con la desaparición de los talleres también se perdieron tradiciones populares y festivas relacionada con esta artesanía y que no era otra que la de romper botijos el sábado de Gloria para celebrar que Cristo había resucitado, o la elevación de globos aerostáticos durante las fiestas patronales, tradición antiquísima que se remonta al siglo XIX o la costumbre de comerse la sandía más grande el día de san Bartolomé, copatrón de Petrer.
Algunas tradiciones pérdidas fueron recuperadas como les carasses o la costumbre de pintar en las paredes del viejo castillo, lo que hoy llamamos graffitis, el día de Santa Bárbara.
Pertenecer a un pueblo es también seguir manteniendo vivas nuestras fiestas y tradiciones como las que celebramos en honor a San Bonifacio desde hace siglos y que dieron lugar desde 1821 a la actual fiesta de Moros y Cristianos. Fiesta que se constituye en un nexo de unión reciproco mucho más fuerte y consolidado de lo que pensamos entre los vecinos de Elda y de Petrer.
Al igual que Elda tiene sus fiestas mayores en honor a la Virgen de la Salud y al Cristo del Buen Suceso, también Petrer celebra sus fiestas patronales en honor a la Virgen del Remedio. Ambas fiestas se remontan al siglo XVII, momento vinculado a la repoblación tras la expulsión de los moriscos. Fiestas cuya faceta histórica y religiosa las dota de un componente ancestral que vincula a la gente a su propio pasado como colectividad. También, y desde hace unos años, ambas fiestas patronales se constituyen en otro poderoso nexo de encuentro entre personas y colectivos devocionales de ambos pueblos.
Todo lo que significa tradición y fiesta, nos emociona y nos provoca un gran sentimiento de alegría. Ser de pueblo es vivir esos días de fiesta en los que prima el reencuentro, la hermandad y la diversión.
Pero me gustaría hablaros o haceros un breve repaso de todo lo que tiene Petrer relacionado con su patrimonio y su cultura en general que hace que siga siendo un pueblo que mantiene viva su esencia y sus tradiciones.
Porque ser de pueblo es también saber conservar y cuidar de nuestro patrimonio; pero no todas las épocas de nuestra historia han sido como ésta que se intenta conservar y mantener los vestigios del pasado. Pues uno de los precios más caros que pagan los pueblos cuando se convierten en ciudades es la pérdida de parte de su patrimonio. Fenómeno común a capitales, ciudades y pueblos, pequeños y grandes… es decir… ¡Si creces, pierdes!
Por ello es importante, yo diría que trascendental, apostar e invertir en Cultura y Medio Ambiente, en el más amplio sentido de los conceptos, desde la acción directa de generar y programar actividades para todos los públicos hasta la divulgación, difusión y participación de los ciudadanos. Estos ámbitos se convierten en importantes vectores de transformación social.
Otra de las singularidades y de las riquezas de Petrer que define nuestra identidad como pueblo es nuestra lengua. Y aquí sí que nos diferenciamos los dos pueblos. No voy a entrar en la de sobra conocida perdida del valenciano en Elda. Petrer por su parte, conservó el valenciano convirtiéndose en símbolo de su identidad y singularidad.
Pero ser de pueblo también es ser solidario, es atender a quien lo necesita. Nuestros pueblos no solo tienen cultura, historia, fiestas y tradición, sino que también hay un Petrer solidario del que me gustaría hablaros. Contamos con instituciones que velan por los más necesitados como Cruz Roja, Caritas, Sense Barreres, Cocemfe, entra otras.
Pero a pesar de todo lo que he enumerado que es mucho, lo mejor de Petrer, de cualquier pueblo, es su gente, las personas que lo habitan, le dan vida y hacen de él un pueblo especial. Porque, entre otras muchas cosas que he citado, ser de pueblo significa cercanía. Salir a la calle y encontrarte con tus vecinos y vecinas, y poder saludarles amablemente o incluso entablar conversación. Así que para ser de pueblo se necesita un poco más de tiempo. Una de las ventajas de ser de pueblo, que para otros puede ser una desventaja, es que nos conocemos todos o casi todos.
Como os podéis imaginar, quiero a mi pueblo, a su gente, a sus calles, al maravilloso entorno que nos rodea. Petrer y su gente. Pueblo trabajador, comprometido, solidario, de carácter sencillo, sincero y de verdad. Nuestros valores: somos alegres, amables, decididos, no nos gusta la ostentación y, sobre todo, somos muy hospitalarios.
Me gusta pasear por Elda y por Petrer, ir por las calles y las plazas, encontrarme con la gente, saludarla, abrazarla, charlar, compartir alegrías, también por qué no tristezas y sentimientos con las personas que conozco y que quiero.
Me gusta ser de un pueblo que reconoce a los suyos, que se alegra de los éxitos de los demás y los considera suyos, se alegra de las cosas buenas y las comparte. Como dijo el filósofo “Dichosos los pueblos que saben reconocer a sus hijos y a sus hijas”.
Quiero y me gusta ser de un pueblo que progresa sin olvidar nunca sus raíces y que sabe que para conseguir el verdadero progreso el único camino es la tolerancia, la solidaridad, el respeto y la ayuda mutua en cualquier ámbito social.
Y todo lo que hoy estoy compartiendo con vosotros, más que nunca, porque las circunstancias tan difíciles que nos han tocado vivir nos han hecho reforzar los afectos. Esta situación nos ha cambiado la vida, los hábitos, y nos ha servido para valorar mucho más los que tenemos.
Tenemos que sentirnos felices y considerarnos unos privilegiados de tener un pueblo de referencia. Ser de capital está bien, pero ser de pueblo está mucho mejor.
Vivir un paisaje, un territorio, un pueblo es como vivir la propia vida. Puedes levantarte, ir a trabajar, deambular sin más o, por el contrario, hacer que cada rincón, que cada día, sea muy muy especial dando gracias de corazón. El tiempo pasa, y es bueno quedarse con lo mejor de lo vivido, las personas buenas que te quieren y has querido, y haber aprendido de todas las experiencias….
Como hemos podido ver a lo largo de esta exposición son muchas las ventajas que tiene ser de pueblo frente a una sociedad globalizada. Tenemos suerte de tener esa calidad de vida que se respira y hay en los pueblos, que nos permite conocer a los vecinos, “apoyar lo nuestro”, disfrutar del poco comercio tradicional que subsiste, el sabor de ir a esas tiendas de toda la vida y que por desgracia cada vez quedan menos. Tiendas que significan comercio de cercanía que están despareciendo y que son el punto final a trayectorias de proximidad y conexión directa con el vecindario.
Ser de pueblo sí, pero con apuestas culturales dignas de la ciudad más moderna. Porque ser de pueblo no significa no estar abierto a la innovación, a la modernidad y a la Cultura con mayúscula, como muy bien demuestra Elda acogiendo a la sede comarcal de la UNED y sus cursos que hoy inauguramos.
Como reflexión y ya para terminar pienso que Elda y Petrer como pueblos vecinos y hermanos deben mantener siempre su identidad y su singularidad y además estar siempre unidos porque la unión hace la fuerza. La clave para ser dos grandes pueblos tiene que estar en la apertura de miras, porque juntos tenemos una población de casi 90.000 habitantes, juntos sumamos y separados dividimos. Somos conscientes y así lo queremos que somos dos pueblos distintos, cada uno tenemos nuestra personalidad y nuestra idiosincrasia, pero creo que deberíamos estar más unidos y reivindicar lo que nos puede beneficiar a ambos.
Como supongo que os habréis dado cuenta, esta conferencia va dedicada a la gente que mantiene vivos los pueblos, a la que trabaja porque mantengan viva su identidad, a la gente que vive en ellos y, si por circunstancias no lo hace, siempre vuelve para reunirse con sus mayores o con los suyos, para celebrar acontecimientos familiares importantes, para disfrutar de las fiestas o para pasar los días de vacaciones. A las personas que a pesar de que la distancia donde viven es grande, siempre regresan y se reencuentran con los suyos y con sus orígenes.
Quiero reivindicar el valor de lo local ante tanta globalización. Es compatible ser global con ser de pueblo porque los pueblos enriquecen y refuerzan a las personas como individuos y como grupo. Porque como dijo el cantautor Raimon quien pierde sus orígenes, pierde su identidad. Ojalá, en Elda y Petrer sepamos mantener siempre nuestra identidad.
Queridas amigas y amigos, muchas gracias por vuestra atención y ojalá que esta apertura de curso nos haga reflexionar y querer más lo que tenemos, que son nuestros pueblos y sobre todo y, más importante, a sus gentes, a las personas que los habitan.