POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
En el XLVIII Congreso de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales en Sigüenza, tenían que, aquellos cronistas que habían entregado un trabajo, presentarlo en el Teatro Auditorio El Pósito en un tiempo máximo de seis minutos. Eran cincuenta y uno. Había una jornada matutina y otra vespertina. Por el sorteo y su apellido le tocaría por la tarde.
Pero, en el cóctel de bienvenida la noche anterior, en el Castillo Parador de Sigüenza, sobrevoló la tentación. El trovador escuchó que, bajando a la alameda había un convento de clausura donde las monjas elaboraban y vendían dulces celestiales.
Y sentado escuchando presentaciones por la mañana, el diablo le susurró al oido… alameda… clausura… monjas… dulces…
Según bajaba cuestas medievales empedradas, de esa preciosa ciudad, soñaba con pastas, mantecados y oscuras trufas artesanales
Dejó a un lado la catedral y llegó a la alameda.
Entonces su memoria sufrió un engaño buscando el convento de clausura. Ha cruzado la puerta que daba a un jardín. Y llegando a un umbral con otra puerta cerrada ha imaginado, que al otro lado estaba el torno, por donde aparecerían los dulces.
Nada, la puerta sobria y discreta no se abría. Entonces su mirada se ha desviado a la derecha y ha vislumbrado un cartel. En él había escrito: deja dos barras.
Un escalofrío le indicó que había errado. No era la clausura que buscaba. Casi se introduce en el Monasterio de las Ursulinas. Ha escapado deprisa mientras, un seguntino, que paseaba un perro, le miraba soprendido y alucinado.
Se ha detenido un instante a consultar su neurona y esta, risueñamente, le ha gritado . Clarisas trovador, te dijeron Clarisas.
A pocos metros llegó a su cierto destino. Una hermana de angelical voz, tras un torno, y tras un Ave Maria Purisima, le ha entregado unos dulces que le recordarán el pecado.
Aunque su alma le susurraba, escuchando a sus compañeros cronistas, su dulce pecado.