POR MANUEL GONZÁLEZ RAMÍREZ, CRONISTA DE ZACATECAS (MÉXICO)
Le llamaremos Pedro a nuestro personaje olvidado, pero pudo haberse llamado Pánfilo o Casimiro, lo de menos es el nombre porque será imposible darle uno adecuado y mucho menos un apellido. Era conocido por todos en la ciudad o en el pueblo y no sólo por su oficio de “aguador”, sino también por servir de mensajero entre los jóvenes enamorados de las buenas familias mexicanas de los siglos XVIII y XIX.
Pedro era indio, como todos los aguadores de la ciudad, debía serlo para poder soportar el peso y la abnegación del oficio. Era el personaje más peculiar de todos los que recorrían las calles de la ciudad, por la agilidad para manejar los cántaros de agua y por su peculiar vestuario. Para los ojos mexicanos, el aguador no era ese personaje sorprendentemente extraño, estaban acostumbrados a verlo a diario, era Pedro un hombre “comedido, entregado al trabajo, casi siempre buen padre y no tan peor esposo”.
Son famosas sus contribuciones como el «llevaitrae» de cartas amorosas entre los jóvenes y señoritas de las familias mexicanas. De esta manera se hacían de un ingreso extra a su exiguo salario. Por cierto, usaban un sistema muy extraño de «cómputo» para cobrar sus servicios. Por cada viaje que hacían a sus clientes y podían ser varios al día, el aguador dejaba un «colorín» (la semilla de la flor del boj) a la criada de la casa como comprobante de recibo. Pero este sistema desafía el sentido común o es la prueba máxima de la confianza, porque es el deudor quien tenía los comprobantes de la deuda y si quisiera hubiera podido desaparecerlos y pagar menos o simplemente no pagar. Pero eso a Pedro parecía no quitarle el sueño.
Generalmente la ciudad exigía a los aguadores mantener limpias las plazas y lugares donde se encontraban las fuentes de agua. Otra de sus contribuciones era la de acudir a sofocar los incendios. Celebraban especialmente el día de la Santa Cruz (3 de Mayo) fecha en que adornaban las fuentes con flores y monumentos y por supuesto, celebraban también el Sábado de Gloria, día en que acostumbraban los aguadores a darse correazos unos a otros.