POR JESÚS MARÍA SANCHIDRÍAN GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA.
Proponemos en este artículo un viaje dialogado a través del tiempo y el espacio dentro de la antigua Corona de Castilla en un itinerario mágico que va desde el paisaje histórico de Ávila y su tierra al enigmático «Paisaje Dulce y Salado de Sigüenza a Atienza» en Guadalajara. En este camino imaginario y literario seguimos los pasos de ilustres viajeros que nos precedieron en el diseño de esta ruta, la cual discurre a través de acontecimientos y personajes que habitaron o transitaron por ambos territorios dejándonos interesantes testimonios. Con ello trazamos una geografía superpuesta como hacía en sus novelas nuestro paisano José Jiménez Lozano (Langa. Ávila, 1930-Valladolid, 2020), a la vez que confeccionamos una sugerente cartografía que conecta sendos lugares separados por cincuenta leguas. «Tengo la suerte de ser de Ávila», dijo Jiménez Lozano al recibir la medalla de oro de la Provincia, al mismo tiempo que afirmaba: «la tierra de Rello a Sigüenza es la mía, y donde tengo una buena parte de mi patria adoptiva, de mi “homeland”», lo que trasladó a las novelas ambientadas en la serranía castellana Maestro Huidobro y Un pintor de Alejandría.
Todo esto viene a propósito del reciente viaje de dos cronistas abulenses, quienes a modo de peregrinos se desplazaron hasta los valles de sabor dulce y salado que bañan los ríos Dulce y Salado. Desde Ávila, dejando atrás el curso del río Adaja, cuyas aguas lamen tanto la llanura cerealista de Arévalo como la capital, en un trasvase de fantasía se desplazaron sus cronistas, Ricardo Guerra Sancho y uno mismo, hasta la ciudad de Sigüenza para participar en el XLVIII Congreso de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales y III Congreso de Cronistas Hispano mexicanos allí desarrollado durante los días 20-23 de octubre. En esta ocasión se dieron cita más de setenta cronistas en el castillo de Sigüenza, veinte años después de que, guiados por el cronista Aurelio Sánchez Tadeo, lo hicieran en la capital abulense con parada también a Arévalo y Madrigal de las Altas Torres. El tema central de la convocatoria congresual de esos días giró en torno al titulado «El paisaje Dulce y Salado de Sigüenza y Atienza».
Hermoso y atractivo título que responde a la candidatura que apoyaron todos los cronistas y que figura en la lista indicativa española de Patrimonio Mundial de la UNESCO, un paso previo a su inclusión en la Lista de Patrimonio Mundial, estadio en el que ya se encuentra la ciudad antigua de Ávila y sus iglesias extramuros desde 1985, delimitación ampliada en 2007 a otras iglesias y conventos. Lista en la que se incluyen otras ciudades hermanadas por tal distinción, entre las cuales también estuvieron representadas en la congregación de cronistas, Baeza, Cuenca, Cáceres y la ciudad mexicana de Zacatecas.
En este contexto es donde se produce el singular acercamiento geográfico en la topografía ideal que nos une, lo cual nos permite ahora un encuentro de afinidades y coincidencias históricas lo suficientemente ilustrativas como para construir el relato dialogado que nos ocupa. Relato que se deriva de una superposición de fábulas en los espacios temporales abulenses y seguntinos dulces y salados en una comunión de sus patrimonios culturales, naturales, arquitectónicos, artísticos, etnológicos, documentales y bibliográficos.
Adentrados en aspectos históricos, sabemos que entre los primeros pueblos que en estas tierras se asentaron están los vacceos, los cuales ocuparon la Tierra de Arévalo y la ccuenca media del Duero y sus afluentes. La línea divisoria de los celtas en la provincia de Ávila estaba entre el valle del Tormes, que era territorio de los vettones, y los del Adaja, Zapardiel y Trabancos que eran vacceos, y más concretamente arévacos, los mismos que desde el siglo VI a.C. poblaron las tierras de Sigüenza, a la vez que dejaron su impronta en la toponimia arevalense. Siglos después, Segontia es tomada por los romanos al tiempo que era sometida la ciudad celtíbera de Numancia (año 133 a.C.) recobrando cierta importancia por estar situada sobre la calzada del Henares en la vía que comunicaba Mérida (Emerita Augusta) con Zaragoza (Caesar Augusta). ?Por otra parte, la romanización en Ávila ya se venía produciendo desde el siglo III a. C.
Y qué decir de la herencia árabe y judía que se conserva en Ávila y Arévalo, lo mismo que en Sigüenza, Atienza y sus alrededores, como atestiguan importantes vestigios de antiguas sinagogas y mezquitas, y ricos elementos de arquitecturas almohades y mudéjares, así como topónimos y trazados urbanos que albergaron a la población de estas culturas donde perduran restos de juderías y morerías. De aquí deducimos la existencia de una estrecha convivencia de poblaciones cristina, judía y musulmana. Convivencia que dio lugar a la formación de España, al decir de Américo Castro, más que lo fuera el enfrentamiento y la discriminación que acabó con su expulsión, como indicaba el abulense Sánchez Albornoz. Es por ello que Ávila celebra el Mercado Medieval de las Tres Culturas en una fiesta declarada de Interés Turístico Nacional que ya va por las jornadas XXVI.
En tiempos de la cristianización de la península, Sigüenza fue reconocida como sede episcopal a partir del año 1124 en que fue reconquistada por Doña Urraca «la Temeraria», reina de León, y su hijo el futuro Alfonso VII, con el ejército que reunió el monje cluniacense Bernardo de Agén, el primer obispo seguntino.
Antes, hacia 1090, Urraca había acompañado a su esposo Raimundo de Borgoña con el encargo de su padre Alfonso VI «el Bravo» de repoblar Ávila, ciudad que años después fue la protectora de su hijo Alfonso VII «el Emperador» frente a su padrastro Alfonso I de Aragón, de ahí el reconocimiento a la ciudad como “Ávila del Rey”. Desde aquel entonces, la tierra de Sigüenza ha sido un señorío eclesiástico gobernado por obispos, prelados y cabildo, quienes «atendían tanto las necesidades espirituales como corporales de sus vecinos, fundando hospitales asistenciales, pósitos, defensas, iglesias, mercados, salinas, conventos, palacios, conducciones de agua, fuentes, ampliando su trazado urbanístico y dotándola, también, de universidad, de espacios naturales y recreo».
Durante la época medieval, «Sigüenza fue bastante tiempo lugar fronterizo, avanzada en tierra de musulmanes. Por eso, como en Ávila, tuvo la catedral que ser a la vez castillo; sus dos torres cuadradas, anchas, recias, brunas, avanzan hacia el firmamento, pero sin huir de la tierra, como acontece con las góticas. No se sabe qué preocupaba más a sus constructores: si ganar el cielo o no perder la tierra», escribió Ortega y Gasset, viajero también por Ávila y la sierra de Gredos (El Espectador I, 1917).
Y fue en la majestuosa catedral seguntina en la que tuvo que intervenir de urgencia el arquitecto Leopoldo Torres Balbás para estudiar la forma de evitar su ruina completa, efecto de la batalla de octubre de 1936 durante la guerra civil, en la que resultaron destruidas «la casi totalidad de las bóvedas, hundida la mayor parte del crucero, desmochadas las torres y mutilados retablos y capillas». Ello nos permite recordar a este arquitecto de la Institución Libre de Enseñanza y conservador de la Alhambra, quien había pasado por Ávila y sus pueblos (Arévalo, Madrigal, Las Navas, Candeleda, Guisando, Valle del Tiétar, etc.) como viajero incansable con cámara en ristre, como estudioso de su historia y su arquitectura, así como arquitecto escolar de la provincia, tal y como ya publicamos en estas mismas páginas (Diario de Ávila, 4.08.2020).
En dicho tiempo de reconquista, la protección prestada al futuro rey Alfonso VIII de Castilla, llamado «el de Las Navas» o «el Noble» (Soria, 1155 – Gutierre-Muñoz, Ávila, 1214), es el vínculo que une Ávila con la villa de Atienza. Así, ocurrió que en 1162, cuando Alfonso era un niño, su tío, Fernando II de León, conspiraba para hacerse con la corona castellana. Fue entonces cuando el joven rey castellano se resguardó tras las murallas de Atienza, por lo que fue asediada, hasta que en la mañana de Pentecostés de aquel año la cofradía de arrieros de la localidad ideó una estratagema para solucionar la situación: pidieron permiso para atravesar el asedio simulando realizar una romería a la cercana ermita de la Virgen de la Estrella, lo que distrajo a las tropas leonesas. Mientras tanto, las caballerías más veloces condujeron al rey niño hasta Ávila. De esta manera, Alfonso VIII pudo conservar la corona castellana independiente de la de León. Aquella gesta supuso el comienzo de la hoy conocida como fiesta de «La Caballada» de Atienza declarada de Interés Turístico Nacional. Por su parte, Ávila mereció entonces el título de «Ávila de los Leales» concedido por el rey Alfonso VIII por la protección que le prestaron sus caballeros, cuya milicia estuvo a su lado en todas campañas emprendidas durante su reinado hasta que la muerte le sorprendió en el pueblo abulense de Gutiere-Muñoz.
Así mismo, como herencia de la rica historia medieval, sus raíces se arrastran en los recintos urbanos donde la historia de siglos pasados permanece quieta en el tiempo, lo que puede observarse en las ciudades de Ávila, también Arévalo, y Sigüenza, la villa de Atienza, y los pueblos, hoy pedanías, de su alfoz llamados Imón, Matas, Palazuelos, La Barbolla, Bujarcayado, Carabias, Cercadillo, Pozancos, Riba de Santiuste, Riosalido, Ures, Pelegrina, La Cabrera, Cincovillas y la Olmeda de Jadraque. Todas estas poblaciones surgieron en el siglo XII y evolucionaron manteniendo las estructuras medievales hasta hoy y conservando su esencia sin cambios sustanciales, lo que ha dado lugar a la configuración de un paisaje evolutivo relicto (o fósil) atenazado por la despoblación, tal y como se define en el dossier de la candidatura a la Lista de Patrimonio Mundial de Sigüenza y Atienza.
Sin salir del marco temporal y espacial de la Edad Media descubrimos las salinas históricas de Imón y La Olmeda; los conjuntos históricos de Sigüenza, Atienza y Palazuelos; los castillos de La Riba de Santiuste, Atienza, Sigüenza, Pelegrina y Palazuelos; monumentos religiosos como la catedral de Sigüenza o la iglesia del Salvador de Carabias; y los bienes inmateriales como la caballada de Atienza. Casi todos estos bienes se hallan declarados Bienes de Interés Cultural (BIC), y muchos de ellos, como las murallas, templos románicos y fortalezas guardan interesantes similitudes con arquitecturas abulenses, y así los retrató José Ortiz Echagüe (España: Castillos y alcázares, 1956).
Deteniéndonos en el castillo de Sigüenza, del siglo XII, cuenta la leyenda que entre sus muros habita el ‘fantasma’ de la noble doña Blanca de Borbón, quien se había casado en 1353 con el rey Pedro I «el Cruel» (o «el Justiciero»), siendo luego repudiada, después de que el obispo de Ávila, Gonzalo Fernández de la Torre, y el de Salamanca declararan nulo el matrimonio. Como dote, la Corona de Castilla debía recibir trescientos mil florines de oro, y Blanca de Borbón, por su parte, obtendría, en calidad de arras, la villa de Arévalo junto con Sepúlveda, Coca y Mayorga. Abandonada por el rey, por incumplimiento del pago de la dote, doña Blanca permaneció durante algunos años confinada entre los muros de la fortaleza seguntina, desde donde fue trasladada a al castillo de Arévalo, pasando también por Tordesillas, Medina del Campo, Toledo y Medina Sidonia, donde murió asesinada. Sobre la desgraciada vida que tuvo de doña Blanca, dice la tradición imaginaria que entre los muros del castillo todavía se oyen sus lamentos y sollozos. Este hecho se conmemora cada año en honor de quien en otro momento podría haber sido una gran reina en concurridas Jornadas Medievales que ya van por las XXIII edición.
Respecto a los obispos que rigieron los designios de Sigüenza y su tierra, destacó entre ellos Alfonso Carrillo de Acuña, quien lo hizo en el periodo 1436-1446, antes de ser nombrado Arzobispo de Toledo (1446-1482). Durante su pontificado seguntino residió en el castillo de la ciudad y llevó a cabo importantes intervenciones en la restauración de la catedral. Por su parte, Ávila fue testigo de sus intrigas palaciegas en el hecho histórico conocido como la Farsa de Ávila que tuvo lugar el 5 de junio de 1465, donde fue destronado en efigie Enrique IV, siendo entonces coronado el infante don Alfonso como Alfonso XII de Castilla. Este era hermano de la futura reina Isabel «la Católica», quien había nacido en Madrigal de las Altas Torres y vivió y educó en Arévalo, pasando algún tiempo en el convento de Santa Ana de Ávila. Muerto Alfonso envenenado el 5 de julio de 1468 en el pueblo abulense de Cardeñosa, el arzobispo Carrillo acompañó a la infanta Isabel hasta la localidad de El Tiemblo, donde el 19 de septiembre se firmó el Pacto de los toros de Guisando con su hermanastro el rey Enrique IV, en virtud del cual fue reconocida como princesa heredera y legítima sucesora al trono de Castilla.
A la muerte de Enrique IV en 1474, Isabel se autoproclamó reina de Castilla, mientras que su esposo Fernando heredó el reino de Aragón en 1479, con lo que a partir de entonces quedaba unidos los dos reinos. Antes, el 19 de octubre de 1469, Isabel y Fernando, los llamados Reyes Católicos, habían contraído matrimonio en Valladolid, si bien al ser primos necesitaban una dispensa papal, la cual fue falsificada por el arzobispo Carrillo, aunque otros sostienen que la debió redactar el nuncio Antonio Veneris. Más adelante, en el otoño de 1487, los Reyes Católicos visitan Sigüenza y se alojan en el castillo fortaleza, siendo recibidos por la ciudad con toda solemnidad, tal y como se recuerda en los anales seguntinos. Mientras tanto, en Ávila se construye el Monasterio de Santo Tomás (1482-1492) que será residencia veraniega de los reyes y panteón de su hijo el príncipe don Juan.
Un año antes de la visita regia a Sigüenza, en 1486 muere en la guerra de Granada su hijo más ilustre, Martín Vázquez de Arce, bautizado por Unamuno como el Doncel « [Don Quijote] me llevó a la capilla de Santa Catalina [de la catedral] donde duerme para siempre el doncel del libro de quien nos ha hablado hace poco José Ortega y Gasset» (El Imparcial, 8.09.1916). Igualmente, Unamuno escribió sobre Ávila en bastantes ocasiones (Por tierras de Portugal y España, 1909; Andanzas y visiones españolas, 1921), apuntado con acierto poético: «las recias murallas, calentándose al sol desnudo de Castilla, se estremecieron acaso en su meollo viendo ese ejemplo de caballerosidad altanera» (Nuevo Mundo, 24.03.1922).
Además, en estos años, la escultura del Doncel fue objeto del primer estudio riguroso, extenso y laborioso de la mano de Ricardo de Orueta (Escultura funeraria en España, 1919). Al mismo tiempo, con Orueta, «guardián y héroe invisible del arte español», Ávila alcanzó una de las mayores cotas de protección de su riqueza monumental, cuando era Director General de Bellas Artes en 1932-1933, como ya hemos escrito (Diario de Ávila, 31.05.2020), aparte de que la ciudad también fue objeto de sus investigaciones y promoción en el Centro de Estudios Históricos y en la Residencia de Estudiantes donde trabajó. De la misma manera, también son relevantes las investigaciones y publicaciones promocionales y divulgativas de José Mª Quadrado dedicadas a Sigüenza y Ávila con grabados de F. J. Parcerisa (Recuerdos y Bellezas de España, 1853 y 1865); de Fidel Fita Colomé, hijo adoptivo de Ávila (Inscripciones íberas y romanas en la diócesis de Sigüenza, 1911; La Catedral de Ávila, contestación la discurso de A. Fernández Casanova, RAH, 1914) y de Elías Tormo (Ávila, 1917; y Sigüenza, 1930?).
Por otra parte, dentro del santoral cristiano, en Sigüenza se honra a santa Librada, cuyo altar catedralicio es una excepcional obra del arte plateresco del siglo XVI. Nacida en Portugal en el siglo VIII, dice la leyenda que evitó contraer un matrimonio no deseado al cubrírsele el cuerpo de bello, de ahí que se venere como patrona de las mujeres mal casadas que piden liberarse de sus maridos abusivos. Dicho milagro, en el que crecimiento de la barba en la mujer sirve para librarse de su perseguidor, también se produjo en Ávila a principios del Medievo en la persona de santa Paula Barbada, natural de Cardeñosa, cuya imagen se venera en la ermita abulense de san Segundo. Y no abandonamos el santoral, pues también son destacables las fiestas y celebraciones en apoyo de la beatificación de Santa Teresa de Ávila que tuvieron lugar en Sigüenza en 1614, en cuya catedral se conserva una reliquia, un velo y una talla barroca del siglo XVII de su imagen.
Más aún, no olvidamos que Santa Teresa de Jesús recorrió estas tierras en su peregrinaje fundacional que le llevó a Pastrana en 1569 llamada por la princesa de Éboli, y aquí fundó el Carmelo descalzo femenino en el convento de san José y el embrión del Carmelo descalzo masculino en el convento de El Carmen que culminó el fontivereño san Juan de la Cruz. Santos abulenses estos que se representan bajo el manto de la virgen del Carmen en una antigua pintura de la iglesia museo Santísima Trinidad de Atienza, localidad en la que llegó la luz eléctrica en 1905 por obra de la compañía la “Eléctrica Santa Teresa”, curiosa marca. Finalmente, en este punto, añadimos la figura de San Ignacio de Loyola (1491-1556), quien pasó por Sigüenza en la primavera de 1535 y vivió durante su niñez en Arévalo, tal y como cuenta el cronista Ricardo Guerra en el libro con el que fueron obsequiados todos los congresistas (San Ignacio de Loyola en Arévalo, 2023).
Siguiendo la misma ruta peregrina de los santos místicos abulenses, aunque sin ánimo fundador, sino en busca de aventuras, Arévalo y Sigüenza aparecen como referentes en algunos de los pasajes del libro cervantino de Don Quijote de la Mancha (1605-1615). Así, el llamado «Arriero de Arévalo» es uno de los personajes que se citan (capítulo XVI), mientras que en el Quijote de Avellaneda o Apócrifo (1614) se cuenta el regreso de Flandes del soldado Antonio de Bracamonte natural de Ávila (cap. XIV): «De como don Quixote, Barbara y Sancho llegaron á Sigüença, y de los sucesos que alli todos tuvieron, particularmente Sancho que se vió apretado en la carcel» (cap. XXIIII). Sobre Cervantes, añadimos que su rescate del cautiverio que sufrió en Argel se produjo en 1580 gracias al pago y la mediación del fraile trinitario de Arévalo Fray Juan Gil.
En otro orden de cosas, el desarrollo intelectual y la industria de Ávila y Sigüenza tienen su exponente en las universidades de ambas ciudades y en las manufacturas. Sigüenza fue famosa por su Universidad llamada de San Antonio de Portacolei (1489-1824), donde se impartieron teología, cánones, artes, medicina y leyes. A su vez, en Ávila funcionó la Universidad de Santo Tomás (1576-1814), en la cual se graduó el jurista y político Gaspar Melchor de Jovellanos. También en Sigüenza, en el siglo XV, se desarrolló una importante industria textil, al pasar por allí un ramal de la cañada segoviana, la cual se consolidó con la instalación de una fábrica bayetas en 1687, incluso con una fábrica de alfombras por la familia toro que en 2017 cumplió “un siglo tejiendo sueños”.
En la misma época, Ávila también fue rica en la producción textil, llegando contar en el siglo XVIII con una Real Fábrica de Tejidos de Algodón de igual importancia que la Real Fábrica de Paños de la localidad alcarreña de Brihuega. Sin olvidar aquí la comunicación de Ricardo Guerra realizada en el congreso recientemente celebrado con el título «La industria textil en Arévalo en el siglo XVI», donde se hacen interesantes aportaciones sobre la actividad lanera de estas tierras recogidas en la ordenanzas municipales aprobadas para preservar la calidad de la lana que salía desde allí. Es posible entonces que la lana castellana fuera la materia prima de los lujosos tapices flamencos que se conservan en la catedral de Sigüenza y en el Museo Caprotti-Superunda de Ávila.
Igual que el río Adaja en el tramo que va desde Ávila hasta Arévalo facilitó la instalación de molinos, batanes y fábricas harineras, en la laguna de Solo molinos (Atienza) proliferaron industrias de papel, eléctricas, de cobre y harineras. Y en las aguas de los ríos Dulce y Salado propiciaron también la existencia de rentables actividades económicas. Así, en el siglo XVIII se data la fábrica de papel moneda de Los Heros en el río Dulce (Catastro de Ensenada, 1749), y desde el siglo X, en el río Salado, se explotaron hasta 1940 las Salinas de Imón, las cuales llegaron a ser de las de mayor producción de la península, cuyo transporte hasta Ávila y las poblaciones del Valle Amblés se realizaba en exclusiva por los señores de Villatoro hacía en almacenes o alfolís, cuenta Dámaso Barranco (En busca de las raíces de Villanueva del Campillo, 1993).
Y lo mismo que el Valle y las salinas del Salado se encuentran en zona ZEC-ZEPA y el parque natural del Barranco del Río Dulce en ZEC-ZEPA-LIC, ambos espacios incluidos en la Red Natura 2000 por sus altos valores naturales, idéntica calificación tienen los encinares del río Adaja en Ávila. Paisajes estos a los que cabe añadir el que conforman los campos de espelta de Palazuelos donde se cultiva esta antigua variedad de trigo ecológico de la que se obtiene una cotizada harina por su alto valor energético. Su imagen contrasta con el paisaje morañego de la Tierra de Arévalo, de la que dijo Lope de Vega en 1627: «Hoy, segadores de España, / vení a ver a la Moraña/ trigo blanco y sin argaña, que de verlo es bendición. / ¡Ésta sí que es siega de vida, / ésta sí que es siega de flor!».
La literatura nos brinda nuevas oportunidades de diálogo entre los paisajes por los que ahora transitamos, lo que encontramos en las obras de Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja, García Lorca. La escritora Emilia Pardo Bazán se hizo penitente en la Semana Santa de Sigüenza donde alabó la hospitalidad recibida y admiró la judería y la morería, el castillo que alojó a Doña Blanca, la catedral y la belleza del Doncel: «Postura, talante, rostro, cuerpo, todo es gentil, delicado, soñador». (Nuevo Teatro Crítico, 5/1891).
Y sobre Ávila, también en Semana Santa, escribió: «En aquellas calles, que todavía recuerdan por varios estilos la Edad Media española, el nombre de Persia sonaba como el de un país fantástico, de juglaresca leyenda o de romance tradicional» (La Ilustración Artística, 7/03/1899). Pío Baroja visita Sigüenza en 1901 dejándonos secas impresiones: «El pueblo apareció a lo lejos con su caserío agrupado en la falda de una colina, con cuadradas y negruzcas torres de su rectoral y sus tejados roñosos, de color de la sangre coagulada» (El Imparcial, 2.12.1901).
En el mismo año, Baroja llegó a Ávila en una fría y lluviosa mañana en un tren que tomó en la estación del Norte de Madrid. Al pasar por el Mercado Grande le llama la atención la iglesia románica de San Pedro y la puerta del Alcázar en la que dos formidables torreones, unidos por un arco volado, la flanquean con severa grandeza de toscas torres, plantadas como campeones guerreros que defienden la entrada (Escritos de juventud, 1890-1904). Por último, en Sigüenza se recuerda con pasión la visita del poeta García Lorca el 22 de julio de 1931, igual que en Ávila se rememora su paso por la ciudad en una carta a sus padres fechada el 19 de octubre de 1916 ensalzando su monumentalidad medieval y destacando con asombro el colorido de los trajes de hombres y mujeres que son el tipismo del campo, los cuales llenaban la ciudad para honrar a Santa Teresa en su fiesta (Impresiones y paisajes, 1918).
Ya para finalizar, diremos que nuestra comunicación en el congreso de cronistas estuvo dedicada a la figura de Valentín Carderera Solano (Huesca 1796 – Madrid 1880), un pintor formado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que desarrolló una ingente actividad como coleccionista, bibliófilo, académico, arqueólogo, historiador, erudito escritor, estudioso del mundo medieval y pionero en la divulgación de la obra de Goya, además de viajero e ilustrador infatigable de motivos y vistas monumentales de pueblos y ciudades. En su faceta de dibujante y al tiempo que ejercía de comisionado de la Academia de BBAA para rescatar el patrimonio mueble de iglesias, conventos y monasterios realizó en 1840 una treintena de láminas de Ávila, la ciudad monumental superviviente a los franceses, la desamortización y los carlistas. También dibujó Carderera el Sepulcro de Fernando de Arce en la Catedral de Sigüenza.