EL ESPERPENTO DESHUMANIZADO
Nov 30 2023

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Hay todo tipo de coleccionistas en este mundo desaforado. Incapaces aquellos de focalizar la pasión y el interés hacia algo que no implique placer personal, la vida se completa con inmensas colecciones de todo aquello que interesa a uno y envilece a muchos. Así entiendo los múltiples repertorios albergados, por poner un ejemplo, en los palacios muertos que la monarquía se regaló en este santo País o toda la retahíla de objetos indefinibles arrumbados en el interior de Castilnovo, torre atalaya que fuera en las cercanías de Sepúlveda en aquellos tiempos en que se pergeñaba el primer concejo y ese fuero perdido tan bien conocido por el Maestro Antonio Linage Conde.

Sin embargo, en contadas ocasiones, algún paisano más humanista que acaparador, tiene en mente algo más trascendental o, al menos desde la perspectiva de quien suscribe estas líneas, más debido a una voluntad de recoger conclusión con las témporas y los mores en la letanía. Así, creo yo, se ha de entender la voluntad de aquel conde de Álbiz pasado, emperrado en recoger una colección de momentos irrepetibles constitutivos de una memoria hoy esencial para comprender este Real Sitio y, ¿por qué no decirlo?, esta sociedad de incurable e irredenta amnesia. Gracias a esa pasión por recopilar instantes, el conde de Álbiz reunió un corolario inmenso de documentos trufados por imágenes más que explicativas de una comunidad anclada en una necesaria transformación igualitaria de incomprensible resolución. Si bien el relato del conde partía de una aristocracia asentada a la sombra de aquella monarquía en declive constante, justo detrás de aquel grupo de sonrientes privilegiados, del oscuro velo que embellecía el hermoso cabello rubio recogido de la reina en su esplendor serrano, del grupo inmenso de caballeros y damas regodeados en feliz rigodón crepuscular; allí detrás, digo, asomaba una sociedad frustrada entre la admiración deslumbrante del privilegio inalcanzable y la oscura furia que la desigualdad alimenta en quienes la padecen en términos generacionales.

Sin ir más lejos, entre los muchos destellos captados por aquel conde del ayer comprometido con su memoria en el mañana, siempre me llamó la atención una caricatura fotografiada a principios de 1910. Seguramente sacada de una fotografía tomada en alguna de las fiestas que la infanta María Isabel de Borbón organizaba para beneficio de los más pobres entre tortillas de patatas y juguetes, uno puede ver en la caricatura esos dos mundos que corrompen cualquier sociedad que se precie bajo un exabrupto vulgarizado escrito en rojas capitales romanas de trazos caídos extensos y embalsados sobre la caja de escritura. Partido aquel universo miniaturizado por la vieja instantánea en dos planos secuenciales de sideral distancia, a la izquierda se aprecia una aristocrática minoría observando en diletante sorpresa a la oscura mayoría en convulsa y desigual frustración. Al grito palurdo, cateto y gárrulo de “míala”, la viñeta acaba por definir ese enfrentamiento social en el que llevamos siglos encelados, sin saber cómo solucionar el abismo que separa las sociedades en brazos autónomos de una comunidad que sólo apuesta por enfrentarse en torno a un privilegio nunca consumido.

No me cabe duda, pasados los siglos y cronificada la condenada enfermedad social, de que esa distinción plástica entre unos y otros habrá de costarnos una y otra vez el disgusto del engaño y la frustración, de la incomprensión y, lo que es más terrible, la deshumanización del que vive en la otra orilla, sin esperar comprensión por parte de nadie. Desposeídos de cualquiera que sea la singularidad individual que nos hace preciosos, únicas en nuestro ser y vivir, metidos en aquella divisoria, penamos de continuo en la lucha por el privilegio que nos separa, sin concebir un horizonte de común convivencia. Ya sea con las caras negras de paletos sometidos a un sol abrasador e inane que nos envilece en la injusticia social; ya sea con la cara de famélica obesidad en pálida tez cubierta por sombrero, pamela y velo esclarecedor; ya sea desde la distancia omnisciente de quién lo comprende y nada hace por remediarlo, las sociedades, como Sísifo, caminan hacia el mismo precipicio, dando la razón en continua insensatez al gran Maestro Haruki Murakami, convencido de la necesidad que de cataclismos bíblicos padece esta comunidad enferma de sí misma.

Convencido estoy, según diría el Maestro José María Marín Arce, de que en esto de lo social ya está todo inventado, poco nos queda por esperar del mañana, si bien hemos aprendido del pasado. Ramón María del Valle Inclán, mezquino y veraz en su descreimiento, aportó una particularidad española poco asumida por el común. Latente en todo lo que hacemos, padecemos de una simplificación innata a nuestra situación que empuja a ver el resto adscrito a una definición eterna de esclava contingencia. Definidos por una de nuestras partes, penamos en ese absurdo esperpento, incapaces de resumirnos por algo más, lo que, queridos lectores, nos impide romper en un acaso venidero de poca o ninguna sorpresa. Reducidos a la simplicidad de un rasgo definitorio, acabamos siendo revolucionarios y pobres, ricos y superficiales; independentistas irredentos destructores de la nación, sacrosantos salvadores del ayer, dueños de una bandera, de un himno, esclavos de un lema, de un mote. Morimos comunistas acérrimos en una democracia liberal y golpistas provocadores de una evidente dictadura que respeta la carta magna y la pluralidad manifiesta; aterrados niños tiranos y terroristas escapando del fuego amigo, enemigo, provocado por los verdugos victimizados; negacionistas de terribles pasados dispuestos a reiterarse en sangriento bucle interminable: en definitiva, sabedores de una verdad absoluta perfecta que sólo un lado de la acera conoce y cree disfrutar.

Quisiera este humilde Cronista que todos vistiéramos esas caras negras o blancas para, de una vez por todas, eliminar la desigualdad que tamaño privilegio ha propuesto y propone para que el esperpento deshumanizador no fuera más que un epígrafe literario a estudiar entre Luces de Bohemia y Divinas Palabras de humana y feliz concordia.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/el-esperpento-deshumanizado/

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