EL SERENO
Dic 05 2023

POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA.

El sereno (3)

“Las doce y sereeeno, está nublado y puede lloveeer”, cantaba aquel hombre al pie del balcón, dos o tres veces en la noche.

Faltando un par de días para navidad, mi abuela siempre tenía en un viejo azucarero inservible, sobre el repostero del salón comedor, unas pesetillas sueltas para aquella ocasión. Llamaban a la puerta, y al abrir, un hombre de avanzada edad, con un guardapolvos gris, y una sonrisa ensayada que dejaba ver un diente de oro, extendía la mano y ponía sobre la mía una especie de estampa, de colores apagados, en la que un sereno mejor vestido que él, nos deseaba unas  “felices pascuas”, que es como se decía en el Albayzín, porque eso de la navidad, era muy distinguido. A Manuel, el sereno le había precedido en pedir el aguinaldo, Paco, el basurero, que presentaba también, un aspecto muy lejano en vestimenta, con respecto a la estampita que nos ofrecía a cambio de unas pesetillas, pocas, porque también esperábamos por esas fechas a, Antonio, el regador, que fiel a su cita anual, como sus compañeros, nos deseaba felicidad para esos días y un feliz año nuevo. Todos trabajaban de noche en el barrio, y era la única oportunidad de ponerles cara y saludarlos, aunque al sereno si lo veíamos más y sobre todo, lo escuchábamos.

GARANTE DE NOCHES TRANQUILAS

Los primeros serenos se documentan en el año 1715, creándose el Cuerpo de serenos el 12 de abril de 1765, siendo más tarde incluidos en un Real Decreto del 16 de septiembre de 1834, donde se regulaba la función de los serenos en las capitales de provincia. En líneas generales y con ligeras variaciones según el país, era obligación de los serenos recorrer las calles de su demarcación protegiendo de robos y asaltos, evitando las peleas (incluso las domésticas), dar aviso de incendios y prestar auxilio a todo aquel que lo necesitara. En algunas ciudades se llamaban unos a otros por medio del silbato que llevaban o voceando contraseñas. En el Albayzín, más de una vez, el bueno de Manolo, evitó más de una paliza a alguna vecina, puesto que el marido llegaba a altas horas con más copas encima de las recomendadas, y al recriminar esa actitud, la mujer se exponía a ser agredida, asunto que no llegó a mayores gracias a él, que en más de una ocasión, ayudaba a acostar al borracho, y de esta manera, evitar el escándalo a deshoras, y sobre todo la riña familiar. Yo conocí al bueno de Manolo con, un bastón considerable a modo de defensa y una linterna de petaca. Enganchado al cinto con el que había hecho la mili, portaba un arco de alambre grueso, del que pendían las llaves de todos nuestros portales, que por su tamaño, nadie llevaba encima, así que al llegar más tarde de las diez, cuando los vecinos cerrábamos las puertas, bastaban dos palmadas, para que presto acudiera para abrir al vecino rezagado. Y en no pocas ocasiones, se habían requerido sus servicios para ayudar a un padre nervioso, cuando su mujer se había puesto de parto a altas horas de la madrugada.

FAROLAS Y ORDEN NOCTURNO

Cuando yo nací, entre sus obligaciones ya no estaba la de encender las farolas de gas por las noches, porque aunque pocas, estas ya eran eléctricas. Tampoco portaba “el chuzo” ni el farol de mano. Pero su existencia nos daba a todos una tranquilidad por las noches, que ahora se echa de menos. Era muy difícil robar con un sereno avispado en el barrio, como era nuestro caso, y además, había buen trato y conversación. Cuando mi padre llegaba tarde, daba las palmadas de rigor, y cuando llegaba Manolo, mi progenitor ya tenía la petaca del tabaco abierta (Caldo de gallina) y los dos papelillos sacados del librito “Bambú”, para echar un cigarro y una buena charla con nuestro sereno. Aquel hombre bueno que cuidaba de nosotros por la noche, era lo menos que se merecía. Manolo fue como de la familia, pero de todos, en el barrio. Su vigilia nos libró de incendios y algaradas, hasta el punto de que cuando alguien echaba una serenata a la novia por la noche, al primero que se avisaba era a Manolo, para que lo supiera, aunque él era el primero que se pegaba a la ronda, hasta que se acababa. Los barrios de Granada entonces, eran más tranquilos con un buen sereno como el que teníamos nosotros. Honor y gloria a una profesión que nunca debió desaparecer.

FUENTE: CRONISTA T.O.

 

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