POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Si sahumar es generar humo aromático para lograr que algo tenga un perfume agradable o para proceder a su purificación, los tiempos que nos ha tocado vivir precisan sin demora de unas briznas de sándalo, o de unas hebras de lavanda (más a mano en Asturias) para poder reconciliarnos con la realidad que nos rodea.
A las puertas del invierno parece que todo vuelva a su lugar, a la repetición de ciclos estacionales, al renuevo anual de cada fin de año.
Invita, sin embargo, este final de otoño, a pensar más en uno mismo, en una especie de proceso tamizado de melancolía, con los alumnos en escuelas, institutos y universidades desde septiembre; en la falta de trabajo (más de dos millones y medio de españoles no lo tienen, con la tasa de paro más alta de Europa), o en quienes no parecen haberse dado por enterados que España vive en democracia desde hace cuarenta y cinco años (esos son los que ahora cumple la Constitución Española).
Todo parece simular una especie de laborterapia colectiva que vuelve a colocarnos en la casilla de partida…o de la duda.
Vivimos en un mundo lleno de contradicciones, donde la mudanza de opiniones por acopio de nuevos datos empuja a algunos a nuevos convencimientos, donde las coherencias -que se consideraban de una continuidad inamovible- acaban en una especie de cuarentena.
Con sus gasas doradas y sus rasos grises, el otoño finaliza invitando a recordar que está equidistante entre el recuerdo y la esperanza, y que la lluvia y el frío están de nuevo entre nosotros.
Dícese que la esperanza y los sueños no deben perderse nunca y que unen más que las promesas. En ello estamos, aparcando el escepticismo y mirando hacia el mañana.
De tejas para arriba -y para abajo- ya todo va señalando que la alegría del eterno renuevo que representa la Navidad anuncia su repetitiva llegada.
El turno de las estaciones transita sin descanso