POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID).
Hoy, bajo una lluvia de justicia percibida por los sentidos, me he encaminado a San Agustín del Guadalix por el camino que me hace huir de un Madrid al que estoy atado y no es voluntario.
Aquella carretera de Irún ya no es adoquinada como cuando yo la conocí a su paso por esta población. Eran tiempos de una carretera de Burgos, que ya la habían sacado del pueblo, con un solo carril en cada sentido, que se ampliaba cuando la cuesta se hacía cuesta para aquellos coches de hace cuarenta años. Y que fue dirección a Burgos, antes al campamento de Araca, cuando crucé por primera vez Somosierra. Tenía veinte años en el 85. Y aquellos carteles de Burgos 240 km, que veía a la altura de San Sebastián de los Reyes me parecían un viaje utópico.
Cómo cambió la vida cuando traspasar aquel paso de batallas napoleónicas, carlistas y más tarde inciviles entre hermanos, se hizo un placer para mí, encontrando mi propio camino del destierro.
Y detrás de aquella calle, antes empedrada, donde en un local que ya no existe, que llamaban Los Sepulvedanos, en la acera contraria a su emplazamiento actual, se comían los corderos valdepielagueños de Nanete y de Sabino, hermanos de mi tío Emilio, he llegado a la Casa de Cultura Agustín de Tagaste, tocayo de Hipona, como numida veterano en mi propia experiencia que me decía que allí encontraría un bien cultural humano de conocimiento, la de los propios socios de la Asociación Cultural Atalayas.
Compartir espacio y tiempo con Sebastián, mi compañero cronista, de Pedrezuela, Carlos, y con el resto de socios es ir como miga de pan tierno a un plato empapado de cultura e ilustración.
Sebastián nos ha llevado a las Cuevas de Valdeolivas y a una historia bajo tierra. María Francisca González Fernández nos ha introducido en un cuadro de Adela Ginés, Carlos nos ha traído desde una obra de teatro al origen de San Agustín en la desaparecida Almaján, pasando por el topónimo de «El Palancar». José Felipe Alonso ha saltado de atalaya en atalaya en la marca media. Y Teresa Suárez nos invita a aprender sobre la elaboración de los vinos y el cultivo de la vid en San Agustín.
Ya la visión de la portada del número 2 de Escritos de Atalayas, animaba a traspasar como caverna platónica al interior de una sala donde han compartido sapiencia y yo, alumno de la vida, he aprendido.
Aquí no hace falta inteligencia artificial. Ese engaño que no es sino una chuleta inventada para el examen de la vida, sin pensamiento propio, vagas de su experiencia y del propio trabajo de aprender.
Todo lo contrario, aprendizaje, investigación, compartir conocimiento sin ser el resultado de una máquina. Con estas personas Publio Terencio Afro, africano, sería feliz porque nada humano le fue ajeno. Un oriundo de la Cartago cercana a Hipona.
Y he atravesado la entrada de la portada de este número de la revista, que ya camina con paso firme, situándome en un solo mundo sensible e inteligible a la vez, donde Platón no encontraría su metáfora pero donde yo siempre me encuentro en un paraiso.
Estar sentado junto a Ricardo, de la comisión del Fuero, ha ayudado mucho.
Gracias por dejarme ser uno de los vuestros.
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