POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Siempre he dicho que la vida no es vida si no vives instantes. Y si de paso conoces personas íntegras que se han labrado su propia vida, digna de una película que sería envidiada por individuos actuales que se creen los reyes del mambo, pero que son seres insulsos que solo nacen, crecen, son utilizados y mueren, mi propia vida se ilumina ante unas personas que merecen ser conocidas.
Hoy he tenido una junta de propietarios por la tarde. Y como siguiendo una tradición de hace años, al terminar he oído, Agustín, vamos a tomar un vino.
Y ante ese vino he viajado en el tiempo.
El Barrio de El Pilar en Madrid era un mundo extraño para un niño que no llegaba a los diez años. Íbamos a casa de mis tíos en una de las torres de la avenida de Betanzos. Vivían en un décimo.
Desde la terraza se veía un patio, que antes que lo cerraran, era un lugar de juegos con mis primos. Recuerdo aquellos hormigueros de hormigas negras junto a los de hormigas rojas. Y el jaleo que provocábamos al poner algunas en el hormiguero ajeno. Ahi me dejaban bajar, pero cuando mis primos iban con aquellos artilugios de madera con rodamientos metálicos, cuya dirección era otra tabla y con otra para sentarse, y se tiraban por aquellos terraplenes de arena desde los solares donde luego construyeron la urbanización Altamira, no me dejaban ir con ellos.
Bajábamos desde el décimo piso en un ascensor que sólo paraba en los pares. El otro paraba en los impares. Y una vez abajo, empezaba un vía crucis de bares y cañas con mis tíos y mis padres. Por aquel tiempo vendían unos sobres de tómbola que se mezclaban en el suelo con las cáscaras de las gambas. Y seguíamos una ruta establecida. Aún recuerdo aquella plaza donde había un horreo donde mi tío Emilio me decía que habían metido un hombre dentro y por más que yo miraba, no veía nada. Luego ibamos a un bar donde años después supimos que eran oriundos sorianos del pueblo de Valdealbin. Y tomando como referencia el cine del Barrio del Pilar, a su lado izquierdo, nos encontrábamos donde comer paletos con gorra o sin gorra, una panceta frita deliciosa que la diferenciaba un trozo o dos de pan, la segunda era la gorra. Y un poco mas allá, la grasa en el mostrador y las paredes señalaban que allí vendían gallinejas y entresijos. Junto a ellos había una tienda de discos donde mi primo Antonio se compró el Rokin’ all over the world, con la mítica canción Wathever you want de Status Quo. Las últimas rondas se tomaban en el Bar del Guarro o en otro, que uno de mis primos, Emilio, esta noche, le sonaba que se llamaba el Bar de Hilario. En este bar recuerdo aquellos aperitivos en platos metálicos donde degustabas sangre, mollejas o pollo en salsa.
Luego subíamos a comer. Mi tía Luisa preparaba una paella junto a mi madre, de la que por aquella época no me gustaba, pero también hacía unas buenas migas o unos deliciosos huevos rellenos.
Con un poco de suerte, después de comer, me daban dinero para comprar una entrada e irme con mis primos al cine del barrio.
Me llevaban a la primera fila donde, sentados en el borde del sillón recogido de la butaca, para ver algo, me tragaba películas y películas de Bruce Lee. Entonces entendía por qué mis primos se hacían aquellos luchacos de palo de escoba unidos por una cadena. Para habernos matado.
Pero si recordáis, había salido de una junta general ordinaria, y me tomaba un vino con un propietario. Pues bien, este vecino era sobrino de Hilario. El del bar de las mollejas.
Y ha sido entrañable ver el brillo de sus ojos recordando todos estos lugares de aquel barrio. Y cuando firmó por dieciocho meses en la infantería de marina. Y llegó a Cartagena, y luego a Cádiz. Y ocurrió lo de la Marcha Verde. Y le metieron con muchos soldados en el buque Castilla. Y le llevaron al Sáhara. Y allí hicieron una cabeza de puente por donde desembarcó la legión, y más artillería, y rezaban que los moros, mujeres y niños, no llegaran a los campos de minas.
Y si el disfrutaba contándolo, yo lo hacía escuchando, porque detrás de una mirada hay una vida y esas vidas no serán la que vivirán muchos jóvenes aunque vivieran miles de años.
Y el remate ha sido cuando le he dicho que he vivido en la calle del Doce de Octubre. Y el me ha dicho que iba a una discoteca en una plaza enfrente. Y al decirle que si se llamaba Class… su mirada ha alucinado.
Hoy ha sido un día duro. Juntas por la mañana y por la tarde. Personajes corrientes con problemas corrientes. Pero he llegado a casa como el que ha vivido un instante irrepetible con un hombre irrepetible de los que ya es muy dificil de encontrar.
Gracias Andrés.