POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Un breve repaso a la historia y el patrimonio que emanan de un viejo y querido conjunto de edificios en Guadalajara, el convento de San José de monjas carmelitas, en la calle Ingeniero Mariño. Para saber de él y contextualizarlo en la debida forma.
De los diversos conventos, y monasterios, que hubo en la ciudad de Guadalajara (expresión de un modo de vida que ponía en su centro a Dios y sus Leyes) hoy quedan unos cuantos edificios en pie, que pueden a duras penas contar su historia, y alguno más que viven porque en su interior palpita la misma iniciativa de cuando fueron creados. Paso a recordar uno de esos conventos, el de monjas carmelitas dedicado a San José, en la calle Ingeniero Mariño.
El nacimiento de este convento de monjas carmelitas hay que situarlo en tierras de Ávila, aunque su historia completa está liga a Guadalajara y a sus fundadores los Mendoza. Fue concretamente una noble dama de Arenas de San Pedro, llamada doña Magdalena de Frías, quien a pesar de la relativa oposición que puso Santa Teresa a la fundación de este convento, por querer someterlo dicha señora a la dependencia del Obispo de Ávila, se inauguró en la villa abulense el 11 de junio de 1594, con arreglo a la manera antigua y secular de los Carmelitas. No obstante, el influjo universal de Teresa de Jesús, hizo cambiar de opinión a las monjitas, y tres años después entraban en la Reforma del Carmen Descalzo.
Tal vez por la dureza del clima en aquella zona, por motivos de dificultad económica, o simplemente por el capricho de cambiar de sitio, las monjas pidieron a doña Ana de Mendoza [y Enrique de Cabrera], que a la par de ser señora de Arenas era también duquesa del Infantado, que las trasladara a Guadalajara. Aceptó doña Ana con verdadero gusto, y después de vencer la resistencia que el pueblo hacía a dejarlas marchar, con la ayuda del provincial de la Orden, fray Alonso de Jesús María, llegaron a Guadalajara en 1615, ocupando unas casas que la duquesa a tal fin había cedido en el lugar exacto que hoy ocupan las monjas. Era ya entonces la misma calle, la de Barrionuevo, donde dos conventos de monjas carmelitas dejaban oír sus campanas.
A poco de llegar a la ciudad del Henares, ya contaban estas carmelitas de San José con más ayudas de las que esperaban encontrar, pues no sólo el patronato de los duques del Infantado, sino la institución de numerosas memorias pías por vecinos de la ciudad hicieron crecer sus dominios y ahorros hasta un límite de auténtica opulencia.
Poco duraría, sin embargo, esta situación. En el comienzo del siglo XVIII, con los sustos que los religiosos y religiosas se llevaron al ver sembrado por la guerra [de Sucesión] el territorio patrio, comenzó la decadencia, aumentada en los días de la invasión francesa, en que hubieron de hacer un mutis forzoso, al igual que en 1822. Volvieron una y otra vez al convento. No les alcanzó el rigor de la Desamortización en todas sus peores consecuencias pero sí lo suficiente como para venir a la pobreza y llegar hasta 1936 en pobres condiciones. Nueva exclaustración y nuevo regreso. Siguen siendo, hoy todavía, “las Carmelitas de Abajo”, aunque “las de Arriba” ya no estén en esa calle, sino en Iriépal.
El edificio es compleja estructura, porque se juntaron dos grandes caserones propiedad de los duques del Infantado, para acoger a las monjas que venían de Arenas de San Pedro. Se les compuso como se pudo un claustro, y se añadió la iglesia, que esta fue construida a principios del siglo XVII, y la diseñó el arquitecto santanderino fray Alberto de la Madre de Dios, uno de los genios del manierismo castellano.
Esta iglesia conventual fue realizada a partir de 1625, y consta al interior de una sola nave y planta de cruz latina, con hornacinas laterales (que son novedad en estos templos) cúpula sobre el crucero de ligero ensanchamiento en planta, y coro alto a los pies, con gran altar barroco del mismo siglo en la capilla mayor, y otros dos del mismo estilo, algo posteriores, a los lados del crucero. Ese retablo mayor, que se puso en 1674, confiere al pequeño templo un aparato de grandiosidad que le marca y se reposa en el recuerdo de quien por primera vez lo contempla. Existe en dicho templo, como obra destacada entre la orfandad artística del convento, un gran cuadro representando a Santa Teresa de Jesús, a quien un Angel intenta herir con su lanza de amor divino. Está firmado en 1644 por Andrés de Vargas. Sobre el crucero, en las pechinas de la cúpula de media naranja, aparecen pintadas cuatro santas carmelitas.
Ese año de 1625 recibió el arquitecto de las monjas un poder para concertar y contratar con maestros de obras su compleja construcción. En diciembre de ese mismo año los maestros madrileños Francisco del Campo y Jerónimo de Buega (habituales colaboradores del arquitecto) presentaban las fianzas para encargarse de hacer esta obra, que se acabó en 1644. El diseño que realiza el arquitecto carmelita es un templo que ofrece orientada su fachada a la calle ya existente (la de Barrionuevo baja) en la que coloca una fachada‑pantalla en su frente, alargando el muro por levante, en ladrillo crudo, y poniendo en el centro de ese largo paramento la humilde entrada a la casa de religión. La fachada del templo es muy representativa de la estética ofrecida por el autor: tiene un solo hueco de arco semicircular flanqueado por pilastras de estilo toscano, con hornacina alta de frontón curvo y figura del santo titular; escudos laterales (a la derecha el del apellido Frías, un lobo pasante ante un árbol, y a la izquierda el de los linajes Mendoza y Luna), que acompañan a la ventana del coro, coronando el conjunto con un frontón de espejo central. Encima del muro derecho de la iglesia, en su lateral, se alza una espadaña con remate piramidal y dos huecos para las campanas, que hoy siguen sonando a sus convenientes horas.
El mejor estudioso de la obra [redescubierta] de fray Alberto de la Madre de Dios, el profesor José Miguel Muñoz Jiménez… opina que “sorprende la puerta reglar con una portada adintelada de caracter vignolesco, similar a la de acceso al claustro en la concatedral de Alicante. Por su parte, el interior presenta decoración a base de elementos geométricos, algo más tradicionales que en otras obras. La media naranja tiene costillones y cinchos. El entablamento de la cúpula presenta las líneas del orden dórico de Vignola”. Para fray Alberto de la Madre de Dios este templo guadalajareño debió resultar muy especial, porque se sabe que en 1622 había ingresado en la comunidad su sobrina, fray Inés de Jesús María.