POR FULGENCIO SAURA MIRA. CRONISTA OFICIAL DE ALCANTARILLA Y FORTUNA (MURCIA)
Fortuna guarda su recia envergadura arabesca que forja el complejo de sus pedanías desde la Garapacha a Peña de Zafra fundida en la mágica montaña de la Pila. No se descarta en el formato de sus ordenanzas sobre riegos en una huerta reticulada en zonas concretas. Su paisaje y estructura nos envuelve en una versión auténticamente mudéjar que de alguna forma se relaciona con Abanilla y marca las pautas de su crónica.
Nos lo confirma el bellísimo contorno del Valle de Ricote donde hubo una Madrasa y sus riscos nos llevan a enfoques almohades. Un paisaje que ensalza la figura del famoso y cervantino morisco, en una geografía briosa donde se gestan leyendas y narraciones cuando se otean las sierras de Ulea y Ojós, pueblos que están envueltos en un encanto sutil que nos evocan al caer la tarde, escenas de amores entre cristianos y moras, tan apasionadas algunas, que nos advierten de viejas pasiones y trágicas secuencias que quedan inscritas en las rocas de este espacio mágico.
Con ello se realza la tradición de una cultura que permaneció en España durante siglos, que tuvo su renacimiento y su estertor, que dejó señales de amor y de añoranza, romancero acusativo de combates y rezumo de ternura en el lirismo de las jarchas mozárabes y el lamento del sefardí alejado de su lugar de nacimiento.
La tonalidad mudéjar queda patente en estas tierras significativas que dormitan incluso en este siglo, se encuentran heridas y con luengas cicatrices que imponen su propia odisea de siglos pasados. Unos pueblos que integraron Al-Ándalus, sofocados por la intransigencia, caducos e inconformistas, sujetos a la desventura y atosigados por la intolerancia. En toda la vega del Segura apabulla ese enigma que conserva su toponimia hilvanada a unos avatares rotundos que dejaron su huella en el declive de sus habitantes.
Bien es cierto que los mismos moriscos se acomodan en ocasiones y luchan contra sus coetáneos, como nos lo indica el fraile dominico, cual el caso de Molina y Alcantarilla. En otros, como Fortuna se advierte la compra por parte de María Lozano, de un esclavo morisco al que hizo bautizar. Son situaciones muy confusas que provocan a veces el sentido de la historia, pero el hecho evidente es el atosigamiento de la población que trae de suyo la necesidad defensiva, tanto en el interior como en la costa.
Que ello es de tal guisa, nos lo dicen los datos que se le presentan al investigador al conectar con los años consecutivos al decreto de la expulsión de los moriscos por Felipe III. No hay que indagar mucho para encontrar en nuestros concejos, en este momento, señales de inquietud ante la presencia de los musulmanes rebelados , que infectan zonas del interior utilizando los riscos de las montañas, aprestándose en hondonadas cercanas a los castillos que, como el de Aledo se siente acosado por enemigos; lo que hace que se parapete frente a ellos. Pues en la sesión de 13 de noviembre de 1609 del concejo de Totana se programa toda una actuación “ contra cualquier enemigo”( 8). Sus ediles informados de ello establecen milicias integradas por capitanes, cabos y comisarios, esta vez para enfrentarse a los moriscos que se resguardaban entre los montes cercanos..
EL castillo de de Aledo elevado sobre una cumbre, desde la que se domina el valle, era foco de miradas, sin duda. Y aún hoy se otea desde la lejanía con la enhiesta silueta de la torre del Homenaje, centro de interés; lo que nos hace pensar en su estratégica situación, que nos evoca algaradas seguidas por las huestes del Cid, señor de la hidalguía amedrentado por la equina del monarca medieval. En su entorno se describen batallas que se inscriben en sus muros robustos, ahora solitarios y desaliñados que se enfrentan al impacto del tiempo
Y esto es verdad por cuanto que la villa de Aledo, de la que era arrabal Totana en el siglo XVI, ya en época de Felipe II se hace merecedora de su atención, a veces ante los problemas que planteaban sus vecinos por desarrollar una caza precisa y sin los riesgos motivados por la presencia de enemigos y personas que se acercan a la villa desde zona alicantina, como se nos muestra en un texto oportuno.
Era vidrioso cazar en el año 1576, de un lado ante la tensión que provocaban los moriscos granadinos y de otro la presencia de cazadores que viniendo de Valencia y otros lugares provocaban hurtos en el venado, gamos y cabras montesas que enriquecían su patrimonio, lo que lleva al monarca a distar una provisión en el citado año regulando la caza entre los vecinos, y la utilización de arcabuces para su defensa.(9)
No es extraño pues, que en estas circunstancias sus regidores intenten defenderlo frente a las avanzadas moriscas de las que tenían conocimiento por las torres vigías que se comunicaban con Lorca. Por lo que en ese instante se deja su custodia al Marqués de San Germán. Y para ello se lleva gente de guardia” que tenga vela”, es decir, se vigile a cada hora intermitentemente.
Aparece como custodio del mismo en este momento Damián Gómez, nombrado para que ” haga la guarda y asista de día y de noche “, lo que era conveniente en la situación en que se hallaban los pueblos del interior, y de la costa.
Es curiosa la forma que se utiliza la fortaleza de Aledo, como farallón situado en un lugar muy singular;, para lo que se conforma : “ una cuerda que llegue desde la torre de la iglesia a la del castillo, y que atada de la campana se vaya tocando a la vela, y se tienda en el recato con que se guarde”. Desde luego no faltaba ingenio a los habitantes del castillo que, pese a todo, nunca se verían libres de los peligros que azotaban nuestro litoral, muy a pesar de que a partir de 1614 ya se ha realizado la expulsión de aquella masa trabajadora.
Las torres costeras (incursiones berberiscas)
“Que en el bergantín venían con otros doce” (C.LXV.P. 2 del Quijote)
Nuestra historia del siglo XVI es la de una tensión agudizada de civilizaciones, con la presencia del árabe rebelde que traspasa fronteras uniéndose a sus correligionarios, en un enfrentamiento con la patria donde moraron. Ello hace, como dice F.Braudel (10) que la cristiandad se vea obligada a la defensa de sus costas, a equiparlas con torres y fortalezas a través de una organización concentrada.
Son características de este tiempo las avanzadas enemigas por los campos y la costa: su tenacidad en llevarse los despojos de aldeas y pueblos marinos o del interior, para ampliar su poder, marcando su entronque con Árgel, entre otras ciudades del Mediterráneo que ejercen una atracción ilimitada en los aventureros que se aprestan a iniciar sus hazañas por el anchuroso espacio marino.
Esto recrea toda una serie de acciones de personajes aventureros que surcan el mar de Ulises en densos y atractivos, o desenfrenado sucesos que cargan el paisaje de sangre. Son quienes tildándose de piratas o corsarios, bucaneros y filibusteros, descargan sus desenfrenados anhelos de riqueza sobre el inocente marinero que habitaba en la costa y se servía de su trabajo para alimentar a su familia.
La época felipesca se encuadra en este fragor de batallas que enrabietan a unos y otros, forzando a corsarios y cristianos a emplear la patente de corso para sus desmadrados deseos.
De esta forma observamos un variopinto mosaico de barcazas con sus velas erguidas rondando la mar con sus costas y torres defensoras. Sumisas goletas elevando sus velas en sus dos palos de proa y de popa, cuadradas las primeras y la cangreja de la popa sostenidas en sus vergas, donde los recios marinos se subían en un afán de recogerlas, sosteniéndose en el marchapiés.
No era difícil observar, sobre la superficie marina, a la hora del atardecer, la silueta señera, tímida y acogedora de la polacra, aligerada por el viento, imitando el vuelo de una gaviota.
El bergantín recio se asomaba, muy de cuando en cuando, por las estribaciones costeras con sus vestidos palos mayores, vergas y masteleros ; con su tripulación enraizada en los viejos lobos de la mar, suficientemente encanecidos y con el olor del licor sustraído a los toneles que transportaban. Unos embaucadores dispuestos a sembrar la maldad y su empecinado afán del hurto de las mercancías y esclavos en la costa apartada, donde el rumor de las olas y el viento rozando las barcazas, era el único sonido que se podía escuchar en ese paisaje de viento y soledad, de albatro y de isleta recogida.
Sobre el infinito mar azul de pequeños naufragios y puertos encubiertos, latía un fragor de enconadas y pequeñas batallas de tipo menor, en un frenesí que respondía a los ensueños de sus tripulantes significados por la bandera izada, capaces de mostrar su crueldad con los habitantes de las minúsculas islas o costas que se veían azotados por sus acciones despiadadas.
Unos hombres recios convertidos en vagabundos y bandoleros de la mar a la espera de clavar sus dientes en los desdichados moradores costeros, lobos del mar prestos a surcar sus espacios metidos en una simple barca construida por la galanura de su destreza pero suficiente para enarbolar las velas y lanzarse, desde el puerto argelino, a otras costas, en aras de riqueza.
Tan solo llevaban en su cabeza la sola idea de hurtar bienes y forzar a los sufridos mozos a la esclavitud; unos hombres acostumbrados a los vientos de levante, peregrinos de la mar en pos de cautivos que le servían de mercancía, hombres y mujeres a la espera de su redención por las órdenes significadas.
Sí, el Mediterráneo, tan nuestro como las batallas de los héroes marinos que dieron sus vidas en Lepanto , donde se fraguó la última batalla antes de que se iniciara la lucha de los treinta años; fecunda y significada por la presencia del manco celebérrimo, va a ser el escenario de una piratería donde el renegado, el morisco, el corsario desenfrenado, va a intervenir en una trama avivada por intereses de una economía maltrecha y desaforada.
El mar de Jasón y el héroe homérico, forja el diorama sobre el que se gesta este foco de odisea relacionada con la presencia del corsario, acaso piratería, mas ubicada en el Atlántico, como densa patraña que forjó un escenario de cromáticas secuencias, a veces ensangrentadas en los enfrentamientos con los hombres del Levante Español.
Y ciñéndonos a nuestras costas cercanas a Málaga, Alicante, Cartagena o Almería, en sintonía con la ciudad de Lorca, queda patente este conflicto que nos sitúa en unos años compulsivos donde se realza la hazaña, el temor y la aventura.
Los años comprensivos de 1520 aproximadamente, a 1581, confirman toda una estrategia en las guerrillas de corsarios y cristianos, incluso de corsarios cristianos en un escenario que conforma a su vez el norte africano.
Aparecen las avanzadas del corso argelino, entre otras ciudades; en densos ataques de los berberiscos que asolan otras barcazas de vela, imponiendo su temor en estas orillas de pescadores que conviven muy en relación con zonas del interior.
Mucho se ha escrito sobre este tema relacionado con la presencia del berberisco en nuestras costas. Unos lances significados por avanzadas sobre el mar azul levemente agitado por las olas que azotaba a aquellos veleros de romance; polebotes descarriados, queches y galeras errabundas torpedeadas por el empaque de los galeotes enemigos. Y en su empaste se lucía el héroe de estas batallas enturbiadas por el fracaso ante su impotencia.
El estudio de este espacio histórico relacionado con nuestras costas, maltrechas en su mayoría, nos da muestras de un diorama entonado con las algaradas que en él se desarrollaban, al igual que en costas de Málaga y Valencia, y donde la costa murciana abre un capítulo en este menester.
La presencia de torres vigías, redondas o cuadrangulares, con sus almenas y guardia, nos evocan aquellos momentos de agobio, de reyertas entre los moriscos unidos a sus hermanos, y los habitantes de esas zonas.
Ahora las torres maltrechas y abandonadas, tan solo nos evocan aquellas gestas que provocaban el hurto de hombres que trataban como esclavos. Cautivos que lloraban desde Argel, víctimas y objetos de tratos comerciales, a la espera de forjar su huida con el anhelo de llegar a su alejada patria.
Estas torres nos sitúa en un tiempo de fragor en el Mediterráneo con el mosaico de barcos de vela que surcaban su espacio azul, pero embadurnado de sangre. Cancha para la captación de una lid entre embarcaciones enemigas, despiadadas, capaces de atacar a otras que volvían del puerto de Cartagena, con el único fin de llevar comida a Orán y a los presidios norteafricanos o dirigirse a Nápoles, ciudad de sol metálico tan buscada por el pícaro español.
Toma constancia y protagonismo, como se puede adverar el puerto de Cartagena apreciado por las viejas culturas, cita de un tráfico intenso , lugar de llegada y de salida de galeotes, que muy a menudo eran descubiertos por las galeras berberiscas escondidas en la isla de la Grosa, cercana y a la vez protegida por su situación estratégica.
Indudablemente que el tema deja alas a la imaginación para ubicarse en los límites costeros de esta zona entre El Mar Menor y Cabo Cope, en Águilas, tratando de hallar los puntos básicos de estas invasiones que siempre acechaban y creaban tensiones, a veces captadas por las sencillas torres que enviaban señales oportunas despertando la in quietud entre los pescadores. Ello nos remite a unos los siglos XVI y XVII marcados por la tenaz lucha de los turcos que siembran una piratería muy profunda, significada por la presencia aquellos aventureros sanguinarios que izaban sobre el palo de gavia la bandera pirata, emulando al sin par Barbarroja y que estaban sacudidos por el ansia del robo; lo que hacían con la astucia de quienes sabían sus artes, aunque carecieran de la patente de corso.
Y aún nos envuelve de misterio la forma de mostrar sus cualidades de lobos de la mar, una vez que desde sus puertos rondando el mar, se dejan navegar con sus barcas apenas firmes, pendientes más del encuentro con la goleta a la que se enfrentaban, que el tacto por encallar en una costa. No era fácil cuando la noche rondaba sus vidas y las luces de los focos de petróleo despistaban al capitán provocando el naufragio.
Fundirse en el mundo de la piratería es aquilatar un tiempo del empeño turco por invadir la península. Se abren escenarios que secundan las acciones del corso en su afán de conquista e incremento de la cautividad que solo se resolverá mediante su redención. Como dice F. Braudel la cristiandad se ve abatida y con la necesidad de defensa mediante torres y fortalezas que sirven de contención frente a un enemigo bien abastecido.
Un tiempo que impregna las actuaciones del emperador Carlos y que continúa con Felipe II, en cuyo ámbito se desarrollas eventos triunfales frente al enemigo, como el turco vencido en Lepanto , en 1571 donde se pone de manifiesto la destreza de un Juan de Austria. Un espacio que nos traza sucesos avalados por el famoso manco que, no obstante tuvo peor suerte al tornar a España en la goleta Sol donde viajaba con su hermano Rodrigo. Estos riesgos le llevaron a Cervantes a Argel y sus célebres Baños, de cuyos avatares da cuenta el insigne escritor.
Pero es que este trajín de guerrilla encuentra protagonismo en nuestras costas cuando se acercan corsarios, a veces tan renombrados como el célebre Morata Arraéz(11), albanés capturado por Kara-Alí, muy en relación con los diestros Barbarroja y Arnaut Mamí del que tendremos ocasión de comentar. Desde luego se trata de corsarios a la vieja usanza, expertos y prestos a servirse de sus esclavos para su enriquecimiento.
No podemos evadirnos, en este punto del impacto de la novela cervantina en su referencia al corsario, también sobre el paisaje que ofrecía nuestras costas y la presencia de torres bien guarnecidas.
En este sentido, en la Ilustre Fregona da cuenta de ello las aventuras de Carriazo y Avendaño. Los pícaros no dejan de argüir sucesos variopintos que les lleva, a veces, a buscar refugio en sitios adecuados. Lo hacen cuando salen de Sevilla, abandonando Zahara, preocupados en provocar dislates, sin ser víctimas de la justicia.
Tal es el empeño de ambos, que han de huir tratando de esconderse de sus perseguidores: “Por eso las noches se recogen a unas torres de la marina, y tienen sus atajadores y centinelas, en confianza de cuyos ojos cierran ellos los suyos….” Pues a veces “han anochecido en España y amanecido en Tetuán..”
Y no se desgaja de este asunto la incitadora Española inglesa , novela deliciosa donde Cervantes hace referencia al corsario Arnaute Mami, ni más ni menos, ya que tuvo que vérselas con este lobo del mar apellidado el Cojo, a cuyo hermano retuvo en los Baños con nuestro manco egregio. Y a fuer que hubiera permanecido en Árgel más tiempo, si no se hubieran acelerado los trámites de la redención de su cautividad, aunque se anticipara la de su hermano Rodrigo.
La agilidad y destreza de este temido corsario se delata en la obra cervantina, en numerosas citas, desde luego es muy precisa en los Tratos, con la dimensión de sus personajes cautivos que, como Aurelio, dan constancia de ese sabor amargo del destierro. Y no de menos importancia es la descripción del escritor, de los estragos y sufrimientos que tenían que pasar hasta que alguna orden religiosa los pudiera rescatar, como la de la Santísima Trinidad, siendo de esta forma liberado en Valencia con toda la parafernalia que al uso se llevaba en 1580.
Por distintos conductos se esparce la figura pintoresca del corsario aludido, como de viñeta romántica, que deja un hálito de tenebrosa dimensión muy de época. Nos evoca aventuras de piratería que en el momento cervantino cobran realidad, como las que se desarrollan bajo el impacto del citado corsario, con su soflama de embaucador que, junto a su hermano Dali gestan sucesos de pesadilla en la condena de sus cautivos a trabajos ingentes, aunque podían subsanarse a base de dinero.
No en balde vemos aparecer a la mujer del corsario en misiones ajustadas en Argel, con la intención de intervenir a favor de otros cautivos, a fin de recibir prebendas del ducado de Venecia (12). Que otra cosa sería abundar en la relación del corsario con los monarcas católicos.
La vida del autor de la Galatea, una novela pastoril a semejanza italiana, se enriquece con estos momentos de sufrimientos que delata en su obra relacionada con su estancia en este centro de la piratería del Mediterráneo. Allí acudían renegados y aventureros, inquietos familiares que se prestaban ir a Árgel para liberar a cautivos, lo que hacían a horas de la noche, templando gaitas y superando dificultades indefinidas, a veces con alardes de heroísmo que nos llevaría a narraciones novelescas.
Las aventuras de Juan Carcete, corsario cristiano, y Juan Gascón, a las que alude F. Braudel en su obra magna, nos deja materia suficiente para encajar un amplio esquema de estas actuaciones de corsarios avezados, o de personas amantes de aventuras pero capaces de exponer sus vidas para libertar a cautivos encerrados en las cárceles argelinas, ello ante la locura de una piratería sangrante motivada por sus repercusiones económica o por otras intenciones.
Y es que existen los llamados pasadores, como Juan Felipe Romano, de tanta fama como capaz de transportar, en horas de la noche, a la misma hija de A. Mami, con los riesgos que tal acción llevaba consigo(13),
Cervantes es el testigo significado de tales eventos que vivió en su propia carne: una vida de auténtico héroe como la de sus hermanos. Su biografía no es precisamente un repertorio de bondades. Todo lo contrario; se desarrolla, al igual que la de don Quijote, en una tragedia de sucesos que terminan con su cuerpo en Argel en calidad de cautivo, al ser tomada la galera Sol por el temible corsario.
Las minucias de su estancia allí durante siete años, nos lleva a meditar sobre la situación en que se hallaba con otros esclavos que esperan ser redimidos. Y, por lo que al escritor se refiere, será libertado por el precio de 1500 ducados de oro. Una redención que es celebrada, con todo el ritual, en Valencia.
Sabido es que las desgracias de Cervantes seguirán como consecuencia de sus riesgos y carencia de dinero, que le lleva a ser alcabalero y seguir ostentando deudas, y por supuesto, nuevas nupcias, hasta que termina su vida en la gravedad del arrepentimiento y el alejamiento del mundo como lo hará Lope, una vez harto de tanto consumir placeres y éxitos. Podría decirse que su locura y fortaleza de ánimo queda apagada con una realidad que le absorbe y deja arrepentimientos en su alma.
Es lo cierto que los ataques por los turcos, se van intensificando en nuestras costas de una forma inquietante en los años 1560, donde la zona de Málaga, Granada y Almería se ve asolada por las constantes avanzadas, mientras en Madrid se vive al socaire de ello, incrementándose las algaradas de los Austria, más interesados en las minucias de los acontecimientos festivos y en la dilapidación de gastos.
Ello es algo evidente que crea un auténtico problema. No cejan de acercarse bajeles corsarios por el entorno de Cartagena cuando ya Felipe II toma posiciones al respecto, y prueba de ello es la expedición a Trípoli y el desastre de Dyerba en 1560. D. Juan de Austria se delata como auténtico héroe en acciones como la recuperación de Túnez.
Se desvela el monarca ante las necesidades, en contratar a expertos como Fratino, B. Antonelli y Vespasiano Gonzaga que trabajaron en la configuración de torres bien abastecidas, desarrollando un tipo de arquitectura que domina el paisaje costero del Mediterráneo, y desde luego se delata en las construidas en nuestro litoral, aportando una nota pintoresca en el paisaje. Unas torres que se instalan en la Costa del Sol, redondas y cuadradas en el Mar Menor.
En la península se hace urgente reforzar las torres costeras en Melilla, sin descartar Orán y la zona africana, en la necesidad de adaptar los presidios a las nuevas circunstancias, para lo que precisaban de avituallamiento que les llegaba de Cartagena y Málaga. La situación vivida por los habitantes de aquellos presidios es dramática como nos narran los cronistas.
Era fundamental estas ayudas que ocasionaban auténticas odiseas protagonizadas por los soldados carentes de todo, y además viviendo en las peores condiciones. Desde Cartagena se envían refuerzos a Orán. Se constata esta situación en referencia a acuerdos de pueblos como Totana y Mazarrón que ha de colaborar estando agobiados por una situación precaria. Las actas de 1625 y 1626 ponen de manifiesto la inquietud de los vecinos de Totana por ejemplo, ante esta necesidad por enviar soldados infantes para asistir al socorro de aquellos presidios norteafricanos, sin descartar la defensa costera y utilización de doscientos arcabuces al mando del Alférez Carrillo.
Por lo que se refiere a nuestras costas sabemos de la inquietud de los Vélez ante estas incursiones y la problemática en el trasiego de mercancías. Sobre todo la necesidad de procurar defensa a Cartagena, cuyo puerto era cita de de un trajín intenso ante la presencia de escuadras procedentes de Nápoles.
Había que disponerse de gente para esta ayuda imprescindible, y entre otros pueblos se ordena a Totana en las sesiones de 1625, 1626, aporte 150 infantes para asistir al socorro de Orán. No era menor la necesidad de procurar avituallamiento, como trigo, etc.
La investigación de las actas de nuestros pueblos costeros nos revela la situación deprimente de aquellos, como del trasiego del puerto cartagenero en la presencia de navíos napolitanos en pos de ayuda. A veces estas necesidades se ordenan a través de pregones por las plazas de los pueblos, como para el alojamiento de soldados. Es en este sentido que la presencia de escuadras da lugar a que la ciudad busque alojamiento a los soldados.
(CONTINUARA)
FUENTE: CRONISTA