Estamos en Navidad e, inevitablemente, hemos de tener muy presente la necesaria dicotomía entre el goce y el espíritu. Aunque no es necesario que vayan en ese mismo orden, y podemos invertir la prioridad… Lo cierto es que éstas son fechas para pensar en los demás, para lamentar las guerras y miserias del mundo, y también para ayudar generosa, solidaria y caritativamente a los más necesitados. Olvidando en lo posible el egoísmo, la egolatría y la insensibilidad que a veces bien caracteriza al género humano. Tan es así, que nos parece lo más importante -y en estas fechas con más motivo- que cada día siga produciéndose el milagro del pan que llevarse a la boca… Ya hemos encontrado, pues, la razón de ser de este trabajo periodístico, que persigue sincronizar ambos conceptos: lo material y lo espiritual.
Es lo cierto que la historia está llena de multitud de hechos milagrosos, que han puesto en muy directa relación santidad y alimentación, pero que aquí denominaremos gastronomía, aunque no sean la misma cosa. En todo caso, se trata de un original y apasionante tema, a cuya investigación dedicó gran parte de su tiempo el insigne gastrónomo y escritor malagueño Enrique Mapelli, y que mereció en su día el entusiasta interés editorial, entre otras de la Editorial Aache, de Guadalajara. Creemos más que justificado que, aquí y ahora, se le dedique un espacio a sus desvelos. En unas fechas en las que ciertamente la parte espiritual es la que da sentido a la celebración básica de la Navidad.
Pero no es menos cierto que el comer en compañía (más o menos copiosa y exquisitamente), y utilizando productos menos habituales que el resto del año, forma parte de un rito universalmente extendido. Sin embargo, este hecho tampoco debe hacernos olvidar las circunstancias por las que atraviesan muchos millones de personas en el mundo. Las mismas que, de verdad, están esperando cada día, el milagro de tener algo que llevarse a la boca. Aunque tan sólo sea pan…
Decía san Francisco de Sales -a la sazón patrono de escritores y periodistas- que “Propio es de espíritus abandonados, viles y abatidos e infames, pensar en los manjares y viandas antes de la hora de comer, y mucho más complacerse después de la comida, en el gusto que se ha tenido comiendo….” Y prosigue el Santo, afirmando que “Éstos puede que tengan por Dios a su vientre, pero las gentes honradas sólo piensan en la mesa cuando se sientan a ella, y después se lavan manos y boca, para que no les quede ni el gusto ni el olor de la comida”.
Hoy sin duda veríamos con cierta exageración tales afirmaciones… Pues ¿Qué sería de los gastrónomos si se hiciese caso de forma tan rigurosa al Santo? No en lo de comer mucho, sino más bien en “el gusto que se ha tenido comiendo”. No olvidemos que, a la par que alimentarnos, no está de más impregnar tan necesaria tarea, si no de lujuria ¡Absit!, sí con algunas pinceladas de hedonismo, gioco e divertimento. Lo cierto es que, como razonaba Mapelli y después veremos, la Providencia no permanece ajena a las cosas del estómago.
MILAGROS BÍBLICOS
Veamos como primer ejemplo el milagro de Las bodas de Caná: “… Tres días después, se celebraba una boda en Caná de Galilea y allí estaba la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, vino a Jesús su madre: “No tienen vino”; Jesús le respondió: “¿Qué tengo yo que ver, mujer?, todavía no ha llegado mi hora”. Entonces dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”.
Había allí seis tinajas de piedra, de dos o tres medidas cada una. Tras llenarlas de agua, sacaron de ellas el vino para llevarlo al maestresala. Éste, que no sabía de donde lo habían traído, dijo al novio: “Todo el mundo sirve primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno para el final”. De esta forma daría comienzo Jesús a sus señales, en Caná de Galilea.
Después llegaría la multiplicación de los panes y los peces. De tal forma, que Jesús se fue a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía, viendo las señales que realizaba con los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó con sus discípulos, estando próxima la Pascua o fiesta de aquellos.
Viendo a la muchedumbre, para probarle dijo a Felipe “¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?”, a lo que Felipe contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco”. Menos mal que Andrés, el hermano menor de Simón Pedro le dice: “Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tantos?” Entonces, Jesús mandó sentar a la gente, en número de unos cinco mil, y tomando los panes y los peces, tras dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados. Cuando se saciaron, dijo Jesús a sus discípulos: “Recoge los trozos sobrantes, para que nada se pierda”. Una vez recogidos, con los trozos de los cinco mil panes de cebada que sobraron, pudieron llenar doce canastos.
Nótese que, mientras que en Betsaida de Galilea se trataba simplemente de dar de comer a la muchedumbre, en las Bodas de Caná era el placer de beber buen vino, el que sirvió para anunciar el reino de los cielos.
MILAGROS VARIOS
Muchos siglos después, en 1677 y a las puertas de Madrid, en el agua que se conserva en perfecto estado en la ermita de Nuestra Señora de la Paz, de Alcobendas, la mediación de la Virgen logró un milagro similar, para que pudieran ser debidamente celebradas unas fiestas. Así lo refieren unos versos populares:
En Caná multiplicó
el vino Dios. A tu ruego
el mismo milagro luego,
en Alcobendas se vio.
Allí Dios rogado obró,
y aquí obráis sin ser rogada,
Virgen de la Paz sagrada.
Cambiando de milagro, diremos que san Pascual Bailón ayunó todos los días de su vida a pan y agua, y si tomaba algunas legumbres, era sin condimento, con el fin de que el paladar no percibiese el más mínimo deleite. Si alguna vez comió carne, la dejaba primero que se corrompiese, de manera que el hedor la hiciese más desagradable. Una práctica cuya observancia no rompió, ni aún estando enfermo.
De forma parecida se mostraba san Pedro de Alcántara, que no solo dormía menos de una hora y media al día, sino que comía cada tres días un poco de pan mojado con agua, y a veces no probaba bocado en toda una semana. San Pablo, ermitaño en el desierto, fue visitado por san Antonio Abad. Mientras hablaban, un cuervo revoloteó sobre sus cabezas dejando caer un pan que llevaba en el pico. Pablo dijo entonces a Antonio. “Bendito sea dios, que nos envía de comer. Sabed que hace setenta años que este cuervo me trae medio pan cada día. Hoy, como habéis venido vos a verme, nos ha traído doble ración…”.
Otras veces, la voracidad de los Santos es debidamente encauzada, para devolver la vida a los inocentes. Así ocurrió con un carnicero que asesinó a tres inocentes, guardando en una barrica la carne de ellos obtenida. Invitado a comer en su casa el obispo llamado Nicolás, quiso probar de la carne de aquella barrica, haciendo la señal de la cruz sobre ella el que luego sería San Nicolás de Bari o de Mir, (el mismo Santa Claus, cuya festividad celebran en Europa oriental el 6 de diciembre). Y de allí fueron saliendo uno a uno y vivos, los tres niños asesinados diciendo: “¡Qué bien hemos dormido con los angelitos del cielo!”.
A veces esto de los milagros tiene unas salidas muy curiosas. San Conrado llevaba tiempo apartado del mundo, predicando y haciendo ayuno. Sus enemigos le invitaron a comer, haciéndole creer que era jueves, unas chuletillas de cordero. Una vez consumido el plato, y burlándose de él, el cabecilla de los burladores le dijo: “… Pues de ahora en adelante, no prediques tanto, porque hoy es viernes y has comido carne. Eres tan pecador como nosotros”. A lo que Conrado afirmó, “En efecto, soy un pecador; pero yo no he comido chuletas. Ved mi plato”. Y en su plato había seis raspas de sardinas, en vez de los huesos de las chuletas. Todos le pidieron perdón y besaron sus manos, que aún olían a pescado.
El milagro de san Guillermo, Duque, tuvo un doble efecto. Siendo ya anciano, estaba al cuidado de su doméstica María, que un día no se levantaba. Aquella aseguraba: “Señor, es imposible, no puedo levantarme por culpa de los dolores, y lo que más siento es que no podré hacerle de comer”. San Guillermo le hizo la señal de la cruz sobre la frente, y María, que curó por completo, con agilidad y optimismo pudo preparar una suculenta comida a su señor.
El caso de san Antonio de Padua es también original. Por la Cuesta de la Vega caminaba un campesino, con un burro cargado de hermosas guindas. Al resbalar, cayó al suelo la caballería quedando desparramada la mercancía, siendo imposible que el labrador solo, la recogiera en su totalidad. Menos mal que apareció un frailecillo que, con gran rapidez repuso en los serones la fruta. Agradecido, al preguntarle el campesino dónde le podía encontrar para agradecérselo, el fraile tan sólo le dijo: “Me llamo Fray Antonio, y vivo en el Convento de san Nicolás”. Personado al día siguiente el hortelano, pudo comprobar que allí no había ningún Fray Antonio. Mejor dicho, aquel Antonio del día anterior estaba colgado en un cuadro, que el hortelano vio en la pared, y que no era otro que san Antonio de Padua, de Lisboa o “de las guindas”. Difundido el milagro en Madrid, se constituyó una Cofradía en honor del Santo.
SAN VICENTE FERRER
La vida desan Vicente Ferrer fue amplia en prodigios milagrosos, desde 1350 a 1419 en que entregó su alma a Dios. En total, casi setenta años llenos de muestras milagrosas. De joven y vestido con la blanca túnica dominicana, pudo salvarse de las proposiciones deshonestas de una mujer, provocadoramente vestida. Ante lo que Lucifer inventaría otra treta. En esta ocasión, fue un anciano de porte distinguido que le prometió triunfos, dinero y mujeres hermosas si le seguía. Pero tampoco hizo caso Vicente, percibiendo a la desaparición de la figura, el intenso olor a azufre que dejaría en la estancia el diabólico personaje.
En 1414, recorriendo el Maestrazgo, antes de llegar a Morella, en Castellón, las familias se disputaban el honor de agasajarle. Finalmente, fue Ana la mujer que recibió en su humilde casa a san Vicente. Esta Ana no tenía medios, ni para alimentar a sus hijos. A la vista de sus nulos recursos, y con la locura de no tener nada que ofrecer al Santo, decidió sacrificar a su propio hijo de seis meses de edad. Lo aderezó con aceite, cebolla, ajo y algunas hierbas aromáticas, dorándolo al horno. Al servírselo a Vicente, éste se puso en pie, y haciendo la señal de la cruz dijo: “Levántate hijo, y perdona a tu madre como yo lo hago en el nombre del Señor”.
El hijo de Ana volvió a vivir, mientras la madre regaba de lágrimas los pies de Vicente Ferrer. Y todos experimentaron la sensación de hacer comido abundantemente, incluido el bebé. Hoy en día, en Morella, en la casa llamada de la Virgen, puede verse una inscripción en cerámica: “En esta casa obró san Vicente Ferrer el prodigioso milagro de la resurrección de un niño, que su madre enajenada había descuartizado y guisado en obsequio del Santo. Año 1414”.
SAN FRANCISCO DE ASÍS
Sobradamente conocidas son las buenas relaciones que Francisco de Asís mantenía con toda clase de animales, desde los fieros lobos a las apacibles tórtolas. En la ciudad italiana de Agubbio, un feroz lobo había sembrado el terror, al devorar a animales domésticos y humanos sin discriminación. Las gentes se procuraban defensa y cobijo ante el dañino. Hasta que, al encontrarse con él, Francisco dijo al antes terrible y ahora amansado lobo: “Hermano lobo, haces daño matando a las criaturas de Dios sin su licencia… Eres merecedor de la horca como ladrón y homicida, pero yo quiero hacer las paces, de modo que no te persigan ni acaben contigo”. Lo cierto es que el lobo dejó de sembrar el terror en los contornos, y llegó a recorrer las casas, cuyos habitantes le proporcionaban alimento. Otra vez solicitó unas tórtolas que un joven pretendía vender. El mozo entregó las aves a Francisco, quien se dirigió a ellas amonestándolas por el hecho de que se dejasen atrapar, y prometiéndoles nidos para que se multiplicasen.
Pero sus buenas relaciones alcanzaron elevadas cotas en el caso de un cochino. Vivía el fraile en un modesto monasterio cerca de Asís, alimentándose -como el sabio de los versos de Calderón-, con las hierbas que cogía. Una mañana, salió al campo fray Giuseppe de Nursia, compañero de Francisco, topándose, mientras buscaba hierbas, con un magnífico cochinillo salvaje. Giuseppe se debatía entre los deseos de saciar el hambre con tan exquisito bocado, y las enseñanzas de Francisco. Finalmente, arrancó una pata al cochino y se la comió cruda, aunque le sentó a gloria a un estómago como el suyo, tan poco acostumbrado a tomar carne.
Tras sus oraciones, Francisco de Asís partió para el campo, encontrándose a un tiempo al quejumbroso cerdo, y al arrepentido Giuseppe, que le pidió perdón por la acción cometida. Tras recriminarle, y viendo lo apesadumbrado que se encontraba su hermano fraile, Francisco aventuró que Dios se apiadaría y restituiría al cochino en su estado anterior. Y tomando al animal en sus brazos, y acariciándolo, al llegar al jamón que le faltaba, éste fue restituido milagrosamente, iniciando el cerdo su habitual correteo por el campo.
Satisfecho el estómago, tranquila la conciencia y puesto lo acaecido en conocimiento de los frailes de la comunidad, todos besaron la pierna del cochino, pasándose del beso al bocado, ya que todos fueron comiendo de la carne que, de forma continua y milagrosa proporcionaba el animal. El cochino se quedó a vivir allí, permitiendo que los frailes pudieran alternar las raíces y hierbas del campo con su carne, sin que la integridad del animal sufriese daño alguno.
Precisamente este Francisco de Asís fue quien ideó el primer belén viviente en Greccio, localidad italiana de la provincia de Rieti, región de Lacio, con poco más de 1500 habitantes, y distante a 103 km de Asís, de donde recibió el santo su ‘apellido’. De aquel hecho, ocurrido en 1223, celebramos precisamente este año el 800 aniversario, y a cuyo recuerdo y en cuyo homenaje se ha efectuado el montaje del Belén que la Asociación de Belenistas ha ubicado, como es habitual, en el patio del Antiguo Casino de Ciudad Real.
SAN JUAN DE LA CRUZ
Cuenta su biografía, que san Juan de la Cruz era una de las personas más sacrificadas para la comida, a excepción de los espárragos, por los que sentía cierta atracción. Nacido en la abulense Fontiveros, y fallecido en la jiennense Úbeda, el santo y poeta necesitaba poco para alimentarse. Tal vez un poco de aquella “¡Oh cristalina fuente!”, pan duro y queso. En una ocasión y estando con su hermano, el cura de una aldea les invitó a una apetitosa olla. Sin embargo, él la rechazó a cambio de un poco de pan duro y unas hierbas torpemente aderezadas en su convento. Ya próxima su muerte, viniendo desde La Peñuela hasta Úbeda el 28 de septiembre de 1591, muy débil y enfermo, con fiebre y numerosas hinchazones en el cuerpo, es trasladado con la ayuda de una caballería que se había puesto a su disposición, y el mozo que le acompañaba. Fray Juan, que se niega a comer nada, tan sólo dice “… Lo único que mi cuerpo toleraría bien serían unos espárragos…”.
A lo que el mozo exclama: “Imposible, los espárragos no se dan en esta época del año. Podría estar buscando todo el día sin encontrar ni uno solo”. El Santo responde: “Hay que tener esperanza. Mira, parece que en aquellas piedras se ve un hermoso ramo”. En efecto, sobre el puente del río Guadalimar hay un reluciente ramo de espárragos. El mozo no consigue explicarse la presencia de los espárragos en tal fecha y lugar. Pero Fray Juan los hace suyos al fin, no sin decir “Podemos tomarlos, pero después de dejar su precio sobre las piedras, porque algún dueño tendrán”. Y coloca cinco maravedíes sobre la piedra, ante la extrañeza del mozo…
Al llegar al convento, y al intentar bajarlo del mulo, el Santo, que antes pesaba lo que un pajarillo, le pesó tanto al mozo, como si la tierra tirase de él. Al tomar el guiso de espárragos, le desapareció la fiebre y la hinchazón que había tenido en la pierna, experimentando un notable y general alivio. Todos tuvieron el suceso por milagroso, y en el Convento en el que expiró san Juan de la Cruz, hay una representación de la escena del Santo, su acompañante, y los espárragos extrañamente aparecidos. No sabemos cómo prepararían los espárragos en Jaén al Santo, pero buenas recetas no faltan en la provincia.
SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
Desplazarse en peregrinación hasta Santiago de Compostela, en aquella Edad Media, no era algo fácil, ni cómodo. Pero el Santo impartía su protección sobre todos cuantos viajaban para postrarse ante su Sepulcro. No son pocos los milagros que se citan, como aquel del peregrino que, pidiendo pan a una mujer que lo tenía puesto en el horno, como aquella negase disponer de él, el peregrino le dijo “¡Ojalá se convierta en piedra el pan que tienes!”. Y así encontró la mujer su pan, cuando el peregrino se marchó. Sin embargo, en el cuidado y guarda de los peregrinos, junto con Santiago, colaboraban otros santos, entre ellos santo Domingo de la Calzada. Rechazado en los monasterios de san Millán de la Cogolla y santa María de Valvanera, decidió llevar una vida monástica por su cuenta. En su andar, recorriendo un camino de La Rioja, pudo observar que la crecida del río Oja dificultaba que las piadosas gentes continuasen su marcha, de modo que construyó una ermita en la que recibir consuelo, alimento y reponer fuerzas.
Pero también fue capaz de construir un puente sobre el río Oja, resultando un buen ingeniero, y convirtiéndose en patrón de los que hoy, aunque con mejores medios, se dedican a los mismos menesteres. Sin embargo, la preocupación y tutela de Domingo se extendía a muchos otros campos. Un día acudió a él un joven llamado Hugonell, que contaba quince años, apuesto y de ojos azules, procedente del arzobispado de Colonia, en Alemania. Al repostar en la posada que regentaba una riojana de buen ver, ésta quedó prendada del joven, ofreciéndole para su reposo una cámara especial.
Hugonell conservaba su virginidad, y con ella quería postrarse ante el Sepulcro de Santiago, pero no vio malicia en la propuesta de la mujer. Ya en sueños notó el roce de la posadera, que le decía “Ven a mí y seamos felices esta noche”. A lo que el joven replicó “Aparta de mí, pecadora, y vístete”, y colocó sobre el cuerpo de la mujer la manta con la que se había cubierto. Ésta, vengativa, escondió en el petate de Hugonell una copa de oro, acusando de robo al joven ante la justicia. Según el Fuero de Alfonso X el Sabio, en la localidad hoy llamada Santo Domingo de la Calzada, Hugonell fue ahorcado. Mas cuando sus padres estaban descolgándolo, llenos de dolor, el joven recobró sus movimientos y la vida, diciendo: “Soy inocente. No he cometido delito alguno. Santo Domingo sujetó la soga impidiendo mi muerte”.
Los padres de Hugonell fueron a dar cuenta de lo sucedido, a casa del Corregidor. Éste se disponía a devorar una suculenta comida, compuesta por dos aves apetitosamente preparadas. “Señor, mi hijo era inocente, aseguró el padre. Tan sólo fue engañado por una pérfida mujer. Santo Domingo le salvó, y está vivo”. A lo que el Corregidor gritó “¡Dejadme en paz. Vuestro hijo está tan muerto como esta gallina!”. Y cuando iba a hincar el cuchillo en uno de los dorados trozos que lucían en la fuente, el gallo y la gallina se levantaron, recobrando las plumas y la vida.
Un prodigio que ya aparece reseñado en un documento de 1350, existente en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, donde se conserva igualmente un trozo de la horca en la que se pretendió ajusticiar al casto y bueno de Hugonell. En una hornacina, también pueden contemplarse un gallo y una gallina que son repuestos cada mes.
SANTO DOMINGO DE SILOS
El Monasterio de Santo Domingo de Silos es famoso por su ciprés -al cual dedicase un soneto Gerardo Diego-, su claustro románico, y los cantos gregorianos que entonan sus monjes, y que han dado la vuelta al mundo. Las buenas comidas que en la hospedería se sirven -que no son sino el reflejo de la exquisita sencillez y decoro que aquellos frailes poseen-, nos trae a colación al niño Domingo. En su pueblo natal de Cañas, cerca del actual Monasterio de Silos, siendo niño repartía el pan que le daban en casa, entre sus compañeros. De pastor, repartía la leche de sus ovejas entre los pobres. Ya con el hábito, tras una temporada en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, decide fundar un lugar de severo recogimiento. Un día, don Sancho, el obispo de Pamplona, decide visitar el Monasterio y a él se traslada en mula.
Pero los monjes no tienen ningún plato especial para obsequiar al Obispo a comer. El cultivo de la tierra, la construcción del Monasterio, sus obras de caridad y otras mil ocupaciones, no dejan tiempo a estos benedictinos para procurarse un alimento adecuado con el que sustentarse. San Salvador era el cocinero de la comunidad, de quien se decía que no era él quien guisaba, sino los propios ángeles. Un día, sin que hubiese acudido por allí el cocinero, apareció la cocina con su comida guisada y lista para poner en la mesa.
Y llegó el día de la visita del obispo don Sancho, a lomos de su blanca mula. Después de decir la Santa Misa, ilustrada con las reconfortantes voces de los monjes, llegó la hora de recorrer el cenobio. Observando la modestia en que vivían los monjes, con un jergón de paja, y a veces sin eso, en las celdas, llegó a asegurar que Dios les premiaría por tanto sacrificio, al ver la penuria en que se desenvolvían. De pronto observó una puerta, y preguntó el lugar hacia el que conducía: “Es la cocina, señor”. Pero don Sancho quedó petrificado al entrar en ella, ya que, entre capones y conejos, había dos garridas mozas de muy buen ver, una de mayor edad que la otra.
Quiso explicar el hecho el fraile Domingo, pero inmediatamente fue callado por el señor Obispo quien, indignado, retornó a su mula y emprendió el camino de regreso. Sin embargo, al llegar a un altozano, la caballería siempre volvía indefectiblemente al Monasterio, sin que bastasen ni las voces del mozo, ni los gritos de don Sancho. Al fin comprendieron que, el animal, dócil y obediente habitualmente, seguía los dictados de una fuerza sobrenatural. El Obispo dijo a su servidor, al llegar otra vez al Monasterio: “Por última vez, obliga a la mula a seguir nuestro camino”. Pero nuevamente hizo lo mismo la mula. Finalmente, don Sancho entró en el Monasterio, encontrando a los frailes cantando devotamente en la nave que hacía de iglesia.
Y esta vez, sí que intentó don Sancho que Domingo le explicase lo sucedido. Que no era otra cosa que, no sabiendo qué prepararle al señor Obispo, Domingo había hecho venir a su madre y hermana para preparar una comida, aunque modesta, digna de su alcurnia. Dicho lo cual, tras afirmar el Obispo que el comportamiento de Domingo había sido santo y el suyo precipitado, y comprender que la Providencia se había servido de la mula para aclarar la situación, pidió perdón, y todos pudieron disfrutar con deleite de la comida preparada por la madre y hermana de Domingo. Que, en opinión del estudioso Enrique Mapelli (D.E.P.), “aunque un poco pasada de punto, debió parecerles suculenta”.
Poco más queda añadir a este trabajo… Como no sean los mejores deseos de paz y amor para estos días… Y que tengan un claro reflejo en la salud del cuerpo… y también en la del alma. ¡FELIZ NAVIDAD!
FUENTE: https://www.lanzadigital.com/provincia/ciudad-real/milagros-gastronomicos-para-la-navidad/