POR MANUEL GONZÁLEZ RAMÍREZ, CRONISTA OFICIAL DE ZACATECAS (MÉXICO)
Con cuánta ilusión nos despertábamos para ir de inmediato al árbol de Navidad de la casa para ver qué nos había traído el Niño Dios.
En la noche del 24, antes de acostarnos, dejábamos un zapato al pie del árbol con la respectiva cartita de petición de un obsequio especial. En ocasiones le dábamos varias opciones.
A veces nos traía lo que pedíamos, lo cual andábamos pregonando desde las vísperas. Pero en otras veces, nos dejaba otra cosa. Una sorpresa. Algo que no esperábamos.
El obsequio sorpresa que más recuerdo y que más gustó fue una pequeña locomotora de aluminio que se activaba con pilas. Se movía sola y emitía un sonido parecido a una máquina de verdad, incluyendo el de un simpático silbato.
Luego, salíamos a la calle a jugar con nuestro regalo con la intención de mostrar a los demás niños del barrio lo que nos había dejado el Niño Dios y, desde luego, para ver los obsequios de nuestros pequeños vecinos… era una algarabía inundada de sonrisas…
¡Qué tiempos aquellos, señor don Simón!
¡Feliz Navidad!