POR JOAQUÍN MUÑOZ CORONEL, CRONISTA OFICIAL DE ALMAGRO (CIUDAD REAL).
Una desbordante magia e ilusión infantil: historia, mito y realidad.
Una festividad no demasiado antigua, ya que en nuestro Occidente no comenzó a celebrarse la Adoración de los Magos hasta el siglo V.
Hoy es día 5 de enero. Y mañana, finalmente como cada año, celebraremos la Epifanía del Señor, que cierra el conjunto de celebraciones enmarcadas dentro del título genérico de ‘Fiestas de Navidad’, siempre a caballo entre dos años de calendario. De los tres días festivos (Navidad, Año Nuevo y Reyes), el de Navidad propiamente dicho -el día de la familia y el amor- es el primero y más importante de diciembre, mientras que el Día de Reyes se celebra a comienzos de enero. En medio de los dos, el día de Año Nuevo, el de la alegría y la esperanza. Pero la Festividad de los Reyes Magos, su historia y su leyenda, su mito y su tópico, representa el día en el que todo el mundo es y se siente niño, porque para eso es el gran día de la ilusión.
Una festividad no demasiado antigua, es cierto. Ya que en nuestro Occidente no comenzó a celebrarse la Adoración de los Magos hasta el siglo V, cuando se decidió separar esta festividad de la de Navidad, que ya se había fijado para el 25 de diciembre. Pero, como ha señalado el desaparecido escritor Néstor Luján, “de todas las tradiciones relativas a la infancia de Jesús, ninguna es más rica y variada que la adoración de los Reyes Magos”. Esta leyenda ha impresionado siglo tras siglo a todas las generaciones de cristianos, y va ligada a infinitas y graciosas manifestaciones más o menos folclóricas. Los Reyes Magos -figuras enigmáticas que el evangelista san Mateo, el único que los menciona, deja en un total anonimato-, han sido enriquecidos por la imaginación de comentaristas posteriores, hasta crear una leyenda tupida y suntuosa como un pesado tapiz oriental.
ACUDAMOS A LA BIBLIA
Para ser exactos, tan sólo san Mateo (II, 1-12) se refiere escuetamente a la adoración: “…Y habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en los días del rey Herodes, llegaron de Oriente a Jerusalén unos magos… Venimos a adorar al Rey…”. Nada dice de que fueran reyes, ni el número de magos que adoraron, ni los países de su procedencia. En cambio, Mateo, siempre atento a confirmar las antiguas profecías, subraya que, ante esta visita de los personajes orientales, que preguntaban sobre un rey de los judíos que acababa de nacer, Herodes “llamó en secreto a los magos, averiguando cuidadosamente de ellos el tiempo en que se les había aparecido la estrella”. Y encaminándolos hacia Belén, les dijo: “Id e informadme puntualmente de lo que hay de ese niño, para que yo también vaya a adorarle”.
Es de sobra conocido que paró la estrella sobre el sitio donde hacía nacido Jesús, y según Mateo -que no habla de establo, ni de la adoración de los pastores- “habiendo entrado en la casa, hallaron al Niño con María, su madre, y postrados le adoraron, y abiertos sus cofres, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra”. Añade Mateo, que un sueño les advirtió que no volvieran a visitar a Herodes, y así lo hicieron, regresando a su país por otro camino. Porque Herodes maquinaba ya la muerte del Niño, que luego le llevó a la impresionante barbaridad de la matanza de los Inocentes.
Y ésta es, prácticamente, la única noticia evangélica sobre la Adoración de los Magos. De ella se destacan tres puntos principales: la visita al tetrarca Herodes, la adoración del Niño, y el sueño que les advierte que regresen a su país por otro camino. Todo lo demás se añadió más tarde, lenta y laboriosamente, entremezclando fantasía con realidad.
En los primeros tiempos del cristianismo, los magos eran considerados como simples astrólogos que leían el porvenir de las estrellas. Ni el evangelio de San Mateo, ni los Apócrifos que se ocupan de ellos, los califican de reyes. Todo parece indicar que eran de nacionalidad persa, ya que la palabra ‘mago’, proviene del vocablo persa ‘mogu’, que significa astrólogo. La transformación de ‘magos’ en ‘reyes’ aparece por vez primera en Tertuliano: “Nam et Magos reges habuit fere Oriens“. Y es que la palabra ‘mago’ había adquirido un matiz peyorativo, ya en los primeros siglos del cristianismo. Así lo prueba la leyenda de Simón el Mago -cuya personalidad se quiso asociar con el Anticristo-, y se les cambió el gorro frigio de los astrólogos y sacerdotes de Mitra, por la corona real.
No ofrece ninguna duda que, en un principio, el número de Magos adoradores del Niño Dios fue indeterminado. En las pinturas de las catacumbas romanas fueron a veces dos, a veces cuatro. La Iglesia siria creyó que eran doce, y que prefiguraban los doce futuros apóstoles. Pero algunas tradiciones de la Iglesia copta elevan el número hasta sesenta, citando los nombres de más de una docena de ellos. Sin embargo, ya en el siglo IV prevalece el número de tres. Y es Orígenes el primer escritor eclesiástico que lo afirma taxativamente. A partir de entonces, tres serán los Reyes Magos, y tres son las reliquias que, según la tradición, están en la alemana catedral de Colonia.
NOMBRES CASI FAMILIARES
En cuanto a los nombres secretos de los Reyes, aparecen por vez primera en el siglo IX, hacia el 845, en el Liber Pontificalis de Rávena. Son ‘Bithisarea’, ‘Melichior’ y ‘Gathaspa’. En las obras atribuidas a Beda el Venerable (erudito anglosajón, monje y doctor de la Iglesia, 673-735) se recogen estos nombres y se precisan las edades. Dice el texto: “El primero de los Magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba… fue él quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndose incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena (exactamente el calificativo latino es “fuscus“), testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre debía morir…”.
Sin embargo, en este texto se plantean varios problemas. El de los nombres, que queda ya resuelto; el de las edades de cada uno de los Reyes, que inician una conocida tradición; la raza del rey Baltasar y, finalmente, el curioso simbolismo de la mirra, según Beda. En lo que se refiere a la edad de los Magos, si los compiladores y escritores contemporáneos no hicieron gran caso del texto, los artistas lo tomaron al pie de la letra. Sólo en el siglo XV, en el Catalogus Sanctorum de Petrus de Natatibus, se les atribuyen las edades de sesenta años para Melchor, cuarenta para Gaspar y veinte para Baltasar.
A pesar de Beda, con su calificativo de ‘fuscus’, nadie imaginó que existiera un rey de raza negra, porque la tradición de los magos persas era demasiado persistente. Por primera vez aparece en la iconografía el rey Baltasar como negro de raza, ya muy entrado el siglo XIV. Todo ello sale de la vocación ecuménica de los predicadores, y de los textos de los sermonarios, que esgrimen razones escriturarias, litúrgicas y simbólicas. Sin embargo, ya de esta guisa aparecerán reflejados en los pinceles de los más grandes artistas de la historia, desde Boticelli y Rogier van der Weyden a Perugino, pasando por Durero (1504), Giotto, Hans Baldung (1507), Hieronymus Bosco (1510), Rubens (1618), Hugo van der Goes -siendo los Médicis los principales avaladores de la representación de los Reyes Magos– o, en tiempos muy recientes, el mismísimo Gustave Doré.
Cierto es que se consideraba a los tres Reyes como reproducción de los hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet), que en el Antiguo Testamento simbolizan las tres partes del mundo, y las tres razas humanas. Así, pues, uno de los Reyes debía representar a África, rindiendo su homenaje al Salvador. Aunque Gaspar, pese a ser representante de Asia, rara vez ha sido un personaje exótico. Ello planteó a inicios del siglo XVI un problema con el descubrimiento de América, pues parecía lógico que el Nuevo Continente, ya cristianizado, estuviera representado en el cortejo real. A esta idea responde el retablo portugués de la catedral de Viseu, en Portugal, donde un rey negro se ve reemplazado por un pintoresco jefe indio del Brasil, con su jabalina emplumada. Sin embargo, la tradición de los tres Reyes era ya demasiado fuerte, y esta modificación no tuvo continuidad.
En lo que atañe a la ‘mirra’ y a su simbolismo, debemos recordar que la ‘mirra’ (gomorresina aromática y balsámica), servía para embalsamar a los cadáveres, y en ello quisieron ver los teólogos la premonición del sacrificio de la Cruz. Unos granos de esta ‘mirra’ han sido conservados, crédula y devotamente, en el monasterio del monte Athos.
MUCHOS MÁS MISTERIOS
En cuanto a la ‘estrella guiadora’, varias son las tradiciones con que nos encontramos. Según las crónicas bizantinas, se desplazó con parsimonia, siempre al costado derecho de los Reyes durante todo el viaje, muy baja, de modo que iba casi rozando las palmeras. La tradición persa dice, según P. Maerckel, que la estrella era roja. El lapidario bizantino Teodoros Angelis, de acrisolada estirpe imperial, afirmó que “al concluir su providencial cometido estalló espléndidamente, como una flor de luz, y los trozos se esparcieron para constituir todos los rubíes que existen en la Tierra…”.
La explicación racional del misterio de la estrella ya se ha intentado, y para muchos científicos ha quedado decidida. En este sentido, los protestantes han sido más racionalistas que los católicos, que consideraban el hecho como un simple milagro de inútil discusión. Y fueron los primeros en aceptar la explicación de Johannes Kepler, que en 1606 emitió la hipótesis de que “la estrella de los Reyes Magos no fue otra cosa que la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno, a su paso por Piscis, que acaeció un poco antes de Jesucristo”. Las conjunciones ‘simples’ de estos planetas se dan cada veinte años, mientras que las ‘triples’ ocurren cada doscientos cincuenta y ocho. La última fue observada en 1940-41, bajo el signo de Aries, y este bello espectáculo -apasionante para cualquier astrónomo-, no se repetirá hasta el año 2198.
La ‘estrella profética’, producto de esta ‘triple conjunción’, era visible en Persia y Mesopotamia en las horas que preceden al crepúsculo. Como en aquella época se viajaba al atardecer, es posible, según Kepler, que los Magos la vieran marchar ante ellos, que venían del Sur, de Mesopotamia e Irán. El viaje duró, según las leyendas damascenas, treinta y tres días, un lapso de tiempo lógico, si los Magosllegaban de Irán. Otras tradiciones les conceden mayor celeridad: trece días. Por esta razón de diligencia, fueron en la Edad Media protectores de los viajeros y los peregrinos, pues se creía en Europa que el dromedario -animal casi fabuloso-, era veloz y seguro, y su viaje una espléndida y deslumbrante cabalgata. Según todas las tradiciones, los Magosemprenderían el viaje, antes de que María y José llegasen a Belén de Judá.
IMPROVISADO REGRESO
Después de la adoración, los Magos tuvieron en una posada un sueño, que les reveló que no debían dar la menor noticia al pérfido Herodes. Así lo hicieron y, según la tradición, regresaron por mar, embarcando en Tarso. La leyenda es bien precisa en lo que atañe al sueño prodigioso, y la mayoría de consejas se inclinan porque “un ángel del Señor llegara a su lecho, y tocando suavemente a Gaspar, le despertara previniéndoles de que regresaran secretamente a sus países”.
La iconografía de esta escena suele poseer una encantadora ingenuidad. Los tres Reyes Magos duermen juntos en la misma cama, sin camisas, siguiendo la costumbre medieval, pero con las flordelisadas coronas en la cabeza. El ángel les avisa con su dedo índice, largo, luminoso y mágico. Así se ve en los capiteles románicos que enternecían al gallego Álvaro Cunqueiro, evocados en varios artículos llenos de emoción y de bella fantasía.
Sobre el viaje de retorno, el texto definitivo es La leyenda áurea, de Santiago de la Vorágine (o Jacopo de Varazze o della Voragine, 1230-1298), dominico italiano obispo de Génova, cuya recopilación de hagiografías influyó poderosamente en la iconografía pictórica y escultórica. Sobre la biografía posterior de los Magos existe la hipótesis de que retornaron por vía marítima a la India, donde los bautizó y consagró el apóstol Santo Tomás, con lo que, de ser cierto, Gaspar habría contado más de noventa años. Y en la India, convertidos en apóstoles de Oriente (Summus presbyteri Orientis), evangelizaron aquellas regiones lejanas. Al morir, prosigue la leyenda, fueron enterrados en un mismo sarcófago, dormidos como cuando el sueño de Belén. Sus reliquias fueron llevadas a Constantinopla por la emperatriz Elena, en los mismos días en que se trasladaban a la capital de Bizancio las problemáticas reliquias de la Cruz.
En el siglo IX, los clérigos milaneses, deseosos de garantizar el prestigio de su ciudad, sostuvieron que las reliquias de los Magos las poseía la Iglesia de San Eustorgio. Y sin pensarlo dos veces, inventaron una leyenda: “el obispo Eustorgio, sucesor de San Ambrosio, se había traslado a Constantinopla para que el emperador Constantino aprobara su elección”. Al partir, le pidió al César el señalado favor de llevar en su bagaje los restos de los Reyes Magos. Así, el obispo transportó este precioso cargamento en un sarcófago de mármol, hasta la iglesia de Milán que lleva su nombre.
POR FIN EN COLONIA…
Poco tiempo después, en 1164, el arzobispo de Colonia, Raynaud de Dassel, archicanciller de Federico Barbarroja, aprovechó el saqueo de Milán para apropiarse de las reliquias que reposaban en paz, en la pared diestra del altar mayor. Las trasladó a su diócesis, y en honor de estos huesos -depositados en un magnífico sarcófago labrado en oro-, se construyó en el siglo XIII la catedral renana que está dedicada a los Tres Reyes de Colonia. Y una tradición aseguraba que cada calavera del Rey conservaba su inseparable corona.
Curiosamente, a un abad cisterciense de Castilla –Pedro de Gumiel de Hizán, al parecer dotado de poderes extrasensoriales-, se le hizo ir hasta la tumba de los Reyes Magos en Colonia. Allí lo dejaron solo y en silencio, para que pudiese escuchar lo que pasaba dentro del sarcófago. El fraile afirmaría haber escuchado cómo “alguien tocaba la flauta y se oían relinchos de impacientes caballos”.
La tradición de los regalos de los Reyes Magos a los niños es relativamente nueva, y tuvo la finalidad de convertir la conmemoración de los Reyes en una fiesta infantil, para competir con la muy establecida tradición de San Nicolás, (obispo de la iglesia oriental del siglo IV, caracterizado por su generosidad para con los débiles y los niños), cuya fiesta se celebra el 6 de diciembre. Desde mediados del siglo XIX, y de acuerdo con ese reparto de papeles, “Melchor era práctico, y gustaba traer ropa o zapatos; Gaspar era el encargado de obsequiar con golosinas, y Baltasar se encargaba de castigar a los niños traviesos, trayéndoles leña o carbón…”. Aunque los Reyes Magos tienen otros competidores, como la Beffana italiana (bruja buena), San Nicolásy Santa Claus en los Estados Unidos de América, y en otros países del mundo.
La costumbre, que se ha mantenido viva hasta nuestros días, exigía que los niños depositasen sus zapatos limpios en el balcón la noche de Reyes. Lo que parece una invención de la Iglesia, según la cual dos compañeros de juego de Jesús, apenados de verle descalzo, decidieron darle sus propios zapatos que, para que tuvieran mejor aspecto lavaron y pusieron a secar en el balcón. Sin embargo, al día siguiente aparecieron llenos de los regalos que los Magos les habían dejado por tener tan buen corazón. Tradicionalmente, junto a los zapatos, también solía dejarse agua, algarrobas, paja o hierba para los caballos reales, y alguna fruta o dulce para Sus Majestades.
En cuanto a la petición de juguetes, la popular ‘carta’ comenzó a popularizarse a mediados del siglo XIX. Los niños depositaban sus cartas petitorias en el balcón, aunque más tarde comenzaron a enviarse por Correo, como ya hacían otros niños con respecto a Santa Claus. Hoy, los padres tienen el irrenunciable deber de contribuir a evitar el desbocado sentido consumista de la fecha. Mucho más, si contamos con la terrible competencia que los Reyes Magos han encontrado en Papá Noël, que, eso sí, es mucho más madrugador y permite disfrutar los regalos durante toda la Navidad… En cualquier caso, no hay inconveniente en que los magos cristianos del desierto convivan con el mago pagano de las nieves. Siempre y cuando el presupuesto familiar lo permita…
UN ROSCÓN DE REYES…
Los eruditos quieren ver en la fiesta de los Reyes Magos la continuación de las ‘Basilindas’ de la antigua Grecia, fiesta debidamente cristianizada. Discutir las afirmaciones de los expertos, rebasa la capacidad, intención y oportunidad de este trabajo… Aunque diremos que, en la iglesia de la Alta Edad Media, la de los Reyes Magos era una fiesta más bien ascética, que se caracterizaba por la abstinencia de carne, o por lo menos de carne de cerdo. Luego, a partir del año 1000, la celebración fue cambiando de signo, culminándose el ágape de los Reyes con el pastel que contenía el haba ‘quasi mágica’, que infundía el carácter de efímera realeza, a quien la encontraba en su seno.
En este sentido, las tradiciones de todo el Occidente cristiano fueron diversas: primero se comenzó con este pastel de la suerte, tradición que se ha conservado en muchos países; luego, en algunos pueblos del sur de Francia, se elegía como rey de la fiesta al niño más pobre del lugar. Y también en las familias se elegía un niño -quizá el más pequeño- como rey. Lo vestían con trajes suntuosos, le servían sus compañeros, que eran oficiales de boca del soberano, y la fiesta transcurría alegremente.
La tradición de encontrar ‘el haba’, la moneda o el anillo dentro del pastel de Reyes, se continúa a través de los tiempos. El célebre cuadro de Jordaens ‘El rey bebe’ está plenamente dentro de esta tradición. Quien encontraba el haba ceñía una corona de papel dorado, y podría escoger una reina y sus ministros. ‘¡El rey bebe!’, exclamaban los invitados cada vez que levantaban la copa. Luego la cosa derivaba en licencias báquicas colectivas, y los hugonotes franceses encontraron en estas fiestas, segurísimas reminiscencias paganas. En la época de la Revolución francesa, muchas personas consideraban estos regocijos como “supersticiones anticívicas que hieden a fanatismo y tiranía”. De modo que la fiesta de los Reyes se convirtió en “la fiesta de la buena vecindad”, y el pastel, en ‘pastel de la Igualdad’.
… Y OTRAS DULCERÍAS
Pasados los sobresaltos revolucionarios se tornó a la antigua tradición. Hasta 1914, en Francia el “pastel de Reyes” era un regalo que los panaderos hacían a sus clientes, y los repartidores de pan recibían aguinaldos cuando lo entregaban… Hoy se compran en las confiterías, y la tradición se limita al goce –sin sofisticaciones, porque es una simple rosca de bizcocho no demasiado fino- de consumir este ‘roscón’, profusamente adornado por lo demás, con coloreadas confituras que en nada realzan su sabor. Aunque, mojado en chocolate, si no es muy digestivo, resulta al menos apetitoso.
Hoy en día, se elaboran roscones rellenos de casi todo lo imaginable y comestible, como nata, crema pastelera, cabello de ángel, pepitas de chocolate, naranja… Por cierto, en algunos sitios -junto con la más moderna celebración del Cotillón-, encontrar la sorpresa en el pedazo de roscón es un premio y un honor. Por el contrario, en otros lugares, quien encuentra la sorpresa se ve obligado a pagar el roscón del próximo año…
Lo cierto es que, tanto el “Panettone” italiano (según Ludovico Sforza, “el pan de Toni” –que ha alcanzado enormes cuotas de popularidad en nuestras mesas- como el “Roscón de Reyes”, son ya de obligada presencia en las celebraciones dulces (junto a mantecados, polvorones, turrón y mazapán) de la Navidad, considerada ésta como periodo de descanso, concordia, reflexión y buenos propósitos. Y ya, sólo nos queda desear para todos, ¡generosos Reyes, y exquisito Roscón!
FUENTE E IMÁGENES: https://www.lanzadigital.com/general/los-reyes-magos-el-broche-de-oro-de-la-navidad/