POR DAVID GÓMEZ DE MORA, CRONISTA OFICIAL DE LA PERALEJA, DE PIQUERAS DEL CASTILLO, VALDEPINO DE HUETE, SACEDA DEL RIO Y CARECENILLA (CUENCA)
Para comprender la sociedad piquereña de siglos atrás, hemos comentado en más de una ocasión que además de un análisis histórico de las poblaciones que orbitan alrededor de su término municipal, y entre las que se encuentran lugares de importancia reseñable (como ocurre con Buenache de Alarcón), es igual de importante analizar la estructura social de un espacio tan cercano como Barchín del Hoyo.
Los libros de sacramentos matrimoniales, nos reflejan flujos migratorios entre localidades vecinas, donde la población barchinera estará en muchos momentos de su pasado asociada con la tierra de Piqueras. Los cerca de seis kilómetros que hoy separan ambas localidades, antaño tampoco eran un inconveniente para que sus gentes estuvieran manteniendo un constante contacto, a pesar del pésimo estado en el que se encontraban las vías de comunicación, tal y como todavía en tiempos de Madoz sabemos por sus referencias.
Hemos de decir que dentro de esta ecuación, además de los enclaves de Barchín y Piqueras, no podemos ignorar la aldea de Alcohol. Un punto de notable interés estratégico para la familia de la Orden en el pasado.
Yendo por partes. Respecto a la estuctura social de los siglos XVI y primera mitad del XVII, en Barchín comprobamos una distribución del poder similar a la que veremos en otros enclaves que hemos estudiado a fondo.
Hemos de entender que partimos de un grupo de linajes asociados por intereses económicos, que fomentarán la creación de nichos económicos, en los que las políticas matrimoniales pactadas serán una constante que consolidarán las tradicionales estrategias endogámicas, además de una mentalidad conservadora, que siempre será la herramienta con la que cabía la posibilidad de salir hacia adelante en la búsqueda de la prosperidad de algunas casas fuera de su área de origen.
Así pues, linajes con ejecutoria de hidalguía reconocida o insertados en el ámbito nobiliario, tendremos unos cuantos, y es que más allá de los Zapata o los Perea, habrá familias con un peso importante, que ya eran reconocidas en las tierras de la Manchuela e incluso más lejos. Apellidos como el de los Buedo y Alfaro, verán en los Girón un punto de apoyo. También habrán otras familias con nobleza reconocida que no estarán tanto tiempo afincadas en el municipio, pero que también ejercieron su influenca en esa sociedad local del siglo XVII, tal y como ocurrirá con los Resa.
No hemos de olvidar que una parte de la línea descendiente de García Girón Ruiz de Alarcón (vástago de los Señores de Piqueras del Castillo), se acabará afincando en Barchín, convirtiéndose a la vez, en otra de las casas más poderosas que se avecindaron en la localidad a lo largo de su historia.
La familia de los Girón-Ruiz de Alarcón, no olvidaba su pasado, por ello, a pesar de estar bien aposentadas las primeras generaciones en la localidad vecina, Fernando Girón, no dudó en el momento de su muerte, solicitar que su cuerpo descansase en la capilla de Nuestra Señora de la Concepción y que su familia poseía en la Iglesia de Piqueras del Castillo, donde ya se encontraba enterrada su hermana doña Justa Girón Ruiz de Alarcón, así como demás familiares (AHPC, 2097).
Resulta interesante esbozar la disposición de ese tejido social, en el que los Girón servirán como una familia que se asociará con linajes de la nobleza local, como con otros que en ese momento estaban comenzando a medrar, siendo un claro ejemplo los de la Orden. Así pues, en la primera década del siglo XVII, sellaban sus alianzas Amador de la Orden (hijo de Amador de la Orden y Ana Carretero), y doña Francisca Girón, esta hija de don Fernando Girón de Alarcón y su esposa doña María de Alfaro. Con este matrimonio los de la Orden conseguían vincularse con los descendientes directos de los señores de Piqueras y Buenache de Alarcón, un claro avance en sus aspiraciones, ya que todo el mundo no podía aspirar a este tipo de asociaciones
No es de extrañar la relación que existía entre los de la Orden y los Girón, cuando comprobamos como ya en los tiempos de Garci Ruiz de Alarcón y Guiomar Girón, la zona de Alcohol y que estaba bajo sus dominios, era el modesto feudo desde el que luego la casa de los de la Orden empezará a florecer socialmente, al ir incrementando sus cabezas de ganado.
Su implicación en la explotación animal, permitió sin lugar a duda que la familia creciese, mejorando su estatus y nombre, además de casar con linajes que intentaban medrar de la misma forma. En este conglomerado de apellidos cabría incluir linajes de tradición ganadera como los Salonarde. Siendo estos uno de los primeros que a diferencia de los de la Orden, consideramos que al menos si consiguieron ejecutar la estrategia que los de la Orden estaban intentando obrar.
Recordemos que los Salonarde ya los estudiamos en nuestra monografía sobre linajes históricos de la localidad de Buenache de Alarcón, al ser todo un ejemplo de como una familia del ámbito rural podía ir ascendiendo socialmente a lo largo de varias fases, bien orquestadas, que arrancaban de un primer periodo en el que se establecen políticas matrimoniales con familias de la pequeña burguesía rural de su zona de origen, para pasar después a un estadio de mejora social, en el que se fomentan políticas matrimoniales endogámicas entre sus integrantes, para finalmente dar un salto final fuera de esa área originaria, y asentarse en la ciudad de Cuenca como un linaje que ha conseguido medrar satisfactoriamente, sellando matrimonios con distinguidas familias de la nobleza supralocal.
Cierto es que los de la Orden encontraron en linajes de labradores y ganaderos de Barchín un punto de inicio que les ayudó a potenciar algunas de sus líneas (puesto que no hemos de olvidar familias como la de los Cambronero, López, Redondo, Piqueras, de la Osa y Lucas), estas y que en algunos casos también tendrán sus ramificaciones en Buenache de Alarcón o Piqueras.
Tampoco podemos ignorar su fructífera alianza muy temprana con la familia de los Quijano-Castillo, puesto que una de las líneas descendiente de Barchín, acabaría entroncando con ellos, habiendo estado antes su familia al servicio del Marqués de Villena.
Los Castillo a pesar de su origen converso, eran un linaje de la nobleza conquense, que como los Quijano contaba con su propio escudo de armas, no obstante, la reputación que arrastraban, no era nada buena. Aunque, al fin y al cabo, no dejaban de ser gente insertada en el ámbito nobiliario, con un pasado, con el que muchas casas de labradores, ni en sus mejores sueños hubiesen imaginado.
Evidentemente este tipo de enlaces eran sintomáticos de la situación social en la que se encontraba la familia de la Orden, puesto que ya no veía con malos ojos el sellar alianzas matrimoniales con miembros de un estatus social superior a pesar de su pasado religioso.
Para llegar hasta la línea de la familia encargada de la fabricación de órganos para diferentes iglesias, nos tendremos que esperar a la centuria del siglo XVIII, justo cuando una rama del linaje, destacará por ser todo un referente en un ámbito gremial, que le permitió ser conocida más allá de la tierra de Cuenca.
Por otro lado, el resto de la familia, irá expandiéndose y moviéndose a caballo entre la aldea de Alcohol, como las vecinas poblaciones de Barchín del Hoyo y Piqueras del Castillo. Y es que como ya se ha advertido, alguna línea intentará dar el salto cualitativo, como sucederá con la casa del antes referido Juan de la Orden Quijano y Fernández de la Orden, este hijo de Andrés de la Orden Quijano, quien se presentará como opositor para conseguir una beca en el Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares. Juan era natural de Alarcón, pero sus abuelos por línea paterna procedían de la línea de los de la Orden de Barchín, además de por la materna de los de Piqueras del Castillo.
Entre la información genealógica que hemos podido recoger de su expediente para optar a dicha plaza (AHN, 1613-1614), veremos que este era hijo de Andrés de la Orden Quijano y su esposa doña María Fernández de la Orden. Por un lado los testigos ascenderán su genealogía paterna por la línea recta de varón hasta sus tatarabuelos Miguel de la Orden (procedente de Barchín) y su esposa Catalina Cano (ella de origen piquereño). Respecto a la línea femenina, su madre doña María, era hija del familiar del Santo Oficio Pedro Rodríguez, quien había casado con Catalina Sainz de la Orden (esta natural de Alarcón), aunque nieta del piquereño Pedro Fernández o Herráiz de la Orden, es decir, otro de los tatarabuelos del opositor.
Cabe decir que las generaciones que nos hablan de los tatarabuelos de Juan de la Orden, son personas que ya nacieron y vivieron parte de su vida (sino toda), durante el siglo XV, indicándonos como mínimo que a finales de la Baja Edad Media, el linaje de los de la Orden (en Barchín), como Fernández de la Orden (en Piqueras), y que a nuestro juicio creemos como hipótesis genealógica que procede de un mismo tronco originario, ya estaban afincados en esta zona.
En cuanto a los libros sacramentales de bautismos que se conservan de ambas localidades, tanto en el caso de Barchín (desde los años veinte del siglo XVI), como en Piqueras varias décadas después, se aprecia la presencia de integrantes de varias líneas de esta familia. Lo que corroboraría la información extraída de este expediente, en donde las dos ramas son ascendidas hasta el siglo XV como habitantes que ya se encontraban presentes en ambas localidades por aquellas fechas.
En el referido documento, diferentes testigos vecinos de Piqueras, afirman en todos los casos que el apellido Cano (procedente de la tatarabuela que casa con el barchinero Miguel de la Orden), era oriundo de Piqueras, asi como que la forma cambiante de Sainz, Fernández y Herráiz de la Orden, pertenecen a un mismo apellido. Los testigos piquereños que aparecen en el expediente que fecha de los años 1613-1614, son Esteban de Zamora (64 años), María López (70 años), Pedro Fuentes (60 años), Martín de Arcos (85 años), María Zamora (80 años) y Juan de Reyllo (44 años).
Por lo que se refiere a las líneas que más nos interesan, deberemos centrarnos en la rama de Miguel de la Orden y Catalina López. Así pues, entre los volúmenes de protocolos notariales de la localidad (AHPC, P-2098), podemos leer el testamento de Miguel de la Orden y su esposa Catalina López (quien volverá a hacer su testamento 20 años después).
Miguel de la Orden pedirá un total de 370 misas, teniendo como herederos a sus hijos Bartolomé, Francisco, Miguel, Pedro y Juliana. A tenor de la información del documento notarial, llama mucho la atención la cantidad de vecinos y personas que le deben dinero, llegando incluso a notificarse que Asensio López (este de Piqueras del Castillo), todavía ha de devolverle un buey que le prestó. Incluso sale a relucir el nombre del descendiente de los señores de Piqueras del Castillo afincado en Barchín (Fernando Girón), quien tiene con Miguel una deuda de 49 reales.
Los de la Orden al contar con una cantidad importante de ganado, tenían a su servicio una cuadrilla de pastores, entre los que la documentación menciona a Miguel Cerrillo y Pedro Chicano. De la misma forma las propiedades agrícolas que poseían estaban trabajadas con la ayuda de campesinos, como era el caso de Juan de Martín-Gil.
Como Catalina López era oriunda de Piqueras, esta solicita que el día que fallezca quiere que su cuerpo sea trasladado a la iglesia parroquial de su localidad, para ser enterrado junto con su padre, quien ya poseía una tumba dentro del templo. Por su parte Miguel lo hará en Barchín, indicando que su cuerpo fuese depositado en la sepultura de su padre Bartolomé de la Orden.
Tiempo después podemos leer otros documentos de interés referentes a la familia de la Orden, como es el caso de la dote (AHPC, P-2099) que aporta Juliana de la Orden (esta hija de Miguel de la Orden Reyllo y Catalina López), quien entre los objetos de valor que menciona, destaca un tocado, un paño de seda blanco, una sábana de ruan, sayas y jubones, una cama así como un muleto de pelo negro (entre otros bienes). Un muleto es un mulo pequeño, de corta edad o cerril.
Así pues, con todo el listado de propiedades, la dote ascendía a un valor total de 878 reales. Hemos de partir de que los bienes de Miguel y Catalina se repartieron entre sus hijos, de ahí que podamos imaginarnos la cantidad de ganado que estos tenían antes de distribuirlos si analizamos las pertenencias que se les otorgaban a cada uno en el momento de sus dotes. Así por ejemplo, consideramos interesante comentar la de Francisco de la Orden, quien residía en la aldea de Alcohol. Este era hijo de los referidos anteriormente Miguel de la Orden Reyllo y Catalina López.
Su dote, fechada en las referencias notariales del año 1660 (AHPC, P-2100), nos informa de que celebró su alianza matrimonial con Isabel Martínez (esta hija de Miguel Beltrán y Catalina Beltrán, naturales de Valera de Arriba). De entre los bienes destacables que aportaba Francisco y que ascendían a un total de 6000 reales, se menciona una cantidad nada despreciable de ganado. Así pues, podemos leer como aportaba 30 borregos (valorados en 12 reales y medio cada uno), dos cabras (tasadas en 25 reales cada una), cinco machos capados y otros por capar (con un valor de 33 reales cada uno), dos machos de labor de pelo negro romos (tasados los dos en 1300 reales), un novillo de pelo negro que le llamaban Morado Rencojo (valorado en 231 reales), además de una vaca de pelo castaño que le llamaban Serrana (tasada 165 reales), junto con una novilla de pelo rubio, de casi dos años (valorada en 85 reales y medio), todo esto junto una decena de colmenas, y un vestido con jubón, un ferreruelo (y que era una capa corta con cuello, pero sin capucha que caía más o menos hasta la altura de la cintura), un sombrero, y que en su conjunto valoraba todos los atuendos en 278 reales. Ello sin olvidarnos de 17 ovejas (tasadas en 17 reales y medio cada una), que obviamente y con el lote descrito, tenían como propósito generar la base de esa explotación animal que Francisco traía al matrimonio, y cuyo objetivo además de mantener, era el de ir ampliando a medida que trascurrieran los años, mejorando de este modo la situación económica de su familia.
Y es que precisamente, en esa aldea montañosa de Alcohol, residía también el hermano de Francisco, Miguel de la Orden, de quien también se conserva la dote que la familia le entregó, y que asciende a un total de 4695 reales. Miguel (hijo), casó con Catalina Campillo, esta procedente al igual que la pareja de su hermano de Valera de Arriba. Entre los bienes que se citan de este integrante de la familia de la Orden, podemos leer una cantidad variada de cabezas animales (AHPC, P-2100).
Así pues veremos como la base inicial de la economía familiar se componía por un buey, valorado en 26 ducados o 280 reales, una vaca (tasada en 20 ducados o 220 reales), otra (valorada en 19 ducados o 209 reales), un novillo (tasado en 21 ducados o 231 reales), once chivas (valoradas en 92 reales), un cebón (y que es un macho castrado de menos de dos años, tasado en 122 reales y medio), 25 ovejas (a 17 reales y medio cada una), 15 borregas (a 12 reales y medio cada una), un par de borregos, tres cabras (cada una a 19 reales), cinco cegajos (a 14 reales cada uno), otra vaca (en 110 reales), junto con un toro de pelo castaño tasado en 250 reales.
A esto cabe añadir 10 colmenas, una escopeta (de 60 reales) y una espada (de 22 reales), además de una serie de casas en Chumillas que estaban valoradas en 302 reales. Dato que nos da a entender el precio que tenía la vivienda en aquella época, puesto que una vaca y un toro podían llegar perfectamente a rebasar el coste de una residencia.
Entre sus vestimentas, se describen una serie de prendas, como un vestido de pañete pardo con calzón y ferreruelo tasado en 90 reales, un vestido de vaqueta negro con jubón, mangas y ferreruelo valorado en 142 reales, así como un tercer vestido de paño con su ferreruelo, de 88 reales, y una gabardina, jubón de pañete leonado y calzones (de 52 reales), además de un sombrero.
En el mismo volumen notarial podemos leer el testamento que mandaría redactar el referido Miguel (AHPC, P-2100), solicitando que además de que se rezasen por su alma y familiares más de 200 misas, había gente en la zona, que al igual que a su padre le debían dinero. Entre los muchos personajes citados, estaba el caso de Juan Herrero -menor-, quien todavía tenía una deuda pendiente con él, por “lo que hizo en la fragua para mi labor, pues le tengo dados una carretada de carbón que le llevé con mis mulas y el carbonero mío y dos machoras que le llevó el hijo de Miguel Cerrillo que valdrían a 14 o 15 reales cada una y tres arrobas de lana a 25 reales cada una”. En esta lista también aparece el nombre de la noble doña Laurencia de Acuña, quien todavía le tenían que entregar dos fanegas de trigo que Miguel le prestó, además de un borrego y nueve reales en paja.
Por lo que concierne a las reseñas genealógicas que aquí vamos dando, hemos apreciado que debe de distinguirse la línea de Miguel de la Orden (Reyllo) y Catalina López (y que testan en 1650 y 1670 respectivamente en Barchín), de la de Miguel de la Orden (Lozano) y Catalina López. Los primeros estarán afincados en la aldea de Alcohol (aunque Catalina fuese piquereña), mientras que los segundos en Piqueras del Castillo. Este dato precisamente se puede contrastar en el matrimonio celebrado entre sus vástagos a mediados del siglo XVII, donde Pedro de la Orden (y hermano de Juliana como los citados anteriormente), casa con Dorotea de la Orden, esta hija de la línea de los de la Orden-Lozano. Una muestra más de las políticas entre miembros de un mismo linaje que en origen procederá de un tronco común, y cuyo propósito consideramos que era el de reforzar sus nexos y estatus, tal y como los Salonarde también acabaron realizando. Miguel de la Orden (Reyllo), era hijo de Bartolomé de la Orden, mientras que Miguel de la Orden (Lozano), de Pascual de la Orden y María Lozano.
Los enlaces de la familia de la Orden fueron adquiriendo importancia en otras líneas, tal y como apreciaremos en el testamento de Andrés de la Orden Quijano (AHPC, P-2102), el cual se redactó en 1674, mandando enterrarse en la sepultura de su tío el licenciado Bartolomé de la Orden, con solicitud de 150 misas. En ese momento el licenciado poseía dos patronatos y era hijo de doña Juana Parrilla. Su hija Juana Parrilla de la Orden había casado con Juan Carrillo.
Llegados a finales del siglo XVII los de la Orden afincados en Barchín seguían estableciendo alianzas con familias de la zona, siendo el caso de los fabricantes de órganos de iglesias, quienes a través de una serie de asociaciones con parientes y que estaban insertados dentro del mismo oficio, consiguieron durante varias generaciones hacer prosperar un taller, que dejaba en lo más alto de la tierra conquense, el nombre de los de la Orden como organeros. Esta línea de la familia, podemos apreciar que ya se había desvinculado de las labores de sus ancestros, enfocadas hacia el cuidado de los animales y la agricultura, apostando por un sector, que gracias a una serie de políticas matrimoniales bastante cerradas, permitió que durante la centuria del XVIII la familia mantuviese un ligazón de sangre y patrimonio, que ayudó en la medida de lo posible a mantener su posición.
Imagen de la caja del órgano de la Iglesia Parroquial de Barchín del Hoyo, elaborado en 1750 por el taller de la familia de la Orden. Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-la Mancha y parroquias y/o ayuntamientos de las localidades participantes (2017, 40)
Imagen del órgano de la Iglesia Parroquial de Villar de Cañas, elaborado a mediados del siglo XVIII por el taller de la familia de la Orden. Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-la Mancha y parroquias y/o ayuntamientos de las localidades participantes (2017, 56)