POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERON, CRONISTA OFICIAL DEL MUNICIPIO DE LA VILLA DE INGENIO (LAS PALMAS)
Los fondos sobre la Inquisición en Canarias que se custodian en el Museo Canario nos aportan un amplio espacio para la historiografía, no solo por su contenido judicial o religioso, sino en los múltiples datos complementarios que nos ayudan a conocer la toponimia, situaciones, cronología, personajes y hechos concretos, que de otra manera permanecerían ocultos en el devenir histórico.
Por nuestra condición de cronista del municipio de Ingenio, hemos escogido un acontecimiento que tiene como protagonista principal al vecino del barrio del Carrizal en la jurisdicción del Señorío de Agüimes, Sebastián García, que sin pretenderlo se vio envuelto en una rocambolesca historia por la cual se le abrió una causa por el Santo Oficio de la Inquisición, por colaborar con piratas ingleses que habían robado una nao en el Puerto de la Luz.
El viaje de nao inglesa y su tripulación
La historia comienza dos semanas después de Pascua Florida en 1586, cuando el navío “el Facon”, con una tripulación de 35 hombres partió del puerto inglés de Plymouth con un cargamento de paños, cecina de vaca y bacalaos, con dirección a Canarias. Al pasar por Puerto Santo (Madeira) y pretender la tripulación saltar a tierra, fueron recibidos a tiros, por lo que la nave se vio en la necesidad de continuar la navegación, llegando a la isla de Lobos, para pasar luego a La Gomera y de allí a Gran Canaria, donde saltaron a tierra para hacer aguada, pero no la hallaron.
Encuentro con Sebastián García
El sábado 17 de mayo, en un segundo intento de buscar agua, encuentran a un hombre que en esos momentos andaba buscando carnada en el puerto de Arinaga en Cuevas Blancas para pescar (posteriormente se da como lugar más preciso, Risco Verde), al cual se acercaron con una lancha, saltando a tierra doce hombres armados, cada uno con una escopeta y un hombre negro “ladino” sin armas, que no era inglés, llevándose al pescador al barco. Se trataba de Sebastián García, trabajador y pescador de caña en tierra, vecino de Agüimes, natural de la ciudad de Canaria de más de cincuenta años, al que se describe como bajo de cuerpo, seco, de rostro viejo y de poca barba.
A la búsqueda de agua
Una vez a bordo recibió para comer pescado y manteca, indicando a los ingleses un lugar donde abastecerse de agua y que quiere ir con ellos, informándoles que en toda aquella costa no había agua porque era tierra seca y estéril, que solo se encontraba en la Charca de Maspalomas. Ante las amenazas de muerte, les dijo que muchos hacían aguada en Utigrande (actual playa del Burrero), a pocas leguas de distancia, pero al llegar al lugar no aparecía el buscado líquido, reafirmándose que allí solía salir agua, pero se había secado, con la suerte de hallar un poco más arriba un charco con un poco de agua donde bebieron y se volvieron al barco (podría tratarse del agua que manaba de los nacientes del barranco del Obispo a poca distancia de la costa).
Interrogatorio y prendimiento de la nao española
Sebastián es sometido por parte del capitán a una serie de preguntas a través del piloto que hacía de intérprete, entre ellas si el Marqués de Santa Cruz había partido para Tierra Firme y cuantos galeones llevaba y por la presencia de Francis Drake en los mares de las islas, respondiendo que Drake había pasado con su flota para las Indias y sobre el marqués de Santa Cruz no había oído cosa ninguna. Ante la ambigüedad de la respuesta, el capitán le pareció que mentía, por lo que para infundirle miedo lo amenazaron con acabar con su vida. Al ser preguntado por el número de fortalezas que había en la isla, responde que había tres fuertes con mucha y buena artillería de bronce que se velaban y guardaban cada día junto con las caletas y fondeaderos desde Arinaga hasta el Puerto de la Luz en el que estaban fondeados diez navíos y otras barcas cargados de vinos y azúcares, con destino unos para España y otros para las Indias, añadiendo que les enseñaría los pasos y puertos. Diez y nueve hombres de la nave junto a Sebastián García subieron a la lancha y navegando por la boca del barranco de Telde, el piloto de la lancha comentó que había venido a la isla anteriormente con quince mil ingleses compañeros de Miguel de Muxica y estuvieron en su puerto en un navío, cargado de paños y mercancías. Por la noche pasaron junto al castillo de San Pedro y de allí se fueron al puerto principal de la ciudad, pero los navíos anclados estaban bajo protección de la fortaleza y no se atrevieron a entrar. Sin posibilidad de atacar a los barcos que se encontraban cerca de la fortaleza, se fueron a la caleta de Santa Catalina, donde observaron un navío que se encontraba apartado de los demás al que decidieron asaltar y cortar sus amarras. Sebastián en todo momento se mantuvo dentro de la lancha debajo del escotillón ya que los ingleses no querían que viese nada porque no se fiaban de él. Todo ocurrió en 18 de mayo, domingo, cuando entraron entre diez y ocho o veinte ingleses en la nao de Francisco Cortés, después de que la lancha de los ingleses les disparara un tiro de cañón, para entrar a bordo como a la una de la madrugada con la fuerza de armas hiriendo a algunos tripulantes del navío que terminaron por rendirse. Levando velas, cortaron las amarras y lo llevaron fuera del puerto unas tres leguas mar adentro, pasando la artillería de la nave capturada a una lancha y romper con hachas unas cajas donde se encontraron vestidos, conservas “membrillada” e imágenes de santos, las cuales fueron tiradas y pisadas por los ingleses. Entre estas imágenes, había un crucifijo de madera e imágenes de la Virgen. Entre los pasajeros de la nao de Francisco Cortés se encontraban varias familias canarias.
El botín
Al divisar los ingleses, que desde tierra partían en socorro de la nave capturada cuatro embarcaciones, determinaron abandonar la presa. Una vez en la nao pirata, el capitán repartió el botín entre sus hombres. Al día siguiente estuvieron en el mar, a vista de tierra. Sebastián ayudó al traslado de la artillería y las ropas sustraídas, pero no recibió ninguna compensación a cambio, pidiendo al capitán inglés que lo dejara libre porque tenía mujer e hijos, recibiendo por respuesta que no tenía costumbre de llevar a Berbería cristianos para su venta, prometiéndole que antes de abandonar la isla lo liberarían.
Huida
Al caer la tarde con brisa favorable entraron en Maspalomas para hacer aguada, circunstancia que aprovechó Sebastián para huir, al haber sido advertido por el hombre negro que les acompañaba, que una vez que abandonaran la isla se lo llevarían a Berbería y lo venderían, hecho que con frecuencia realizaban con los cristianos. En la huida Sebastián se encuentra con los milicianos de Agüimes que andaban sobre los ingleses. El jefe de la partida le pide que diera noticias sobre los piratas, informando que el navío inglés transportaba diez cañones en cubierta, seis alabastrados, veinte arcabuces, cuatro picas, una alabarda, mientras que toda la tripulación portaba espadas y dagas, portando el capitán una rodela acerada.
Prendimiento e incautación de bienes
Desde Agüimes partieron veinticuatro soldados y el capitán hacia Maspalomas a ver si los ingleses saltaban a tierra para capturar algunos. En su recorrido se encontraron a Sebastián “llorando en lágrimas” llevando como única vestimenta un barrilete vacío, con el que había huido, y no unos calzones verdes que los ingleses le habían prestado, si bien, en su declaración el inglés Juan Ramón que había sido capturado declaró que los ingleses lo habían liberado. El día primero de julio, Sebastián García fue detenido en Arguineguín por un familiar del Santo Oficio y llevado a prisión, con orden de trasladarlo a cualquier isla, monasterio o lugar sagrado para entregarlo al alcaide de las cárceles secretas. Para su alimentación se designó seis ducados y se ordenó incautar sus bienes que pasaron a manos del potentado Pedro Vélez de Valdivieso, vecino de Agüimes, por 40 reales, compuestos dichos bienes de un majuelo de dos años y un melonar en el majuelo de treinta plantas de melones, quince almudes de sembradura y entre siete y ocho fanegadas de trigo y una fanegada de cebada, más una casa, todo en el término del Carrizal.
Antecedentes familiares de Sebastián García
Sebastián García era hijo de Diego García de Villanueva, vecino de la isla y natural de las Montañas en Castilla la Vieja, y de Catalina García. Su abuelo llevaba el nombre de Martín Muñoz. Su abuela materna era morisca libre. Sus tíos paternos fueron Francisco de Villanueva, campanero de la iglesia de la ciudad, casado con Francisca Hernández, vecina de la ciudad, con la que tuvo dos hijas: Dorotea García, difunta y Francisca García, viuda de Luis Fernández; Alonso de Villanueva, vecino de Telde, era labrador. Sus tíos maternos: Juan de Lastio, morisco, que solía vivir en Tenerife; María de la Fuente y Juana García que se encontraban en las Indias. Estaba casado desde hacía diez y ocho años con la morisca Juana Herrera, natural de la isla de Lanzarote, hija de Luis de Perdomo y de María de Herrera, con la que tuvo tres hijos, que murieron. No sabía escribir ni leer ni fue nunca a la escuela. Nacido en la ciudad de Canaria, a los veinte años de edad fue a España con el racionero Luis de Padilla, estuvo en Sevilla cuatro años y luego pasó a la isla de Lanzarote donde residía su madre, allí se casó y volvió a Gran Canaria al año siguiente. Luego vuelve a Lanzarote durante seis meses para vender un poco de hacienda, después se instala definitivamente en la isla de Gran Canaria. Sus deudas eran cuantiosas debiendo al comerciante Marcos de León, vecino de Telde, cuarenta reales, a Francisco Josephe treinta o cuarenta, a un tal Hernadianes, ochenta y al alcalde del Rey en Agüimes, dos doblas.
Proceso
Fue sometido a un interrogatorio riguroso, sobre su genealogía y las causas y motivos de su cautiverio a manos de los ingleses. El fiscal lo acusa de informador y colaborador de piratas luteranos durante tres días, haciéndose pirata como ellos, informándoles de los lugares donde se encontraban las fortalezas de la isla, de la artillería que tenían, de las personas que las guardaban, de “Francisco Draque” y su armada a las Indias, de la cantidad de navíos surtos en el puerto de las isletas cargados de vino y azúcar para las Indias y España. También se le acusa de traidor a su propia patria al informar sobre las ciudades y pueblos que había en la isla y sus pasos y puertos. Se consideran graves los actos cometidos al sospecharse que por su condición de hijo de morisca, solo sabía algunos preceptos, a pesar de tener edad y talento para ello. Pero la acusación más grave era la de perjurio, al sentirse los inquisidores engañados por estar bajo juramento, siendo digno de un ejemplar castigo, por lo que se debían aplicar graves penas a su persona y bienes.
El abogado defensor manifestó que debía ser absuelto y puesto en libertad, debiendo ser tratado con mucha misericordia, por haber actuado estando su vida en peligro sin defensa de nadie y que los testigos acusadores en sus declaraciones pretendían hacerle mal por la enemistad que le tenían, solicitando a su vez la declaración de testigos nombrados por él: el canónigo de la iglesia de Canaria, Pedro de Santiesteban, el racionero de la iglesia, Diego Osorio, Juan de Quevedo, vecino de la ciudad, y el capellán Antonio Díaz. El resto de los testigos eran vecinos del señorío de Agüimes (actuales municipios de Agüimes e Ingenio), que le conocían y podían probar su inocencia: Marcos Tubilleja, Juan Ali, hijo de Ali Romero, Melchor Diepa y su hermano, Gaspar Ordoñez, el hijo mayor de Ali Hernández, el flamenco Artiles, su mujer y su hijo Nicolás, Andrés de Campos, Alí Hernández, Pedro Vélez, Baltasar Fullana, Diego y Francisco de Tubilleja, Blas Franco, Juan Bordón y el cura de Agüimes, Antonio Álvarez. En general todos coinciden en que es un buen cristiano y practicante, que lo han visto rezar, comulgar y asistir a misa en la Villa, incapaz de guiar a los ingleses a realizar sus saqueos. En todo momento declaran que había sido secuestrado por los piratas. En las declaraciones de los testigos cabe destacar las que se refieren a que no asistía a misa por no tener ropa, ni calzado, por ser pobre, por lo que tuvo que vender dos fanegadas de cebada para comprar unos calzones y poder ir a oír misa. Juan Bordón, uno de los testigos, declaró que era hombre de bien y buen cristiano y lo había visto en misa en la villa de Agüimes y en la ciudad de Telde y que poseía un rosario de cuentas con el que rezaba. El último testigo de Agüimes, fue el cura de la iglesia de San Sebastián, que se reafirma como todos los vecinos en proclamar la condición de cristiano practicante del acusado, habiendo venido ese año a confesarse y cumplir con la iglesia. En definitiva, todos lo definen como hombre de bien, buen cristiano, trabajador y pobre.
Visto para sentencia
Con la declaración de los vecinos de Agüimes, la causa quedaba vista para sentencia, por el mes de agosto de 1586. “Bastián” fue recluido en la cárcel real de la ciudad hasta tanto no pagara una fianza de cien ducados. Una vez abonada la fianza, se le da la isla por cárcel, no pudiendo salir de Gran Canaria sin licencia del inquisidor bajo pena de 100 ducados para los gastos del Santo Oficio, obligándose con su persona y bienes, debiendo varias veces presentarse al Tribunal, para que se ratifique sobre su declaración, so pena de excomunión mayor si no lo hacía.
Sentencia
La sentencia definitiva tuvo lugar el 21 de noviembre de 1586 en la cual se condena a Sebastián García a ser sacado en auto de fe en forma de penitente y “adjurar de levi” (reconocimiento del acusado de la herejía cometida) y otro día sacado a la vergüenza por las calles públicas de la ciudad.