POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Algo muere en la ciudad de Murcia cuando cierra la droguería San Julián
Casi de milagro aguantan algunos comercios centenarios en esta Murcia abocada a las franquicias
Se escribe plaza de San Julián. Sin embargo, para el común de los murcianos más avisados, se pronuncia «la plaza de San Julián, la de la droguería». Tan grande es la historia de este comercio que resulta difícil saber si la plaza dio nombre al local o al revés. Bueno, tampoco exageremos. Federico Atienza, en su ‘Guía del viajero en Murcia’, anotaba allá por 1872 que existió un antiguo hospital llamado de San Julián, «del que no queda más que una inscripción sobre azulejos en la calle del Pilar».
El hospitalillo, como tanto patrimonio histórico, fue pasto de la piqueta. Como también lo fueron otras droguerías, hasta cuatro o cinco, que abrían sus puertas junto al mercado de Verónicas, que a ver si lo rehabilitan de una vez. Solo quedó la que hace unos días dio el ‘persianazo’.
El negocio fue fundado en 1939 por Juan Navarro, abuelo de Juan Antonio, al frente del negocio desde 1982 y quien le echa el cierre. En San Julián igual te vendían un bote de tomate frito que un kilo de cal. Y esas escobas de palma, casi insignias de la tienda y en cuya puerta llamaban la atención del caminante. También atesoraba el comercio una sencilla vitrina con productos antiguos. O quizá no tanto para quienes aún recuerdan el agua de Carabaña o el aceite de Ricino. Sin olvidar el papel higiénico Elefante.
El diario LA VERDAD publicó este gran anuncio de la Mercería Amorós en el año 1927.
El diario LA VERDAD publicó este gran anuncio de la Mercería Amorós en el año 1927.
Citas históricas hay un capazo. En 1944, el diario ‘Línea’ publicó una lista de los donativos recibidos en el Gobierno Civil «para la Navidad del necesitado». En ella figuraba Juan Navarro, de la «Droguería San Julián».
Aún quedan, por suerte, comercios casi centenarios que campean el vendaval de las compras ‘online’ y la marabunta de grandes e insulsas superficies comerciales. La sombrerería Belmar, pongo por caso, ya cumplió su 137 aniversario. Tan popular era el negocio allá por 1900 que los periódicos anunciaban, como hizo ‘El Diario de Murcia’, que Jesús Belmar y su esposa «han regresado de Águilas» tras el veraneo, lo que «se avisa a su numerosa clientela».
Hubo en Murcia antaño varias sombrererías de las que quedan solo dos. La de Belmar y la de San Pedro. En Trapería cerró Ruiz-Funes otra, que también fue ágora para no pocas iniciativas sociales y festeras. Y muy cerca, en Platería, la de Mariano Mecha. Sin contar las fábricas de sombreros, que fueron en su época banderas de nuestro hoy denostado comercio.
El diario ‘La Paz de Murcia’ ya publicaba anuncios de Bonache en 1882.
El diario ‘La Paz de Murcia’ ya publicaba anuncios de Bonache en 1882.
Y en esta Murcia de tantos contrastes, de la vida a la muerte. Para comprobarlo bastaba acudir a la plaza de las Flores, así renombrada en 1968 y donde, mientras uno disfrutaba en una esquina de unos chatos en tantas tabernas, podía contemplar al otro la Funeraria de Jesús.
Nuestra funeraria
Fue fundada en 1870 Npor Juan Jesús Albarracín, quien con astucia no solo ofrecía servicios funerarios, sino también de carpintería, que en esas lides venía al pelo. Hoy, situada ya en Espinardo, la sigue rigiendo con acierto su tataranieta, Natalia Planas, digna sucesora de sus padres Pepa y Joan, tan populares como queridos en esta capital.
De la pastelería Bonache apenas hace falta escribir una línea. Ni de sus pasteles de carne que, con mucha razón gastronómica, se consideran históricos. Tan conocido es el establecimiento que regentan Celia y Carlos Balanza, sucesores de quien la fundara allá por el año 1828. De su obrador salió un aprendiz, de apellido Quinto, que hizo fortuna en Madrid más tarde vendiendo suculentos pasteles en la primera mitad del siglo XX.
Existe también otro sabroso triángulo gastronómico en cuyo primer vértice se sitúa, en el barrio de San Andrés, el bar La Viuda. Esta taberna quizá sea la única en la capital que ni tiene ni necesita letrero. Con ese nombre se la conoce desde que la fundara Francisco López, padre de Angelito y abuelo de Mario, en la calle Arrixaca.
Cerca de allí, aunque ya en San Antolín, caminan hacia el centenario la taberna castiza de Luis de la Rosario y el Mesón Guinea. Otras firmas que perduran, mal que bien, son Calzados Marumón, acrónimo de Manuel Ruiz Montoya, el fundador; la Mercería Amorós o los joyeros Del Campo, que iniciaron en 1942 su andadura.
La droguería Mariano, que fue bendecida un domingo y abrió sus puertas en San Julián al día siguiente.
La droguería Mariano, que fue bendecida un domingo y abrió sus puertas en San Julián al día siguiente.
La palma de la antigüedad quizá se la lleve la fundición de arte que regenta Amando López Gullón y cuyo origen se remonta, como poco, al taller de calderería que sus bisabuelos regentaban en 1810. Anteayer. Poco a poco, el negocio derivó hacia la fundición, primero de campanas, y luego artística. Seis generaciones la contemplan.
Si algo se muere en el alma cuando un amigo se va, también algo se apaga en la ciudad cuando un comercio histórico echa la persiana para siempre. De entrada, la calle que ocupaba pierde ese sabor a barrio antiguo, de colmados y patios de vecinos. Y se evapora el trato personal, casi familiar, del tendero o tabernero, que ahora llamamos barista, otro término italiano importado.
Mes tras mes, abran los ojos y lo comprobarán, desaparece la esencia de una Murcia que pronto en nada se diferenciará de cualquier otra ciudad cuajada de franquicias o bajos cerrados. ‘Persianazo’ a ‘persianazo’, nuestra querida ciudad va camino de convertirse en un parque temático cuajado de veladores.