La delicada situación económica, que imposibilitaba compensar a los nobles y caballeros por su aportación a la campaña, movió a los monarcas a suplicar al pontífice les hiciese merced de alguna gracia con que sobrellevar tan pesada carga.
Coincidió por entonces, que el Maestre de la Orden Santiago, Alonso de Cárdenas, finó su vida, el primero de junio de 1493; y el papa retuvo para sí dicho Maestrazgo. Y ante la petición de nuestros reyes, el setabense decidió cederles la administración perpetua de la citada Orden.
Con la bula en su poder, y para tomar la posesión real, natural belcasi, de la administración concedida, dieron su poder al comendador de Montiel, Gonzalo Chacón, mayordomo mayor de la Reina, y al bachiller Pedro Díaz de la Torre, procurador y fiscal de la Justicia de sus Altezas.
Y así fueron recorriendo muchas localidades de la Orden, pero como el territorio era tan extenso, para venir a ciertas partes del Reino de Murcia delegaron su poder en el comendador Pedro de Barrientos, que sin demora alguna viajó a esta tierra, y nombró por escribano de su comisión a Carlos de Salas, que lo era del número y concejo de Cartagena.
Conocemos por la documentación consultada, que estuvieron en Aledo, Pliego, Ricote, Lorquí, Cieza, Cehegín, Caravaca, Moratalla, Férez, Letur, Moratalla, Liétor, Segura, Yeste, Taibilla, Siles, Hornos y Veas. Pero nosotros, en esta ocasión, solo nos ocuparemos de la presencia en la encomienda del Valle de Ricote.
La comitiva llegó al Valle procedente de Pliego, y tan pronto se aposentaron mandaron pregonar por los cinco lugares de la encomienda (Abarán, Blanca, Ojós, Ricote y Ulea, pues Asnete, luego Villanueva, estaba despoblada), el motivo de la presencia, y comisión que traían. Y establecieron que todos debían personarse el nueve de agosto en la plaza pública de Blanca, por ser el lugar más céntrico, y a propósito, para llevar a cabo las diversas diligencias.
Hacía años ya que los comendadores no residían en la encomienda, sino que la representación de Gonzalo de Ulloa, contador mayor del Rey y de la Reina, la ostentaba el alcaide de la fortaleza de Ricote, que al presente lo era Francisco de Fromesta. También concurrió a la cita Juan Vázquez, que tenía arrendada la encomienda y gozaba de sus frutos y rentas por cierta cantidad fija de dinero. Podría tratarse del mismo Juan Vázquez que también había sido alcaide por el susodicho Rodrigo de Ulloa.
Reunida la asamblea general de vecinos de la encomienda, fue requerido el alcaide para que cumpliese lo que estaba mandado, y éste, contestó afirmativamente a lo que se le pedía, y lo juró en manos del comendador Pedro de Barrientos, una, y dos, y tres veces, a uso y fuero de España. Y lo firmó de su nombre. A lo cual fueron presentes por testigos, Juan Vázquez, Gonzalo de Ledesma y Cristóbal de Segovia. De lo que dio fe por escrito Carlos de Salas, escribano del Rey y de la Reina.
Tras lo cual, Pedro de Barrientos, en nombre de los que representaba, mostró a los reunidos el poder que tenía, estando presentes Alí Albaez e Mahomad Regato, viejos jurados del lugar de Blanca, y Yuça Yelo, jurado de Abarán, y Abrahin Pana y Ali Cobarro y Çad Gómez, asimismo de Abarán, y Mohamed Alazad y Haçen el Macho y otros muchos moros de Abarán y Blanca y Ricote su valle, estando juntos en la plaza pública de Blanca. Y pidió y requirió que obedeciesen y tuviesen a sus Altezas como tales administradores en la jurisdicción, y acudiesen a sus Altezas o a quien sus Altezas mandaren, con las rentas pertenecientes a la mesa maestral. Que les guarden su servicio y cumplan sus mandamientos. Sean buenos y leales vasallos, como lo deben ser a su maestre e verdadero administrador. Y lo pidió por testimonio, siendo testigos Juan Vázquez, arrendador de dicho valle, Pedro Aparicio, y Alonso del Andelme, vecinos de Cieza.
Seguidamente, atendiendo a otros requerimientos, los dichos moros y aljama, y los otros que allí se hallaron juntos, por sí y en nombre de toda la aljama y universidad del dicho valle de Ricote, dijeron, que allí no había ni hay varas de Justicia que debieran entregar, en nombre de sus Altezas, y que a todo lo que fuesen obligados lo cumplirían.
A continuación, el dicho comendador Pedro de Barrientos, mandó a Ali, pregonero, estando toda la gente junta, que pregonase y pregonó por mandado de sus Altezas, que todos los maravedís, censos, pan y vino y aves y ganados y otras cosas cualesquier que perteneciese en el dicho valle a la mesa maestral, de que sus Altezas son administradores perpetuos, les acudiesen a ellos o a sus representantes. A todo lo cual dijeron que estaban conformes. Lo que Barrientos pidió por testimonio, ante los citados testigos, vecinos de Cieza.
Atendiendo al requerimiento, el escribano Carlos de Salas lo escribió y puso en pública forma en dos hojas de pliego entero, sin contar otra en la que hizo su firma acostumbrada. Y haciendo constar las enmiendas y salvedades que ocurrieron.
Unos años después, en 1523, el Papa Adriano VI unió definitivamente a la corona los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara, quedando todo ello consolidado, y permaneciendo estable hasta mediados del siglo XIX, en que las leyes desamortizadoras dieron por finiquitada esta situación, tras la desamortización de Pascual Madoz en 1855.