POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID
Un bar en un pueblo de Castilla no es sólo un bar.
Tener un pueblo donde los urbanitas puedan desterrarse es un lujo que sólo quien lo conoce puede hablar de él.
Todos sabéis que por sangre llevo la crónica de mi vida y de mis ancestros en Valdepiélagos, una villa de Madrid.
Pero hace muchos años el descanso de mi alma inquieta me llevo a conocer el pueblo de la abuela de mi mujer.
Arribé primero a Soria, a Quintanilla de Nuño Pedro y ahí fui consciente de una cosa. Las buenas gentes castellanas siempre están dispuestas a compartir un saludo cuando te cruzas con ellos, pero todo termina en una conversación corta seguido de un «cada uno a su casa» .
Llegué a Brazacorta hace más de veinte años y, si no fuera por un lugar donde reunirse frente a una barra o alrededor de una mesa no hubiera podido compartir instantes y la vida misma, de personas que me han aportado tanto que me han hecho ser como soy.
Y ahora, cuando ese lugar de encuentro peligra es cuando recuerdo.
Recuerdo vidas que no están. A los que invité y me invitaron, pero eso era lo de menos. Frente a una cerveza oí sus historias, aprendí de ellas. Me regalaron su experiencia y por mucho que me hubiera cruzado con ellos por las calles, no habríamos estado tan cerca en nuestras vidas.
Para mi ese bar es un lugar de culto donde aún veo a Mariluz, junto a Juanjo, los cuales le dieron vida. Donde conocí a Alfonso, que gran persona, y a Basilio, y a Goyo de Alcoba, y aprendí de tantos maestros que me regalaron su experiencia.
El bar de Brazacorta era donde veía el cielo tomando una copa, donde podía pedir un deseo viendo pasar una estrella fugaz, donde me hicieron viajar a Picadilly Circus, o me contaron un viaje de Bayubas a China, y vuelta, o la de aquel que cayó a un pozo y no le izaron. Alli podía jugar al mus o cantar con mis amigos mientras el pollito se subía a la barra y se golpeaba el pecho, o me lo golpeaba a mi Mariano mientras me hablaba tomando copas.
El bar de Brazacorta también es una biblioteca de vidas donde el destino nos hizo reir y bailar y llorar cuando fuimos perdiendo a todos aquellos que forman parte de la historia de un pueblo y de nuestras vidas.
Creedme si os digo que los momentos que he compartido allí difícilmente los podré encontrar en otro lugar.
Muy pocos saben lo que es miccionar en las eras viendo Casiopea y volver de madrugada a casa por el camino del destierro por donde pasó el Cid.
Y ahora que veo que corre peligro ese escenario es cuando siento como cuando ves que a un libro que te hace feliz, se le acaban las páginas.
Una vez tuve el honor de ser pregonero en Brazacorta y ahora, en estos momentos, ruego al viento para que todos me escuchen y que alguien mantenga abierta la puerta que constituye el alma social de un pueblo, cuyos habitantes no merecen ser desterrados al interior de sus casas.
Escuchad a estas gentes de la ribera del Pilde, merecen seguir compartiendo sus vidas, sobre todo nuestros mayores, en un lugar donde puedan encontrarse.
Gracias.
@agustindelasheras
@cronistadevaldepielagos