POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Salir un viernes de Madrid en unos días complicados es una forma que el alma descanse y se evada. El camino era el mejor de los caminos porque me llevaba al mejor de los destinos.
La nube se alejaba dejando paso a un cielo azul. Y como queriendo mostrar un mensaje de los dioses a los humanos, Iris extendía su arco de colores infinitos. Aquella que avisó a Menelao del secuestro de Helena, la que volvió loco a Heracles, parecía que me quería dar uno de sus mensajes. Los siete colores eran intensos, el azul se adueñaba de poniente, el cerro de mediodía se distinguía de la sierra con un castaño distinto y a pesar de estar en febrero los almendros florecian entre blancos y rosados. Y el arco iris llegaba a la tierra allá a lo lejos. Pero como castigo conocido nunca me dejaba llegar a ese punto donde depositaba los colores en la tierra.
Esperaba a la hora indicada frente a la iglesia mientras las cigüeñas crotoraban encima de la espadaña. Y cuando se abrió la puerta entendí el mensaje y supe donde Iris depositó sus colores.
Valdepiélagos tiene a su Alejo Vera personificado en el siglo XXI. Su nombre es Manuela González.
Mi vista ha sido hipnotizada por los primeros cuadros. Los tulipanes me llevaban a un cuadro de geranios y sus colores me acercaban las flores fuera de su espacio. Daba igual si lo miraba de frente o en oblicuo, las flores parecían regalarse al que las mirara porque salían del cuadro.
Manolo, el padre de la autora, el maestro de las fuentes de Valdepiélagos que nos las enseñó en el reciente programa de Ruta 179 me presentó a su hija.
Mientras Manolo se hinchaba de orgullo por ser el padre de la protagonista, ella parecía pedir perdón por traernos tan hermoso regalo, por enseñarnos su obra. El alcalde nos explicaba lo mucho que había costado convencerla para la exposición.
Manuela, además de enseñarnos sus flores en tiestos y en paisajes, las perfilaba en la cesta de una bicicleta. Y yo me tenía que acercar para ver que la rueda estaba dentro del cuadro porque el marco me parecía pequeño. Era otro precioso engaño.
Cada cuadro de la exposición es un regalo a la mirada y al corazón. La jungla del arrozal se difuminaba tras un campesino asiático, que llevaba plantas goteantes, envuelto en una humedad que se percibía.
Diego parecía mostrarse en una foto, siendo el engaño que era un perfilado cuadro.
Carla le señalaba a Rubén las olas sin mostrar su pequeño brazo. Lo percibías en su sombra. Los pliegues de sus camisetas eran perfectos en un relieve invisible.
Y en un bodegón, que sólo la autora conocerá su secreto, un paraguas parecía olvidado, pero no, estaba también dentro de un cuadro.
La espadaña de la iglesia de Valdepiélagos se dibuja bajo unas nubes que ninguno sabríamos pintar pero que todos hemos visto.
Y más y más cuadros con secreto nos llevaban a paises lejanos. Monjes asiáticos, una muchacha de falda con colores colombianos, cuadros que gracias a Manuela nos hacían viajar, incluso en globos.
Y la protagonista miraba de reojo a todos los visitantes. Le preocupaban sus reacciones y era lógico, hoy había decidido mostrar su intimidad artística y eso parecía inquietarla.
Cuadros de toros se unían a otras obras de arte perfectas. Y se percibía una evolución entre pintar la realidad o expresar sus sentimientos. Y así he llegado a una creación desde dentro. No había limites a recoger los colores en figuras conocidas. Manuela nos ha regalado su cielo. Y el cielo he creído estar mirando.
He vuelto a Madrid de noche y he aprendido que Manuela González no sólo es la hija de Fermina y de Manolo, sino una ilustre pintora. Y de todos depende que semejante artista sea reconocida como insigne y que todos sepan que es valdepielagueña.
No, no habéis perdido una última oportunidad al no asistir hoy. Os invito a que podáis sentir el percibir lo que yo he visto en el Centro Cultural de Valdepiélagos, de 11 a 14 y de 17 a 20, este sábado y domingo.
FUENTE: https://cronistadevaldepielagos.blogspot.com/2024/02/cronica-manuela-gonzalez-ilustre.html