POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
El primer Parador fuera de España, situado en la localidad portuguesa de Penalva do Castelo, es un remanso de paz entre magnolios y viñedos. Una inmensa finca del siglo XVIII, propiedad de la familia Alburquerque, remodelada para albergar una instalación hotelera, que es un museo en sí misma. Salones ricamente decorados con elementos originales de la antigua casona, alfombras, relojes, mobiliario y una capilla espectacular que dan un aire de distinción al Parador. Cuenta con quesería propia y se fabrican artesanalmente vinos y mermeladas, productos que se degustan en su restaurante y se ofrecen a la venta también.
Las habitaciones son amplias y cómodas. Para mi gusto, especialmente bonitas las que se sitúan en torno a un gran patio abierto, a modo de claustro monacal.
El servicio de restauración es sobresaliente, con el sello inconfundible de esta cadena estatal a la que la única objeción que se le puede hacer es el elevado nivel de precios que impide que muchos ciudadanos españoles, que contribuyen a su sostenimiento con sus impuestos, no puedan visitarlos. Dicho lo cual merece la pena el esfuerzo si queremos disfrutar del lujo y el confort alejados del mundanal ruido.