POR JOSÉ MARÍA SAN ROMÁN CUTANDA, CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO)
Que Toledo se llame «ciudad cultural», «ciudad patrimonio» o «ciudad histórica» es la consecuencia de la huella que nuestro pasado ha dejado en el tiempo. Camino, en efecto. Pasos andados a veces con huellas demasiado profundas, pero siempre encaminados a buen puerto. Santiago Camarasa, periodista cultural de referencia en la historia de la ciudad, hablaba de Toledo como ciudad «única e intangible» a través de las páginas de la centenaria revista ‘Toledo’.
Ya desde principios del siglo XX, el impulso de las auténticas fuerzas vivas de la ciudad —las que están a pie de calle— ha logrado la creación de diversas entidades culturales que, sin ánimo alguno de lucro, han protagonizado algunas de las páginas culturales más importantes de nuestra historia reciente como ciudad. Una de ellas, precisamente fundada por Camarasa, fue la Sociedad Defensora de los Intereses de Toledo, que trató por todos los medios que tuvo a su alcance de crear una corriente cultural y de opinión en relación a los problemas de que Toledo adolecía y el fomento del turismo, de la cultura y de la exaltación del patrimonio toledano. Es muy recomendable en este sentido leer un magnífico libro publicado por la editorial de la Universidad de Castilla-La Mancha cuya autoría corresponde a Lucía Crespo Jiménez, titulado «Trato, diversión y rezo: sociabilidad y ocio en Toledo (1887-1914).
En el hoy compartido, las asociaciones culturales sin ánimo de lucro siguen haciendo un extraordinario y callado trabajo por la ciudad desde la palestra cultural. El Ateneo de Toledo, la Asociación Cultural ‘Montes de Toledo’, la Sociedad Toledana de Estudios Heráldicos y Genealógicos, las asociaciones de amigos del Museo del Greco, del Museo Sefardí o del Museo de Santa Cruz y otras tantas más organizan semanalmente actividades de muy diversa índole, encaminadas todas a fomentar el saber entre sus socios y entre quienes tengan interés por todo ello. Y siempre gratis, sin más objeto de canje que el de seguir existiendo. La razón y sentido de las entidades culturales hoy es, en esencia, cultivar el asociacionismo. Y con él, la generosidad en el conocimiento, el compartir para crecer, el sumar para hacer piña y defender de forma unitaria los intereses que Toledo necesita.
Auténticas fuerzas vivas, nacidas por y para el ciudadano, extracciones todas de ciudadanía deseosa de conocer y de aportar dentro del derecho democrático de poner los medios para construir una sociedad mejor. Valores que, sin estar en alza para quienes desconocen las aristas de lo común y ansían las de lo propio, siguen siendo protagonistas de la vida de muchas personas. Dinamizadores culturales que, con sus vidas aparte, viven y trabajan para la cultura sin buscar premios que, por otra parte, merecen como colectividad, y sin necesidad de salir en procesión o de vestir capisayos para mostrar lo que no tienen. Dinamizadores culturales cuya vocación última es la de trabajar para sus conciudadanos. ¿Puede haber, acaso, algo más enriquecedor?