EN MEDINA DEL CAMPO EL CRONISTA OFICIAL ANTONIO SÁNCHEZ DEL BARRIO SITUÓ VALLADOLID EN EL EPICENTRO DEL RENACIMIENTO
Comenzó con una contienda, la Guerra de Crimea (1854-1856) y terminó con un desastre, la trascendental pérdida para la Corona de España de la isla de Cuba, en 1898. El catedrático de Historia Contemporánea Celso Almuiña transportó al público a dos de los acontecimientos mundiales que más influencia tuvieron en la Castilla de segunda mitad del siglo XIX.
La ‘burguesía harinera castellana’ (término acuñado por el profesor de la Universidad de Valladolid) se benefició del primero y sufrió las consecuencias del segundo; sin embargo, el factor que más contribuyó a su nacimiento y consolidación como élite social fue la revolución de los transportes y de las comunicaciones. Desde el Canal de Castilla hasta, más adelante, el ferrocarril, sin olvidar el telégrafo (primero óptico y después, eléctrico).
«A diferencia de los ríos, el Canal de Castilla ofrecía una energía continua, constante y sostenida todo el año»
El historiador, también periodista, disertó en el Ayuntamiento de Mayorga (en plena Tierra de Campos, a pocos metros del Museo del Pan y ante los descendientes de aquellos cerealistas) sobre esa revolución y modernización que vivió el sector. Se tradujo, explicó, «en auténticos momentos de euforia» y disfrutó del impulso que le proporcionaron acontecimientos como el final de la Guerra Carlista y la desaparición de las epidemias de cólera. Almuiña protagonizó el séptimo encuentro del ciclo con el que El Norte de Castilla conmemora su 160 aniversario, en colaboración con la Diputación de Valladolid.
A lo largo de toda su exposición, el profesor ligó la espiga castellana y sus avatares con la venida al mundo y el asentamiento de El Norte, «que desde sus orígenes fue el gran defensor de los intereses de esta burguesía harinera, ‘los únicos intereses de Castilla’». El rotativo llegó a convertirse, incluso, en el «boletín oficioso que fijaba los precios de referencia del trigo a nivel nacional», apostilló.
«La Guerra de Crimea cortó la salida del trigo de contrabando. El de Castilla se encontró sin competencia»
El Canal de Castilla (en Valladolid a partir de 1836 y en Palencia y Medina de Rioseco desde 1846), supuso una vía de transporte extraordinaria para la harina castellana, pero también una inmejorable fuente de energía para molinos y fábricas como la riosecana de San Antonio. «Generaba una energía constante que, a diferencia de los ríos, era sostenida durante todo el año y permitía programar la fabricación de harina», explicó el catedrático, quien hizo hincapié asimismo en la importancia que la aparición del telégrafo eléctrico (en 1852) tuvo para la fiabilidad de los precios del trigo.
En el fortalecimiento de esa mentalidad optimista, aupada por la innovación, influyeron otros hitos históricos como el ferrocarril (el tren llegó a Venta de Baños en 1859 e intercomunicó las dos mesetas en 1863), o la Primera Exposición General Castellana, de 1859, así como otros hechos bélicos. El trigo de Castilla competía desde hacía años con el que llegaba por el Mediterráneo de contrabando procedente de Sebastopol -«abastecía a varias fábricas en Cataluña»-, pero el conflicto crimeo impidió la salida del ‘pan del mar’ y «cortó de raíz la exportación de trigo». «El de Castilla -recalcó el conferenciante- se encontró entonces sin competencia».
«Para Valladolid y para Castilla, la pérdida de Cuba supuso un golpe mayor que para ninguna otra región española»
Por desgracia, el despegue del capitalismo agrario tuvo un vuelo corto. La sequía se volvió pertinaz y las inversiones ferroviarias, laboriosas. El coste del trigo se elevó y el Banco de Valladolid quebró. Estos factores ambientales, sociales y financieros, unidos a otros políticos y a la crisis de la economía dual (Castilla-Cataluña), acabaron por darse de bruces en el golpe anímico y monetario de la Guerra de Cuba.
Para Castilla, ‘el 98’ representó un desastre mayor que para ninguna otra región. Los castellanos, además de tener que hacer frente a una contienda carísima – «más que lo que supuso Vietnam para los Estados Unidos»-, perdieron su principal mercado internacional. La Castilla de principios del siglo XX, por cómo se percibe, por los problemas que tendrá que afrontar y por sus protagonistas sociales, será bien distinta a la de la segunda mitad del XIX, «llena de optimismo y confiada en sus posibilidades de modernización y desarrollo».
Un médico y un farmacéutico
Antes, coincidiendo con la primera de las contiendas, la de Crimea, y al amparo de esos «años excepcionales» para esta tierra, hacía su aparición El Norte de Castilla. El farmacéutico Mariano Pérez Mínguez y el médico Pascual Pastor iniciaban una aventura periodística y editorial, que ahora celebra con orgullo sus primeros 160 años de vida, con la creación de ‘El Avisador’. Más tarde este se fusionaría con ‘El Correo de Castilla’ para configurar la definitiva cabecera de ‘El Norte de Castilla’ en 1856, bajo la dirección de Sabino Herrero Olea, potentado cerealista y político de prestigio.
El decano de la prensa diaria en España -«’El Diario de Barcelona’ ha desaparecido en formato impreso y ‘El Faro de Vigo’, pese a debutar unos años antes, no tuvo periodicidad diaria hasta la década de los 90»- tuvo clara su línea editorial desde sus inicios. En su primera cabecera dejó patente la que todavía hoy es una de sus señas de identidad, su voluntad de ser el ‘Periódico de intereses locales de Valladolid y su provincia’, muy ligados siempre, pero sobre todo en el XIX, a los intereses de la burguesía harinera a la que pertenecía Herrero Olea.
De la primera etapa fundacional, además de al terrateniente, hay que destacar a Francisco Miguel Perillán, quien, primero como impresor y luego también como propietario, le dotó de carácter propio y acentuó más el progresismo político y la línea cerealista y castellanista. «Las críticas abiertas de Perillán al gobernador civil de Valladolid, Manuel Urueña, provocaron su detención y traslado a Cádiz» y, aunque tras el triunfo de la ‘La Gloriosa’ Perillán regresó a Valladolid en el bando de los vencedores, años después, agobiado por las presiones, optó por vender el diario.
En la siguiente generación (durante la Restauración), el sesgo político viró hacia el conservadurismo; acorde, por otra parte, con los nuevos intereses de la ya instalada burguesía harinera castellana. El rotativo, propiedad de Luis de Gaviria, permanecerá bajo la dirección de un riosecano durante cerca de dos décadas (entre 1874 y 1893). Con Sebastián Díez de Salcedo, el director que más años estuvo en este cargo, se produjo un espectacular despliegue de corresponsales de El Norte por los principales núcleos rurales y partidos judiciales de la provincia, expansión que terminaría extendiéndose a las principales capitales de la actual Castilla y León. «Fueron años de una existencia plácida, sin sobresaltos, en los que El Norte se convirtió en el referente nacional del cereal», aclaró el profesor.
Santo Toribio, Santa María, el Museo del Pan, y el pueblo y su gente
El pueblo y sus gentes. Su patrimonio, con Santa María de Arbas a la cabeza. Santo Toribio y la conmemoración de la llegada de sus reliquias con la celebración de ‘El Vítor’. El Museo del Pan. En estos cuatro protagonistas centró el historiador Enrique Berzal su tradicional repaso a la hemeroteca de El Norte de Castilla que, en sus 160 años de historia, ha tenido Mayorga como objetivo en «infinidad de ocasiones». Desde el suplemento especial de 1956 dedicado a los mayorganos -«cristianos, sensibles y laboriosos» como Santo Toribio-, a las mil y una reivindicaciones que, con mayor o menor acierto, el diario ha hecho para restaurar y preservar la joya mudéjar del siglo XIV, Mayorga ha estado en el corazón del diario.
El Norte, que cada año acude puntual a fotografiar y narrar los avatares de ‘los hombres de la pez’, ha reservado en los últimos tiempos un notable espacio entre sus páginas de provincia para el Museo del Pan, desde la idea, a la restauración del templo, pasando por la inauguración en 2008 o la última celebración del Día Mundial del Pan, el pasado 16 de octubre.
Los intereses locales, pura y netamente vallisoletanos, se complementaron en esos años con una evidente vocación regional. De hecho, desde finales del siglo XIX, plenamente identificado con la etapa histórica, así como con los de los harineros, El Norte se convirtió en el defensor de los intereses cerealistas de toda la región (fundamentalmente Valladolid, Palencia, Burgos, Zamora y Salamanca), muchas veces enfrentados a los de la poderosa industria textil catalana. «No se puede entender Castilla, ni la defensa de sus intereses cerealistas frente a Cataluña, sin El Norte de Castilla», sentenció Almuiña.
En 1893, El Norte decía adiós a la Restauración con la llegada de los jóvenes Santiago Alba y César Silió, de familias vallisoletanas acomodadas, que dieron al diario un sustancial giro, en paralelo a las ambiciones políticas de ambos, políticos en ciernes. Con Alba al frente, entró el diario en la nueva centuria.
La del lunes fue la séptima de las nueve conferencias que forman parte del ciclo ‘Historia de la Provincia’, que se inició en mayo en el Museo de las Villas Romanas (Germán Delibes habló sobre la Prehistoria en el territorio provincial) y ha recalado ya en Tordesillas (Pascual Martínez Sopena se centró en el Medievo); en Medina del Campo, el cronista oficial Antonio Sánchez del Barrio situó Valladolid en el epicentro del Renacimiento; en Mojados (Javier Burrieza disertó sobe la dinastía de los Austrias); en Urueña (Teófanes Egido se detuvo en la etapa de los primeros Borbones) y en Cabezón de Pisuerga (Pedro Carasa defendió el municipalismo en su charla sobre la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz).