POR ÁNGEL RÍOS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE BLANCA (MURCIA)
Tomás, uno de los Apóstoles, no estaba con ellos cuando por primera vez se les apareció resucitado el Divino Salvador. Así que cuando estos le anunciaron su resurrección, resistía a creer y tan allá mantuvo la terquedad de su desconfianza, que no llegó a decir: ‘Si no veo los agujeros de los clavos en sus manos, y no puedo meter mi dedo en ellos y en su costado, no lo creeré.
‘ El Salvador quiso confundirle y darle al mismo tiempo nuevo testimonio de su bondad, apareciéndose otra vez a los Apóstoles reunidos cuando con ellos estaba Tomás, y diciendo a este: ‘Mete aquí tu dedo y registra mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado; y en adelante no seas incrédulo, sino fiel.’ Avergonzado el Discípulo, tuvo aliento más que para echarse a sus pies y exclamar: ‘¡Oh Dios mío y Señor mío!’ A lo cual repuso con dulce severidad el buen Jesús: ‘Has creído, oh Tomás, porque me has visto.
Dichosos los que sin verme han creído.’ Lo cual es juntamente una seria lección para cuantos en nuestro siglo mal llamado positivista alardean de no creer sino lo que tocan y ven. No hemos de ser tan esclavos de nuestros groseros sentidos, que son al fin los órganos más inferiores del conocimiento, pues son lo que tenemos en común con las bestias. Mas pesa que todo la autoridad del raciocinio, y mucho más pesa que ellos la autoridad de Dios.
¡Dichosos los que creen!»
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