POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA, ASTURIAS.
EL GATOPARDO
Para mejorar las cosas, antes que destruirlas y volver a empezar, debemos intervenir en una pequeña parte. Hölderlin pretendía cambios completos y a fondo, lo dijo en Hyperion («Es werde von Grund aus anders!»), pero las transformaciones radicales suelen llevar al sitio de partida; así lo entendió Lampedusa en «El Gatopardo» cuando escribió que para que todo siga como está es necesario que todo cambie («Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»), inspirado en Alphonse Karr; éste decía en su revista, «Les Guêpes», que cuanto más cambia algo más se parece a lo mismo («Plus ça change, plus c’est la même chose»), copiado de Charles Maurice de Talleyrand, que dirigió dos revoluciones y engañó a veinte reyes. Los cambios completos y a fondo fracasan. Cuidado con pasarse de rosca; Dios se pasó con el Diluvio y no somos la generación de Noé mejor que la de Adán.
Debemos mimar el timón; con un giro brusco puede trasluchar el barco y llevarnos a pique; «go overboard», dicen los ingleses, caer por la borda, que en sentido figurado también significa pasarse de rosca. A un ferry que zarpe de Gijón rumbo a Saint-Nazaire, le bastaría una mínima deriva para recalar en Irlanda, ¡o en Islandia! Un grado, medio milímetro, es suficiente para permitir que la llave gire en la cerradura o se atasque y pasemos la noche a la intemperie. Mover la semilla una cuarta puede hacer que se malogre o que germine. Lo opuesto a lo malo y a lo indeseable más que en las antípodas está en las cercanías.