JUANITA LA DEL VARIEDADES, EMPRENDEDORA A CONTRACORRIENTE
May 08 2024

INTERVIENE FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONSITA OFICIAL DE CÁCERES

Ser dueña de su destino y contribuir a que la modernidad entrara en el Cáceres de finales del siglo XIX de la mano de la cultura y el debate. La hazaña lleva nombre de mujer: Juana Elguezabal Leguinazabal y el personaje llevaba décadas en el olvido hasta que el cronista Fernando Jiménez Berrocal comenzó a indagar sobre la historia del teatro cacereño, 23 años atrás, con ocasión del 75 aniversario de la fundación del Gran Teatro. Conoció entonces la existencia previa de otro teatro, además del Principal, y el nombre de la benefactora. Sus apellidos, inconfundiblemente vascos, sobresalían en el padrón de Cáceres correspondiente a 1890. Juana Elguezabal Leguinazabal había nacido el 24 de junio de 1842 en el caserío de Ariste en Derio, municipio situado a menos de diez kilómetros de Bilbao. Desde ahí arranca una intensa investigación por parte de su biógrafo oficioso, deslumbrado por un personaje «clave para entender mejor el mundo de las ideas y de las transformaciones sociales del Cáceres de finales del siglo XIX». La Extremadura a la que arribó Juana es una tierra pobre, aislada de los grandes centros de poder, con «un gran problema en lo relativo a la propiedad de la tierra que sigue en manos de la antigua nobleza local», indica el cronista. Cáceres tiene graves carencias sanitarias, de educación y de vivienda. La luz eléctrica o el agua corriente aún son desconocidas para la población. Ella contribuiría a cambiar ese deprimente cuadro.

Era hija del matrimonio formado por Isidro y María, padres de familia numerosa y humildes recursos. Jiménez Berrocal no descarta que esta causa motivara la marcha de su tierra de origen de ‘Juanita, la del teatro’, como se la conoció en su ciudad adoptiva y donde reposa para siempre. Llegó con catorce años, en 1856, a Cáceres, en compañía de sus tíos, cuya posición social era manifiestamente superior: Saturnino González Celaya era notario, procedente de Torredonjimeno (Jaén) y estaba casado con Juana Leguinazabal Vidaurrazaga, hermana de María, la madre de la futura empresaria. «En aquella época era habitual que se prohijaran a parientes, en este caso, una sobrina», explica Jiménez Berrocal que, además de la posición acomodada, destaca la influencia social de Saturnino González, uno de los tres notarios que había en la época en Cáceres que llegó a ser presidente del Colegio profesional. Otro historiador, Miguel Muñoz de San Pedro lo califica en su obra ‘La Ciudad de Cáceres’ como «ahorrativo y devoto». Aunque no escatimó educación para su sobrina. Jiménez Berrocal se basa, además de en su trayectoria intelectual, en la firma pulcra y aseada estampada en los documentos visados por ella.

A la muerte de sus tíos poseía una auténtica fortuna que pronto dedicaría a poner en marcha sus sueños, frente a la estupefacción de la sociedad cacereña que vio como aquella «rica solterona», como era calificada, dedicaba el corral de su casa en la calle Nidos número 5, con entrada por la calle Moros número 8 (hoy calle Margallo) a poner en pie un teatro cuyo nombre era toda una declaración de intenciones: ‘Variedades’. Y desde las zarzuelas perseguidas por la censura como ‘La Corte del Faraón’, actuaciones de mentalistas (tan en boga en toda Europa por aquellos años) a mitines políticos de todo el espectro político, de los conservadores mauristas a los reformistas liberales de Melquíades Álvarez, se dieron cita allí. Incluso un año después de su muerte, en 1913, el Variedades acogió el primer mitin de la sociedad obrera de Cáceres que daría origen a la futura Casa del Pueblo. Y, por supuesto, no faltaban las sesiones de cinematógrafo, apenas unos años más tarde de que los Hermanos Lumiére asombraran con su invento en París en 1895.

En este heterogéneo ambiente se impartían, de forma paralela, tanto educación a adultos como a niños. A Juana le preocupaba la falta de educación e higiene de la ciudad. Las clases nocturnas perseguían combatir el analfabetismo de la clase obrera. Para ello contrató a maestros con un salario de 30 pesetas mensuales. Nada parecía imposible en aquel local construido a imagen y semejanza del Circo Price que, indirectamente, propició otro de los grandes avances que correspondían a una capital de provincia.

El edificio original había sido construido en madera, tenía forma semicircular con un graderío de bancos hechos con tablones. El 4 de julio de 1887 fue devorado por las llamas en un colosal incendio que a punto estuvo de convertirse en una tragedia mayor para Cáceres. El resultado final del suceso, sin embargo, fue otro. Tres días después del fuego, el Ayuntamiento cacereño recibió un requerimiento del gobernador civil donde se subraya la necesidad de proveerse de un servicio adecuado a lo que «la importancia de la población y los adelantos modernos reclaman» y obliga a la corporación a crear una comisión de la que saldría el primer cuerpo de bomberos de la ciudad, dotado con bomba y mangueras de agua.

El Variedades fue reconstruido y en su escenario se desarrollaron funciones y anécdotas, porque el escándalo siempre bordeó su actividad. En 1893 el empresario de la compañía que actuaba huyó con la recaudación, dejando a los actores y coristas a su suerte. Los cómicos se vieron obligados a pedir limosna por las calles y las actrices fueron acusadas de practicar la prostitución. El gobernador civil clausuró el teatro y expulsó a los cómicos. En 1899, un sacerdote definió al teatro de «foco de corrupción e inmoralidad donde se representan funciones condenadas por la iglesia», señalando a su propietaria como responsable de aquellos espectáculos “poco honestos”. A pesar de tantos avatares, el local, sin embargo, fue, durante sus 28 años de vida el más popular y moderno de la ciudad.

Juana tendría una vida larga. Falleció un 8 de septiembre (casualidad, la fecha que luego sería el Día de Extremadura) , en 1912. En su testamento siguió las mismas reglas que habían regido su existencia: repartió su fortuna entre instituciones benéficas, la mayoría ligadas a la Iglesia que tanto la fustigó, sus trabajadores más cercanos y su familia en el País Vasco, con la que nunca perdió contacto. Ordenó para ella «Entierro de segunda clase, dándoles a los pobres que lleven luces acompañando a su cadáver una peseta. Preferentemente asilados y ancianos de las hermanitas de los pobres». Fue sepultada en el cementerio de la Virgen de la Montaña, en Cáceres, en un modesto nicho, donde, a veces, algún anónimo deja flores en un jarroncito roto por el tiempo. Jiménez Berrocal sigue ahondando en este y otros misterios de la vida de Juana, entre ellos, su aspecto. Ni en Cáceres, ni en Derio ni entre sus descendientes existe rastro alguno de una mujer de cuyo físico solo destacan las crónicas las gruesas gafas que portaba. Ese único dato fue el que sirvió para la estampa del sello conmemorativo emitido por Correos.

En sus últimas voluntades dispuso también el futuro del teatro para que, en caso de que nadie se interesara por él, fuera dedicado a la educación. La obra pía de Vicente Marrón acabaría ocupando el solar con sus escuelas, mientras la memoria de Juanita Elguezabal se iba diluyendo entre los cacereños. Gracias al cronista Jiménez Berrocal comenzó un reconocimiento algo efímero: se le dedicó una calle y el Ayuntamiento instituyó unos premios destinados a recompensar proyectos de mujeres que beneficiaran a Cáceres. Solo se conocen dos ediciones. Juanita, la del teatro, cacereña de corazón, porque aquí reposa y aquí dejó su legado, sigue figurando en ese universo de mujeres que aportaron tanto como fueron relegadas por una Historia que les ha sido remisa a la hora de darles el lugar que les corresponde, hasta ahora.

FUENTE: https://www.elperiodicoextremadura.com/extremadura/2024/05/08/juanita-variedades-emprendedora-contracorriente-102078338.html

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