El siete de mayo de 2024 se cumplen exactamente doscientos años del estreno de una de las obras musicales que más repercusión extra musical ha tenido en la historia no solamente de Europa, sino en la de la humanidad plena: la novena sinfonía de Beethoven. No cabe la menor duda de la alta consideración en que se tiene esta creación artística y por otra parte, pienso que en una elevada proporción los aficionados a la música que solemos frecuentar otros muchos compositores, ciertamente con pasión y entrega, cuando se nos pide que digamos el nombre de uno solo, sin titubear apuntamos el del genio de Bonn. Y es que, al igual que en la novela, siempre está Cervantes en el fondo de nuestra afición, y en la pintura, más tarde o más temprano nos entregamos a las creaciones velazqueñas, cuando se trata de la composición musical aparece Beethoven como un Zeus sobre los demás dioses.
Lucena y la Música, dos buenas amantes históricas. A mediados del siglo XVII los ministriles se obligan con el Ayuntamiento a salir con este en los actos públicos que se considerara necesario. A principios del siglo XVIII la capilla de música de San Mateo ya estaba perfectamente consolidada y sus ministriles convienen con el Ayuntamiento que intervendrían cuando la Corporación municipal saliese formada a las distintas funciones, en el anuncio de las fiestas, procesión del Corpus y en todo aquello que se ofreciese, siempre y cuando no estuviesen ocupados en acto de culto en la iglesia.
Se conoce el nombre de aquellos ministriles de la capilla de música parroquial de San Mateo Entre ellos, José Gutiérrez, el abuelo materno del famoso artista lucentino de la madera Pedro de Mena Gutiérrez, a quien debemos, entre otros elementos patrimoniales, la barroca alacena que es la urna del Santo Entierro.
Música, en los grandes momentos de la historia de las libertades colectivas de Lucena. El 18 de octubre de 1812 recorrió las principales calles de Lucena la procesión laica de la Constitución, con lectura de la llamada “Pepa” en la Plaza Nueva y en el Coso. Junto a las casas consistoriales se alternaron durante todo el día dos orquestas para ser compañeras de la alegría de aquel pueblo anheloso de libertades.
Pero no siempre fue la libertad protagonista común de la vida ciudadana. Lucena, 7 de mayo de 1824. Nuestro Ayuntamiento absolutista celebra cabildo donde no se consiente que la compañía de teatro que estaba actuando en la ciudad siga representando, por estar censurada hasta la prohibición en toda la provincia tal manifestación de expresión artística. En el mismo cabildo se da a conocer una orden de la Superioridad para que se ponga en manos del correspondiente recaudador la cantidad que le había tocado aportar a Lucena para contribuir al premio concedido a los aprehensores de los famosos bandoleros conocidos por los Siete Niños de Écija. El Ayuntamiento contesta que no había podido averiguar la cantidad que se había cobrado con anterioridad de los vecinos para el referido premio, porque quienes habían integrado la Corporación municipal anterior habían tenido que huir de Lucena por sus ideas, por su ideario liberal.
Y el mismo día en que nuestro Ayuntamiento celebraba ese cabildo al que me he referido, en otra ciudad, en Viena, tenía lugar el estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, de ese grandioso canto a la capacidad de superación, a la fraternidad humana, a la esperanza; un canto, en definitiva, a la libertad y a las libertades, no muy abundantes por entonces, como he señalado, entre nuestros paisanos, según refleja el acta del cabildo celebrado por el Ayuntamiento de Lucena el mismo día del estreno de la Novena Sinfonía.
Sí, la Novena Sinfonía; porque la novena sinfonía o simplemente la Novena es para cualquier melófilo, por antonomasia, la de Beethoven; con el permiso −claro está− de Mahler, Dvorak, Bruckner, Schubert, Shostakovich, Vaughan Williams… y quienes superaron con creces ese número de composiciones sinfónicas, tales son los casos de los prolíficos Haydn y Mozart.
Canto a la libertad. Sí, porque la Novena Sinfonía es un grito para dar libertad al individualismo que todos llevamos dentro y ponernos en el camino que conduce a la meta de la libertad en comunidad, que el poeta sitúa más allá de las estrellas. Por eso la humanidad ha de comulgar en la alegría. Desde 1792 tenía Beethoven deseos de musicar la “Oda a la alegría”, un poema masónico escrito por Schiller en 1785. Se decía que el poeta lo había concebido como “Oda a la libertad”, pero huyendo de la censura alemana había cambiado el vocablo Freiheit (libertad) por el fonéticamente tan similar Freude (alegría). Ambos términos alemanes me los pronuncian en su idioma nativo que comparten con el español, en su natural bilingüismo, mis nietas Paula y Elisa. Así aprecio perfectamente la similitud. Dice la Oda de Schiller: “el que puede decir que posee un alma sobre esta Tierra, que venga y mezcle su alegría a la nuestra”. “Freude”, es decir, “alegría” es término que aparece repetidamente en los manuscritos de Beethoven, como una obsesión.
Decía Furtwängler, el famoso director de orquesta, que Beethoven aun siendo extremadamente individualista, “conocía la importancia que la comunidad de las gentes tiene incluso para una persona aislada, y para liberarse de ese aislamiento se volvió hacia la gran fraternidad humana”. Y así surgió la sinfonía con coros, la Novena, con el ensayo previo en su fantasía para piano, coro y orquesta (1808), donde ya las voces manifiestan la obsesión beethoveniana por la expresión de la alegría: “Frieden und Freude gleiten Freundlich”, que puede leerse en traducción libre como “La paz y la alegría conviven amistosamente”.
Mucho podría hablarse de los mensajes manifiestos e implícitos de la Novena. Telegráficamente apunto que el primer movimiento viene a representar la lucha del deseo y la esperanza con las fuerzas del mal. En el segundo se establece una desnuda conversación entre los instrumentos de cuerda y los timbales, que conduce a que estos ejerzan su enérgica convocatoria a la conciencia de la humanidad. El tercero es un prodigio de delicadeza, donde bajo la forma de adagio se exponen los secretos de la plegaria conjugada con la ternura. Y el cuarto encierra una desesperada llamada a la alegría que supone el triunfo de la libertad y fraternidad universales, contando para ello con la eficacia de la voz humana. Aunque pienso que por encima de esta interpretación argumental puramente dramática, casi operística, está la tremenda solidez de una música que no necesita explicación, puesto que está dirigida al íntimo terreno por donde discurre el río de los sentimientos insondables.