CAMINANDO HACIA LA DESMEMORIA (LXXIII) CAPAS
May 10 2024

POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).

 

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia.

Hace algún tiempo, paseando por las calles del Viejo Madrid, aquel que se empeñan en calificar como de Los Austrias, pero que muy a pesar de los detractores de los Borbones, posee bellísimos ejemplos de las reformas urbanísticas y arquitectónicas de esta nueva dinastía; me di de bruces con un establecimiento tan señero como las prendas de vestir, que allí se ofrecen a su más que variada clientela.

Es Seseña uno de esos espacios mágicos por la tradición castiza que emana (Esta marca comercial fue fundada en 1901 por don Santos Seseña, bisabuelo del actual dueño don Marcos). Tras los cristales, varios maniquíes mostraban otras tantas capas españolas, esa prenda de bien vestir que conoció su mayor uso y esplendor en los tres últimos tercios del siglo XIX y primero del XX. Hoy en día las confeccionan tanto para mujeres como para hombres, teniendo gran aceptación a nivel nacional e internacional. De hecho S.M. El Rey don Juan Carlos I y, ahora S.M. El Rey Felipe VI recurren a ella, ofreciéndola como regalo oficial de la Casa Real, entregándola a altos dignatarios, que en algún momento han visitado y visitan nuestro país. Sus Majestades han tenido por costumbre utilizarla, en otoño-invierno, siempre que acuden al Teatro Real de Madrid, en horas de la tarde-noche. Algunas féminas de la Familia Real también las han utilizado de forma más esporádica.

La capa es pieza de abolengo y se porta donaire, por eso fue asumida por los estudiantes para vestirla como complemento de sus trajes de tunos. Entre ellos, su popularidad es tan grande que ha trascendido el marco de los centros académicos españoles y, allende los mares se prodiga desde Las Californias hasta La Patagonia. Y desde la celebérrima Universidad de Santo Tomás de Manila a las más reciente Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial (UNGE). Como verán no son razones climatológicas lo que impulsan su uso, sino una manera identitaria que proyecta los usos y costumbres de la Cultura Hispana. En el repertorio musical de las tunas estudiantiles aparecen canciones alusivas a la capa. Y es muestra de galantería lanzar la capa al suelo para que el invitado principal la pise como si fuera alfombra.

La capa es una prenda de vestir tradicional de España y también de algunos países hispanos, como anteriormente hemos señalado. Se trata de una indumentaria de abrigo tradicionalmente larga (Su estándar es de 127 cm. de largo, aunque se fabrican de 110, 120, 130 y 145 cm.). Su peso aproximado está entre 5 kilos y 500 gramos. Suelta, sin mangas y sólo abierta por delante, sujetada al cuello con botón de plata a lo charro. Cubriendo casi todo el cuerpo, se ensancha gradualmente según descendemos. Siempre cubrirá el traje o vestido del individuo que la porta.

Los muy entendidos en el tema las dividen en Embozo: Que es su forro interior frontal realizado en terciopelo. Esclavina: sobre capa para cubrir los hombros. Broches: casi siempre son dos y es el adorno necesario que remata el cuello. Suele ser de filigrana, de cordón negro de seda, plata, oro o brillantes. Escusón: sólo a veces llevará una ligera abertura trasera llamada de esa manera.

De forma tradicional, la capa será de lana de oveja merina, aunque admite un porcentaje nunca superior al diez por ciento de cachemire. Nuestras capas también recibieron el calificativo de castellana o pañosa. La austeridad impuesta por sus colores no es óbice para mostrar la noble belleza de sus formas, a través de la gran holgura en sus vuelos. Hasta finales del siglo XIX era propia de sacerdotes y cristianos viejos.

Fue el Duque de Béjar quien popularizó la prenda a comienzos del siglo XX. Este noble era dueño de la archiconocida fábrica de paños de dicha localidad ducal y encontró en la Capa Castellana o Española una salida comercial a su extensa producción. En 1928 el periodista don Antonio Velasco Zazo funda en Madrid la Asociación de La Capa, dedicada íntegramente a la difusión de su historia y su utilización como indumentaria de uso común y popular, al menos en Madrid. La sastrería Rodríguez, con sede en la calle Toro de Salamanca y carretera de Ciudad Rodrigo en Béjar, confeccionan capas españolas en negro, azul marino y marrón.

La capa castellana, como también se le conoce, era el abrigo imprescindible de los hombres de ambas mesetas, aunque ésto no quiera decir que en las altas montañas y en los profundos valles desde Galicia a Gerona, así como en ciudades dispersas por toda la Piel del Toro no estuvieran también presentes, marcando la cotidianeidad de caballeros e hidalgos. Sin duda alguna fue la supuesta democratización de la pieza, la que la hizo tan popular entre burgueses de todo signo (Comerciales, industriales, banqueros, navieros, etc.) y miembros de la alta, media y baja nobleza. Hay quien afirma que esa prenda ya era usada por los íberos y celtas, así como por los propios legionarios romanos. ¡Hombre! Capas siempre ha habido, pero buscar los orígenes en nuestros antepasados celtíberos es mucho suponer. Lo que sí es cierto es que al Rey Carlos III, cuarto en España de su dinastía de origen francés, no le gustaba ese complemento en el vestir, tan usual y común entre sus súbditos de aquí y de allá, pues la capa tuvo vigencia por décadas en las bien llamadas Españas, tanto las europeas como las americanas sin dejarnos atrás las asiáticas. El célebre motín de Esquilache supuso una reacción popular a la medida ilustrada de acortar su tamaño, queriéndose evitar así la impunidad de quienes, embozados en las mismas, la usaban para fines no lícitos (Robos, asesinatos, violaciones, palizas, etc.).

Y en todo ello estaba, cuando mi mente dio un salto vertiginoso hasta el puerto de La Estaca, en la isla canaria de El Hierro. Según me contó en repetidas ocasiones, mi tío César Padrón y Espinosa, durante la visita de su Majestad el Rey don Alfonso XIII a la Isla del Meridiano (Hecho histórico ocurrido el 11 de abril de 1906), el ávido Ministro de Jornada se le acercó al mismo tiempo que el Rey ponía la planta de sus regios pies sobre suelo herreño y sin más, le anunció que no era necesario subir a la Real Villa de Santa María de Valverde, capital insular por entonces y ahora. Majestad, la Isla toda está aquí, vitoreando a su Rey y Señor. Han venido caminando o a lomo de bestias de todos los rincones. Subir a la Villa es arduo e innecesario trabajo, diríjale unas palabras y quedarán harto contentos (El maquiavélico político, tal vez quería evitar que el monarca viese las pésimas condiciones de los antiguos caminos reales, que comunicaban el principal puerto herreño con la Villa capital. Asimismo, no deseaba que el Rey se percatara del abandono pertinaz al que era sometida la Isla toda y sus habitantes por los gobiernos de la Nación). El Rey que ya se dirigía a un lustroso caballo, bellamente ensillado, montó sobre él para mejor dejarse ver por el pueblo. Sobre su montura estuvo sólo unos minutos, descabalgando con premura se dirigió con paso firme y seguro hacia un grupo formado por una veintena de hombres, todos ellos cubiertos con capas castellanas o españolas de paño oscuro, fueran éstas pardas o negras. Don Alfonso, con toda la dignidad que le daba su porte de monarca, se cuadró ante éstos y con voz alta y sonora dijo una frase, que en el corazón de aquellos se esculpió con la rotundidad de las escrituras en piedra: He tenido que venir al último rincón de nuestra Patria para conocer a los últimos Caballeros Castellanos. Mi tío César con orgullo reseñaba esta anécdota y orgullosamente afirmaba que sus dos abuelos don Francisco Espinosa Padilla y don Domingo Padrón, se encontraban entre ellos. Uno a uno fueron abrazados por el Rey y todos guardaron esas capas como reliquias, pues no era poco, las había acariciado con sus manos don Alfonso XIII. Y hablando de reliquias, una familia herreña, afincada tiempo después en Las Palmas de Gran Canaria, poseía la silla de montar que el Rey don Alfonso XIII había utilizado brevemente en su estancia herreña. Éstos, la colocaron en una urna de cristal y en un lugar destacado, grabada en cartela de bronce se podía leer: Por unos instantes, fui Trono de España.

Desde que mi tío me contó esa bella historia, aun siendo un niño deseaba fervientemente tener una capa y para hacer realidad mi sueño me ataba al cuello colchas, mantas o cualquier otra pieza de tela que simulara a aquella. Con el tiempo conocí a muchas personas que, no sólo poseían y usaban capas, sino que además acudían anualmente a la llamada de las Asociaciones provinciales y nacionales de los amigos de la Capa Española. Destaco aquí a una jadraqueña de pro, doña Carmen Bris Gallego, farmacéutica y alcaldesa de esa villa del Valle del Henares. Al menos una vez al año se enfunda la capa para con garbo y elegancia natural lucirla por las calles de la ciudad de Guadalajara o por la también castellana Villa y Corte de Madrid.

El 28 de abril de 2008, cuando recibí el honroso título de Hijo Predilecto de la casi siete veces centenaria Ciudad de Telde, mi mujer y mis hijos quisieron hacerme un regalo digno de la ocasión y también de mis más íntimos deseos: Una Capa Española. Desde ese año sólo la he utilizado los 31 de diciembre para acudir a la cena de Fin de Año en la casa de mis suegros. Hace cuatro años que no lo hago, pero aún retumba en mis oídos las sonoras palabras de mi suegro, Domingo Pérez Moreno, al verme llegar de aquella guisa y cómo traía al presente el recuerdo de su padre, que la usaba a diario en su pueblo de Bujalaro y a través de los caminos del partido judicial de Atienza. Éste como cobrador de impuestos, bien a pie o sobre bestia atravesaba la Serranía, combatiendo nieves y fríos, esbozado con el grueso paño de su Capa Española.

Una vez, ya hace muchos años, pregunté a varios ancianos teldenses si recordaban el uso de esa prenda en nuestra ciudad y, concretamente, don Francisco Artiles me habló de unos señores muy mayores de la familia de los Castro que la usaban casi a diario, tanto en otoño como en invierno, pero entre todos los caballeros teldenses quien por más tiempo la utilizara fue Don Domingo Bravo de Laguna y Penichet, prohombre de nuestra ciudad de la que llegó a ser dignísimo alcalde. En este improvisado listado dejaremos constancia del señor don José Pastrana Padrón y del comisario de la desamortización don Francisco Zumbado. También la utilizaron: Don Montiano Nicolás Torón Déniz, don Ventura de la Vega, don Maximino Alonso, don Francisco Pérez Cabral, don Manuel Álvarez, don Antonio Guedes Alemán y otros tantos que vivieron a caballo entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX.

Hoy en día esa prenda pasa a ser anecdótica, a veces y de forma esporádica la llevan algunas personas como complemento de los trajes tradicionales, mal llamados típicos.

El Cronista que ésto escribe hace una llamada general a los posibles usuarios de la Capa Española en Canarias en general y, muy especialmente a aquellos que vivan en Gran Canaria: Reunirnos una vez al año por navidades en la Zona Fundacional de Telde y realizar un recorrido por sus evocadoras calles, a la vez que degustamos los vinos y quesos del país así como nuestra archiconocida pata de cochino a la manera de Telde. ¡Por supuesto, portando nuestras capas con donaire y señorío!

FUENTE: https://teldeactualidad.com/art/161629/capas

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