POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Estoy en la Plaza Mayor de Trujillo. No hay visitante que se resista en sacar imágenes de tan extenso, monumental y populoso espacio. Arquitectura civil y religiosa. Casas del Concejo, palacio de Chaves Cárdenas, casa del Peso Real, de la Cadena, iglesia de San Martín. Palacios del Marqués de la Conquista, Duque de San Carlos y Marquesado de Piedras Albas, con gracejo florentino en su logia. Palacios y casas capaces, amplias, sólidas y robustas.
Camino por los portales, que dan cobijo columnas de diversos órdenes. Portal del paño, del pan, verdura y lienzo. En la plaza, nuestro fotógrafo colorea las emociones. Plaza tostada por el sol, en esta tierra que dice ser extrema en sus extremos. Desde el alma, dura y tierna, sosegada las más veces, inquieta menos, siempre tenaz en su ser.
La historia, aquí, no ha perdido impulso, se expande en conquistas, acontecimientos, reivindicaciones, festejos, y celebraciones. Punto de encuentro y admiración desde su hermosura. Testigo de cortejos y emociones. Francisco Pizarro todo lo conoce, por eso calla.
Deseo observar su fachada norte, porque entre dos torres del castillo, vigila el lucero del alba y de nuestra esperanza, la Virgen de la Victoria. Que así efigia el escudo de la ciudad en la que tantas grandezas y bellezas quedan.
(Dedicado a un buen trujillano y mejor persona, sensible por la ciudad en la que nació y vive, Adolfo García Jiménez, maestro en guardar la luz del tiempo de la ciudad que atesora siglos de historia y ecos de epopeyas).