POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Allí, en aquellos territorios memoria de rugido de un león sobre la pantalla imponiendo orden y silencio al auditorio. Dentro el tiempo se medía de manera distinta. Bastaba con traspasar la luz que salía del proyector y entrar en la oscuridad que te acogía y te transportaba mostrándote los mundos de otros mundos. Luces y más luces. Sueños y más sueños. Siempre un rayo de luz cruzaba la sala, trayéndonos un tiempo para el entretenimiento y la esperanza. En medio una afinada orquesta emitía los sonidos del chasquido acompasado que producían las pipas.
Sentando percibías cómo por el pasillo de la sala veías correr una luz que buscaba la pantalla. Allí aparecían las emociones, las lágrimas, los besos, los indios, los héroes, las risas, las aventuras, los malos, los monstruos, los buenos… Los que se iban a la otra vida y los que se quedaban.
Hay veces que sientes la necesidad de volver a escaparte y regresar a aquellos territorios hoy ya perdidos, inexistentes. Buscar la butaca preferida y mirar de nuevo al pasillo por donde salía todo en busca del prodigio de un arte al que llamamos cine, bajo el pliegue mágico de la luz y el recuerdo. De reestrenar la banda sonora de aquellos días bajo la magia de la luz y el sonido. Mientras, afuera, en aquellos días todo seguía igual, bajo la sobriedad y la dureza de la vida rutinaria.
(Cine Emperatriz con la cartelera pintada por Francisco Pozo de la película “Aprendiendo a morir” protagonizada por el torero Manuel Benítez, “El Cordobés”. Foto VISAM).