LOS POZOS DE LA NIEVE EN LA SIERRA DE LA PILA (SU RECUPERACIÓN)
May 21 2024

POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE ALCANTARILLA Y FORTUNA (MURCIA)

Salinas

Los pozos de encerrar nieve forman parte del patrimonio de Fortuna, pues ya eran utilizados por sus vecinos en el siglo XVIII Y siguientes en la consumición de alimentos. La única manera de conseguir el hielo era mediante la retención de la nieve en los inviernos en unos pozos que se construían en forma de círculo con la utilización de la piedra del lugar, en una construcción tan elemental como útil. Se realizaban por especialistas nevateros empleando braceros experimentados en este oficio, y que las circunstancias hacia que pendientes estuvieran de seleccionar el lugar y la técnica, como estar prestos a recoger la nieve que el invierno profundo dejaba sobre los pliegues de las montañas más escarpadas y escondidas de la sierra.

Habían de saber estos especialistas donde dirigirse en los días precisos de invierno, un momento que a veces resultaba doloroso por las circunstancias de la nieve y el viento, pues que iban acompañados por gente muy joven y se cuentan anécdotas en este sentido entre los neveros de la sierra, de marcado tenor trágico, que habría para novelar.

Es así que en llegando el invierno se procedía la vez recogida la nieve para introducirla en unos pozos a la usanza, cilíndricos y con unas cúpulas de abrigo que los identificaba. Estos pozos forman parte de una arquitectura popular como los refugios de piedra que vemos en la sierra de la Pila en cuyo interior se refugiaban los forestales y caminantes en el tiempo de invierno, que todavía quedan en sitios puntuales, siguiendo hacia Puerto Frío, lugar espléndido que este cronista utiliza para su excursiones estéticas, espacio para dominar un paisaje denso, cuajado de pinos y donde se esparcen lejanías para soñar con la mirada.

El pozo de encerrar la nieve adquiere un sesgo arquitectónico peculiar que conocen los habitantes del lugar como el material empleado y su mantenimiento, muy del tenor que nos refieren escritores como G. Miró en referencia a los nevateros que acudían a los pozos de la sierra de Aitana en los inviernos, se encaramaban en mulos para, tras un itinerario abrupto y desgarrado llegar a los pozos de la tan anhelada nieve, con el ánimo de recopilar la mayor cantidad posible y tornar, al atardecer, a sus pueblos, cansados y agotados, pero acaso con el deber bien cumplido. Y ello se refleja en otros lugares cercanos a la montaña como Sierra Espuña, sitio espléndido donde se dan cita diversos pozos de la nieve en torno al Morrón que fueran tan necesarios en siglos pasados y de los que Alhama y Totana con otros pueblos, se aprovechaban, pues en las actas municipales de los siglos XVII y XVIII, que investigué Siendo Secretario del Ayuntamiento de Totana, de ello hace ya muchos años; se encuentran datos sobre la importancia que mantenían dichos pozos a los que recurrían tanto los concejos de Mula y Lorca como de Cartagena y Murcia, aunque en ocasiones al carecer de la licencia necesario planteaban pleitos entre aquellos y Totana. Si nos referimos, antes de nada, a esta población es por la importancia de sus pozos de nieve y la serie de normativa sobre la forma de utilizar la nieve por distintos pueblos comarcanos, y por supuesto la presencia de Ordenanzas que fueron paradigma de otras a lo largo de los siglos indicados.

Ya se advierte en el siglo XVII la necesidad del concejo indicado de la regulación de la recogida de la nieve en los pozos situados junto al Morrón de Sierra Espuña tan requerida por la población para la conservación de los alimentos. Una nieve que bien resguardada por los braceros se convertía en trozos de hielo que se llevaban a la venta. Se corrobora por las actas municipales del momento la importancia que tenía la nieve como el procedimiento de recogerla en el invierno, con la dureza que suponía, como almacenarla debidamente en el pozo circular preparado, hasta que posteriormente se extraía del mismo y se amoldaba a los sacos cargándolos sobre las bestias. Pero es que ello suponía todo un muestrario escenificado en su tiempo que a veces provocaba situaciones dramáticas, expresadas unas por el riesgo que suponía la recogida de la nieve de los lugares más insólitos y la ausencia de los peones en llevar a cabo la misma en los ventiscos; lo que impedía el abono a aquellos de su soldada, que finalmente forzaba un pleito, a veces sonado y que se fallaba a favor del bracero.

. Pero es que dicha villa ante las circunstancias de guerra por las que pasaba y la entrega del impuesto de millones a que sometía la monarquía a los pueblos, como el abono a los soldados respectivos de su salario, había que repercutir tales gastos, entre otras cosas, en una nueva exacción en la nieve, un real en cada carga (1).

En las actas de la época queda registrada la sensibilidad de los vecinos por cumplir exquisitamente la normativa, incluso la Real Provisión de 1719 del monarca Felipe IV impidiendo a los vecinos y municipios utilizar la nieve que no fuese de su jurisdicción so pena de multa, que se incrementa con la norma de 1724 por la que se prohíbe tajantemente a los pueblos de Mula, Lorca, Cartagena, Orihuela y Cabildo de la santa iglesia de la catedral de Murcia coger nieve en los “ términos de esta villa”, y si en los sitios señalados y rasos que “ tienen contiguos a los pozos”, especificando una pena de cien ducados y veinte mil maravedís. Y es que se tenía que tener licencia del ayuntamiento de Totana para ejercer tal actividad, que se mantiene por algunos como Cartagena por motivos del ensanche del pozo del Rincón (2) suscitan con el Cabildo en relación con el Barranco y Calera para almacenar la nieve por el Cabildo. A este respecto Murcia ostenta tres nevaterías o neveras, en San Pedro, calle del Pilar y Trapería.

Conviene advertir la labor que estos pozos de la nieve ejercen en los siglos mencionados, como el interés etnográfico que siguen manteniendo, lo que significó para una población asentada en su entorno junto a la montaña, creando una actividad necesaria en sus tiempos adecuados. Por otro lado justifica la relación de la montaña con el habitante, la repercusión económica que ha sido esencial a lo largo de los siglos. Cada pueblo colindante con la montaña ha mantenido esta identidad relacionada con los pozos de encerrar nieve que dejan un costumbrismo importante al que se refieren los novelistas de época. Se destaca en una vida atareada por los asalariados que ajustan sus oficios en tal actividad luchando con los eventos, sabiendo los peligros de la montaña en los inviernos duros. Son los habitantes de los caseríos cercanos a la montaña, sus ancianos, los que conocen y evocan aquellos trabajos de la recogida de la nieve, convertirla en hielo, una vez dispuesta en los pozos que se convertían, en ocasiones en sus tumbas, ante la presión del frio y la debilidad del cuerpo, pues se conocen casos de esta tragedia sucedida en algunas zonas.

Los inviernos a veces no dejaban nieve suficiente, lo que ocurre en Fortuna en numerosas ocasiones, y los braceros con sus atuendos y pertrechos que acudían a los picos de la montaña, esa umbría apartada de los rayos solares, metida en sus sombras tenebrosas; habían de volver a sus moradas con sus mulas y sustituir su faena por otras para ganarse la soldada necesaria.

Otras veces irrumpía la nieve con una potencia que agravaba el trabajo del nevero, aunque no por ello había de abandonar su trabajo. En tales circunstancias se lo dominaba ataviado convenientemente y provisto de los instrumentos básicos en la faena de recoger la nieva, apretarla entre ramajes y llevarla a los pozos, a veces dos o tres cercanos. Podían a su vez podían descansar en morada cercana e incluso reposar la mente en la ermita, que se solían construir para estas situaciones. Y es que habían de encaramarse a lo más alto de la montaña y si lo hacían con mulas o carros, tenían que atender a los caminos enrevesados que llevaban a ellos, unos cubículos de doce o treces metros de fondo. Construido por expertos y con materiales toscos, se cubrían con una cúpula que los identificaban, distintos a los refugios para defenderse de las noches de viento y nieve que pululan por nuestros montes, en especial en la sierra de la Pila de Fortuna donde hemos podido sentir la belleza de su soledad en tardes desangeladas deambulando por la sierra.

Era oportuno en ciertos sitios al llegar la temporada de la nieve que los propietarios de los pozos pregonaran en la plaza pública la necesidad de la recogida de la nieve, invitando a los vecinos y neveros a realizar su trabajo, lo que daba capacidad para construir ventisqueros y comenzar tan ajetreada labor.

No era desde luego fácil ante los temporales que se producían estando en faena como antes hemos dicho, pues habían de refugiarse, trasladarse a otros lugares cercanos. De ello nos dan cuenta viajeros que como Ciro Bayo (3) H.Somburge y otros se asombran de las dificultades que tenían aquellos hombres que acudían a tan curiosas alturas de la montaña acompañados de gente joven. Pero es el mismo Gabriel Miró que en referencia a los pozos de la sierra de Aytana, pergeña deliciosas narraciones sobre esta actividad que hoy es un simple recuerdo que nos evoca una vida vidriosa del hombre de la montaña que nos han contado anécdotas en nuestros viajes por esta sierra alicantina, donde el pueblo de Polop todavía se hace eco de aquellas actividades que cada uno de sus habitantes evocan al calor del fuego, en el invierno.

No se puede orillar al respecto el trabajo que suponía introducirse en el fondo del pozo, bajar doce metros utilizando una gruesa cuerda atada a una garrucha, y una vez allí comenzar la fase de pisar la nieve que antes se había arrojado por los ventanales, con lo que ello suponía, que a veces duraba bastante tiempo. Faena que costaba en ocasiones vidas humanas ante el frío y la enfermedad agravada en circunstancias tan vidriosas. Pues que una vez pisada aquella convenientemente se ponía una capa de paja para conservarla, a la vez que se tapaban los ventanales.

Una labor que duraba varios días, que suponía un riesgo para los menores de edad que cobraban cinco céntimos por cinco capazos de nieve y en ocasiones menos pues dependía de su trabajo. Una vez la nieve en disposición de ser vendida se trasladaba en carros, galeras, a Fortuna en este caso, para ser expendida, que exigía uno requisitos. Por lo que respecta a nuestra villa siguen manteniéndose los dos celebérrimos los dos pozos de nieve en la Sierra de la Pila que mantienen una historia que es la de la población que tantas hambres ha pasado,

como la necesidad del agua mísera que a veces se convertía en nieve impoluta para bien de los vecinos ansiosos de utilizarla en la conservación de sus alimentos, como a su vez se servían de los troncos de los pinos para la realización de carbón que se expendía en Murcia, siendo en ocasiones motivo de pleitos.

LOS POZOS DE FORTUNA.

En nuestro estudio sobre la historia de la villa tocamos este tema en el capítulo sobre “Abastecimiento de la nieve”, en las páginas 305.-318, dando notas de su importancia, origen y evolución (4). Pozos que eran propiedad del Convento de Religiosas Carmelitas de la villa de Cox, en el reino de Valencia, que otorgaba al concejo un beneficio de 8.000 reales de vellón anuales y que Pozos que en el siglo XVIII con la desamortización pasan a la propiedad del concejo. Pascual Madoz en su Diccionario de 1850 (5), nos dice que se hallan en la cumbre de la sierra, que se recoge una gran cantidad de nieve que se reparte en los “ pueblos inmediatos”. De suyo el mismo Madoz da referencia de los pozos y de la sierra donde están ubicados, una sierra “ áspera y quebrada” con muchos pinares por el entorno del barranco del Deán, Quemado nuevo, Quemado viejo, Matas de Tabaco, Rodadero de las Mulas y Peña Roja. Una sierra escarpada envuelta en variedad de flora y fauna que en la actualidad presta atención a los ecólogos y especialistas en la mejora del medio ambiente cuyo paisaje nos sirve de asueto y contemplación, un espacio donde se asimila una fauna y flora digna de estudio. Replegada sobre sí misma la montaña, pulmón de la villa, es muy atractiva por la profusión de encuadres paisajísticos delimitada por espacios tan bellos como la Fuente del Engorbo, Poza Amarga, Puerto Frío donde se puede admirar un paisaje tan delicioso como sitio donde descansar placenteramente y escuchar el viento que mueve los pinos amen de mirar el suave azul de las montañas que se alejan dejando gamas deliciosa plasticidad. Que no es inferior la calidad de la Poza de Félix, el Rincón de los Silvestres, la Poza de Zafra y el paraje de la Fuente de la Higuera con el agua sonora que realza el lugar en una dádiva de serenidad.

En todo ello cabe la complacencia del espíritu que sabe advertir la fuerza de sus contrastes de verdes y lomas asomadas a sublimes barrancos con nombres populares que evocan andanzas del celebérrimo Jaime el Barbudo que en los años 1821 revoluciona a los moradores de la villa de realengo, por supuesto a los regidores que se preocupan por su caza y captura y de cuya actuación daremos cuenta pormenorizada, que se señala en nuestra Historia concretada en una parcela de tiempo, ya que sobre esta figura existen ríos de tinta, aunque desde otra dimensión. Una sierra integrada por caseríos tan entrañables como sugeridores de una vida sumida en la agricultura y la ganadería, donde la trashumancia evoca viejas cañadas y cordeles que memorizan los más ancianos del lugar, como aquellas maneras de llamar a la vendimia por un caracola que no hace muchos años la tenía un agricultor de las Casicas, con el que hablábamos y que ya es solo recuerdo.

Toda una vida plena de sonoridad y ajetreo de sus hombres acostumbrados al afán de sobrevivir, empeñados en aguantar embestidas del clima y lo incendios que muy de vez en cuando se provocaban en la sierra, sobre todo en la Peña de los Revolcadores en distintos momentos motivado por las acción de carboneras y saca de la leña que daba lugar a ordenanzas y pleitos. Pues que no faltaba entre sus trabajos el de la recogida de la nieve sita en la altura de la sierra.

Sobre este tema nos da cuenta el documento de 1775 que nos refiere la importancia en la villa de los pozos de encerrar nieve y de su arrendador Salvador Esteve, personaje oscuro involucrado en un pleito en el que no entramos de momento; quien ya aduce la situación de los pozos de la nieve, uno el Pozo Menor, que pertenecen a “ los religiosos Carmelitas de la villa de Cox” de quien los tiene arrendados. Aduce la forma de abrirlos con las llaves correspondientes para la recogida de tan rico elemento con las formalidades requeridas, bajo la supervisión de sus dueños, y como llevar las oportunas porciones a la villa de Fortuna. Se señala que ha de ser vendida la nieve a “ cuatro maravedises la libra”, cosa que al parecer no sucedía pues se expendía indebidamente más barata, acaso motivado por los situación económica de los vecinos, con el perjuicio que suponía.

De la lectura de un expediente administrativo, motivado por las no buenas referencias que el concejo de la villa tenía sobre la figura del arrendatario, desde luego no muy bien aclaradas y donde se muestra la ineficacia por parte de Salvador Esteve que, por circunstancias estuvo durante cierto tiempo en la cárcel. Queda patente que en los meses de febrero a marzo de 1775 hubo nieve, que al estar el administrador en la cárcel no la pudo recoger, siendo sustituido por braceros de la villa para “ beneficiar al pueblo y los pobres enfermos”.

La situación en que se hallaba el concejo queda reflejado en este pleito relacionado con el administrador como se nota en las palabras del médico de la villa Andrés Cascales, testigo que interviene en la causa junto a Francisco Bernal, que son llamados a informar sobre tal situación por la que atravesaba el pueblo y la aptitud del personaje citado, se infiere la enjundia del pleito y las peculiaridades en la venta de la nieve que, por tales circunstancias se hizo imposible su venta a los interesados, entre ellos los enfermos. Queda consignada la parquedad de la nieve en el Pozo Menor cubierto de piedras, que era un inconveniente. De otro lado estas circunstancias hacían que no se vendiera la arroba adecuadamente.

La acumulación de factores cual las exigencias del administrador reclamando la pérdida de sus emolumentos, nos ofrecen un panorama delicado por el que ha de pasar la población, cada vez más desasistida. Es lo cierto que la nieve en circunstancias normales se expedía a un real cada arroba.

Las peculiaridades del expediente que el concejo insta contra el tal Salvador Esteve encarcelado por presuntas actividades ilícitas, no muy bien aclaradas, impide que se lleve a cabo y bien unas funciones relacionadas con la nieve por parte de aquel, a la vez que dejan un vacío que estamos investigando con las dificultades que supone, ya que los documentos a veces no aclaran y mezclan diversos aspectos que en este caso se embrolla ante la situación contradictoria del administrador de la nieve, supuestos actos que le llevan a la cárcel de la villa, y la desazón en su oficio en el cuidado de la nieve y su venta, no muy de acuerdo con el concejo. No era extraño que la población sufriera por tales eventos situaciones de penuria sobre todo la más débil: los enfermos y vecinos ubicados en la más absoluta pobreza que tenían que conformarse con la exigua cosecha de sus heredades.

Acaso, en este punto solo cabe consignar la necesidad de la defensa de los pozos de la nieve que conforman el patrimonio de la región, y que se fundamenta desde los de indudable valor

de los de Sierra Espuña y los dos pozos, Mayor y Menor de Fortuna. Nuestra visita no ha mucho a los pozos es tan interesante como oportuno es el momento de que se custodien sus ya laceradas piedras, la cúpula deteriorada de los mismos en un afán de recuperarlos como, estaban en su origen. Ya de por sí forman parte de una arquitectura tradicional digna de estudio y de una etnografía de interés, por lo que representan y la actividad de los neveros en realizar sus oficios de la recogida de la nieve en pleno invierno, su depósito en el pozo y su traslado posterior a la villa. Y es que el patrimonio comprende un ámbito de aspectos culturales del municipio integrado por los monumentos y los recursos naturales que ampara nuestra Constitución. Fortuna posee una variada dimensión de patrimonio donde los pozos de la nieve lo integran.

Simplemente añadir que los pozos referenciados sitos en la Sierra de la Pila con sus muñones de piedras cohabitando con los pinos y el estremecer del viento de las noches eternas, son parte del patrimonio de la villa como es su ermita y la Cueva negra, quedan como recuerdo de un tiempo en que la naturaleza servía de atención a su habitante, conforma su patrimonio cultural en término paisajístico. Lo que significa que al defenderlo el patrimonio se defiende a su vez el paisaje que cada vez va tomando dimensión a todos los efectos, pues que así se establece a nivel europeo a través del Convenio del Paisaje de 2000, que define el mismo como “ Cualquier parte del territorio tal como lo percibe la población, cuyo carácter sea resultado de la acción e interacción de factores naturales y/ o humanos”. Con ello se destaca el interés ciudadano por el respeto a esos núcleos, recursos que se mantienen en su jurisdicción que forman parte de su entorno vital, lo que de otro lado da testimonio de la necesidad de respetar el paisaje propio y dar realce con ello al medio ambiente.

El ABASTECIMIENTO DE LA SAL

Otro de los medios para afrontar la vida diaria, como venimos estudiando, era mediante la venta de la sal, tan necesaria para los alimentos, que se ubicaba en los saladares y que como la nieve abastecía de estos elementos a la villa. La calidad del terreno como se constata en el Interrogatorio del Marqués de la Ensenada de 1755, es rica en sales que dieron buenos salarios a sus arrendadores que se beneficiaban de ello en las subastas que el concejo hacía de sus tierras cada cuatro años como se pone de manifiesto en la documentación existente en el Archivo municipal.

Desde el punto de vista geográfico el saladar es un suelo cargado de sales con un nivel freático próximo a la superficie, aparece como consecuencia del lavado de materiales salinos o por la existencia de restos marinos. El relieve de estos terrenos que se enmarcan en el entorno de secarral del concejo junto a otros donde imperan las tierras pobres, dan constancia del paisaje con el convive la villa. Un paisaje vario y tamizado de ocres y amarillos, opacos colores marrones que dejan azules en la costra salina de los saladares que poseía el concejo en zonas adecuadas. Sobre estas tierras tan solo crecen plantas halofitas, halófilos u organismos que se adecuan a estos espacios de sales, como se ajusta a un entorno relacionado con las aves que se acercan a convivir con estas plantas que dejan gamas de brillante color en la época primaveral, hasta tal punto que estas zonas de saladares que abundan en esta geografía conforman un ecosistema digno de conservar, conforman humedales y ramblas imbuidas de un valor incalculable.

Conviene advertir que estos valores geológicos que se ubican en Fortuna, terrenos de contenido histórico que evocan la presencia del castillo de Yusor en los Cabecicos Negros, como el Humedal del Ajauque y el paraje de lozorra en Rambla Salada, configura el patrimonio local no solo integrado por sus monumentos y zonas de recreación pues contiene una variedad de elementos que hacen variopinto su paisaje, ese ámbito de valores culturales que encierran sus espacios, no solo relativo a terrenos que podríamos llamar sus iconos identificadores que el tiempo deja como referentes en su localización histórica.

Bibliografía

1.-Si nos referimos a los pozos de Sierra Espuña es como versión de toda una literatura que últimamente delata la importancia de los pozos de encerrar nieve en nuestros pueblos cercanos a la montaña, amén del empeño de Totana, en este caso de ordenar su tratamiento en materia de licencias y forma de recoger la nieve. Nuestra presencia en esta villa como Secretario de Ayuntamiento donde nos interesamos por estos monumentos nos da pie para singularizarlos, pues lo investigamos en sus actas locales que datan del siglo XVII Y XVIII, siendo importante la Orden de 13 de noviembre de 1707 de Felipe IV, estableciendo una exacción sobre la nieve a los vecinos por razón de los gastos de guerra, en este caso de un real “ por cada carga de nieve”, y medio real por “ caga carga de sosa y barrilla”. Y es que se determina por las ordenanzas de 1724 que tan solo se ha de recoger la nieve dentro de su jurisdicción evitando que los municipios de Murcia, el Cabildo y otros pueblos recojan la nieve de Sierra Espuña a no ser que estuvieran autorizados con las oportunas penas de 500 maravedies.

2.-A veces surgen pleito con Cartagena en lo referente al ensanche del pozo del Rincón que se resuelve en la Real Chancillería de Granada, estimándose que se le otorga permiso a aquella para que proceda al ensanche del pozo, incluso el sobrante de la nieve se encierre en sus pozos en el Barranco y la calera, mediante el abono al concejo de 65 reales de vellón. En cuanto a este punto el Deán y Cabildo entran en relación con Totana para resolver el pleito sobre la Calera en la recogida de la nieve y de leña. Para toda esta problemática se comisiona a Diego Pareja regido del Ayuntamiento de Murcia que llega a un acuerdo aunque con el abono del oportuno arbitrio durante cuatro años. Sigue la problemática entre Murcia y el municipio por la necesidad de la nieve y que llega a intervenir el Marques de San Gil, un personaje tan interesante como embebido en sus otros oficios.

Pero es que a su vez Mula plantea pleito a Totana a través de la Madre Sor Isabel María de San Buenaventura y Descalzas Reales del convento, a los efectos de la recolección de la nieve 3que lleva a un proceso controvertido,

3,- El Lazarillo Español en un libro de viajes de Bela Lazar, tan interesante por la narración de sucesos por los lugares donde pasa, en una España inédita. Bajo los ojos de este visionario se observan distintas faenas por los campos de Castilla y Murcia, en su itinerario por calles y plazas, y donde no faltan expresiones en sus devaneos por Sierra Espuña y la sierra de Aytana en materia de pozos de encerrar nieve. Una visión espléndida un escritor que emula a Azorín y Unamuno en sus viajes por España.

4.-Vid Historia de Fortuna en los siglos XVII y XIX, Saura Mira

FUENTE: F.S.M.

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